Hablar con los dioses, reírse de todo
Poesía al SUR ·
Glück revisa los mitos clásicos a partir de lo cotidiano, con un sentido del humor que tamiza cualquier drama, desde la llegada de la vejez hasta los maridos que se marchan: «Cuando prepares alcachofas, / hazlas para ti»Cualquier obra poética tiene algo de biográfica. A veces basta con detectar quién da un paso más allá, hasta arrullarse en brazos del narcisismo, para ... separar tanta paja. Queda el talento. Louise Glück nunca ha utilizado sus libros para vomitar la vida, aunque contengan ventanas a su propia casa, a su familia, más por honestidad que por exhibicionismo. Su padre aparece como «plomo» atado a los tobillos de su madre. En el final de un poema reconoce: «Hablo ahora / como lo haces tú. Hablo / porque estoy destrozada». En otro recuerda que «no todo prospera en Long Island», donde creció. Pero, a diferencia de muchos de sus colegas, la autora estadounidense no utiliza la poesía a modo de desahogo, como un cuaderno de confesiones. Pudorosa y culta, establece una distancia a menudo irónica, siempre intelectual; la necesidad de escribir surge del deseo de «acabar enredada en una idea». Su lucidez está ligada a un profundo sentimiento de pérdida: «No esperaba sobrevivir / a la opresión de la tierra. No esperaba / despertar otra vez, sentir / mi cuerpo sobre tierra húmeda».
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La poesía íntima y austera de Louise Glück merece el Nobel de Literatura
Su nombre sonó por primera vez, en voz baja, como suelen sonar los nombres de poetas, a comienzos de los noventa, cuando ganó el Premio Pulitzer con 'El iris salvaje'. Aquel libro la confirmaba como heredera de Emily Dickinson y Walt Whitman, capaz de entablar diálogos universales desde lo cotidiano. Pero Glück aporta una visión radicalmente nueva cuando habla con dioses y objetos, con maridos y gatos. Quiere comprender el mundo, regresar al origen. Por eso sangra un poco cada vez que no obtiene respuesta, cuando sólo halla crispación y violencia: «Al final del sufrimiento / me esperaba una puerta. / Escúchame bien: lo que llamas muerte / lo recuerdo». Nacida en Nueva York en 1943, Glück pronto se sintió incómoda con su cuerpo, un rechazo que derivó en anorexia. Años después escribió un poema titulado 'Devoción al hambre' donde criticaba los estereotipos femeninos y ajustaba cuentas con su propia inseguridad: «Empieza tranquilamente / en ciertas niñas: / el miedo a la muerte, que toma forma / de devoción al hambre, / porque el cuerpo de una mujer / es una tumba / aceptará cualquier cosa».
Sus libros han sido editados en España por Pre-Textos, sello que ella misma eligió después de quedar prendada por la exquisita edición de una obra de Mark Strand. Los mitos clásicos, desde Dido y Eneas hasta Orfeo y Eurídice, aparecen de forma constante en títulos como 'Vita nova', donde pasea por el abismo de la tercera edad («Me he convertido en una anciana. / He acogido con agrado la oscuridad / que tanto he temido») después de experimentar un amor «brutal» cuyo trágico final la deja tambaleando («Él está muriendo otra vez, / y también el mundo. Morirá durante el resto de mi vida»), aunque de nuevo recurra a la ironía cuando el dolor se calma, ya para cerrar el poemario con un resquicio para la luz: «Pensaba que mi vida había terminado y que mi corazón / se había roto. / Después me fui a vivir a Cambridge».
