González Iglesias, el poeta que nunca miente
Poesía al SUR ·
Pese a su alergia a la visibilidad mediática y la impostura literaria, el autor salmantino se ha convertido en uno de los escritores actuales más respetados, siempre con un pie en la cultura clásica: «Soy un hombre en creciente desacuerdo / con su época»Alberto Gómez
Viernes, 8 de noviembre 2019, 00:58
Una vez escribió que «la canción del verano suena más que la Eneida». A Juan Antonio González Iglesias, poeta salmantino, ateniense de formación y corazón, ... le duele «saber que no regresaremos / a la ternura, a la serenidad, / al fulgor de Virgilio». Nació en 1964, pero vive y escribe con un pie en la cultura clásica. El pasado, sin embargo, late en su obra como un factor de modernidad, incorporado al presente bajo el convencimiento de que las nuevas tecnologías «enriquecen la literatura tanto como la depauperan». Otro poema comienza así: «Ya.com me ofrece megas ilimitados». Más tarde se rebela contra la oferta: «Los intelectuales / pueden necesitarlos, / pero no yo, que alguna vez traduje / a Horacio y sé que existen / límites para todas las cosas». Asceta declarado, la tradición y el progreso conviven en su obra como caras de una misma moneda.
Poco se sabe de la biografía de este profesor universitario, alérgico a la visibilidad mediática y la impostura de muchos de sus colegas. Las comparecencias públicas, las cenas interminables, los recitales patrocinados, todos los compromisos derivados de la poesía le resultan incómodos: «Me gusta imaginar que el poeta pasa por todas esas pruebas como hacen los lugareños de algunos pueblos cuando pisan sobre brasas, rápidos, descalzos, sin quemarse. El poeta debe volver ileso del mundo literario». Pese a practicar una vida retirada, haciendo suyos los versos de Fray Luis, «Qué descansada vida / la del que huye del mundanal ruido», se ha convertido en uno de los autores actuales más respetados e influyentes, crédito precedido de su fama como traductor de clásicos latinos.
No publicó sus primeros poemas hasta 1994, cuando ganó el Premio Vicente Núñez con 'La hermosura del héroe', donde ya muestra su admiración por el cuerpo masculino, especialmente por la potencia física de los deportistas, cuya contemplación seguirá volcando en obras posteriores, como en la serie de odas olímpicas escritas una década después con motivo de los Juegos de Atenas. Profesor de Filología, González Iglesias no esconde sus preferencias: «Feliz el que te dé clases particulares / y en la brutalidad de tus labios escuche / la frágil hermosura de la rosa rosae». En 'Esto es mi cuerpo' mantiene el pulso romano y la tendencia al erotismo, tamizados por la nostalgia del tiempo que comienza a pasar: «He tenido al que fui / con 19 años en mis brazos / y lo he visto feliz. He percibido cómo / mi cuerpo transmitía / esa felicidad».
González Iglesias envidia a los clásicos que tuvieron a su alcance, para la lectura, obras maestras y poco más, lejos de los excesos de producción de la literatura contemporánea. No le seducen la ficción ni el ingenio o la ironía, ni siquiera la verosimilitud: «Sólo la verdad». Es el único objetivo, la clave que distingue a los poetas de los impostores: «Porque sólo he querido ser bueno y verdadero». El autor reconoce sentirse «absolutamente libre» y asume las funciones clásicas del poeta: cantar, bendecir, maldecir, suplicar, llorar. «No soy un novelista. Yo no invento. / No puedo permitirme la mentira / en esta relación. Doy mi palabra», escribió en 'Un ángulo me basta'. Tampoco le preocupan las épocas de silencio poético, que incluso considera necesarias porque «a escribir poesía no se aprende escribiendo, sino leyendo, viviendo, amando, olvidando». El poeta, según la tesis clásica, debe ser insobornable «como un juez o un médico». Su compromiso, íntimo, echa raíces en el lenguaje y la vida, en la verdad. La relación con el mercado, el poder, las ventas y las publicaciones debe entonces basarse «en la insumisión».
«Una rara erudición»
Su condición de autor que aspira «a la poesía noble, alta», queda patente también en su ambición: «¿Sería mucho pedir / que mi obra completa, / cuando pasen los siglos, / no llegue a rebasar los veinticuatro hexámetros / de una inscripción antigua?». Cuando aún era