Relaciones familiares
Profesora en la Universidad de Yale, Glück se convirtió ayer en la primera poeta que gana el Nobel de Literatura desde la genial Wislawa Szymborska, hace ya más de dos décadas. La infancia, época en la que apenas mantuvo relaciones sociales, y la familia, marcada por la muerte de su hermana al nacer («Mi hermana pasó toda una vida en la tierra. / Nació, murió. / Mientras tanto, / ni una mirada despierta, ni una frase») aparecen como temas centrales de su obra ya desde el primer libro, 'Primogénita'. Casada y divorciada dos veces y madre de un hijo, goza de cierta popularidad en Estados Unidos por títulos como 'Ararat', especialmente aplaudido por la crítica: «En parejas así, / donde el acuerdo consiste / en hacer cosas juntos, / siempre la parte activa / es la que hace concesiones, la que da. / No se puede visitar museos / con alguien que se niega / a abrir los ojos».
Su lenguaje claro y su verso libre contrastan con las continuas referencias al mundo clásico, evidentes en 'El triunfo de Aquiles' o en el poema que dedica a Penélope en 'Praderas', tamizado una vez más por el sentido del humor, con guiños críticos al machismo: «¿Quién / no te querría? ¿Qué gran apetito demoníaco / no serías capaz de satisfacer? / Pronto él va a volver de donde sea que esté yendo, / bronceado por haber estado lejos, / queriendo su pollo a la parrilla». Ahora todo ese universo se sacudirá el polvo de las esquinadas secciones de poesía para ocupar, al menos por unas semanas, los escaparates de las librerías.
Louise Glück
El jardín
No puedo hacerlo nuevamente,
difícilmente soportaría verlo;
bajo la tenue lluvia del jardín
la joven pareja siembra
un surco de guisantes como si
nadie lo hubiese hecho nunca:
los grandes problemas todavía
no han sido enfrentados ni resueltos.
Ellos no pueden verse
en el polvo fresco aún, empezar
sin ninguna perspectiva,
con las colinas al fondo, verdes y pálidas, nubladas de flores.
Ella desea detenerse;
él desea llegar hasta el fin,
permanecer en las cosas.
Mírala a ella tocar su mejilla,
pedirle una tregua, los dedos
ateridos por la lluvia primaveral;
en el pasto tierno estrellan rojos azafranes.
Aun aquí, aun en los comienzos del amor,
su mano al abandonar la cara
da una impresión de despedida,
y ellos se creen
capaces de ignorar
esta tristeza.
Lamium
Así se vive cuando tienes un corazón helado.
Como yo: entre sombras, arrastrándose sobre la roca fría,
bajo las copas inmensas de los arces.
El sol apenas me alcanza.
A veces, al comenzar la primavera, lo veo elevarse a lo lejos.
Luego crecen las hojas sobre él, hasta cubrirlo todo.
Siento su brillo entre las hojas, vacilante,
como quien golpea un vaso con una cuchara de metal.
No todos necesitan de la luz
en igual medida. Algunos
creamos nuestra propia luz: una hoja plateada
como un sendero que nadie puede recorrer, un lago de plata
poco profundo bajo la oscuridad de los arces.
Pero esto ya lo sabes.
Tú y aquellos que piensan
que viven por la verdad, y en consecuencia,
aman todo lo que es frío.
Ceremonia
Me dejaron de gustar las alcachofas cuando dejé de comer
mantequilla. El hinojo
nunca me gustó.
Una cosa que siempre he odiado
de ti: odio que te niegues
a invitar gente a casa. Flaubert
tenía más amigos y Flaubert
era un ermitaño.
Flaubert estaba loco: vivía
con su madre.
Vivir contigo es como vivir
en un internado:
pollo los lunes, pescado los martes.
Tengo muy buenos amigos.
Tengo amigos
ermitaños.
¿Por qué lo llamas rigidez?
¿No puedes llamarlo gusto
por la ceremonia? ¿O es que tu hambre de belleza
se satisface completamente con tu propia persona?
Otra cosa: dime otra persona
que no tenga muebles.
Comemos pescado los martes
porque los martes son frescos. Si supiera conducir
comeríamos pescado también otros días.
Si estás tan desesperado por encontrar
precedentes, prueba con
Stevens. Stevens
nunca viajaba; eso no significa
que no conociera el placer.
El placer, puede, pero no
la alegría. Cuando prepares alcachofas,
hazlas para ti.
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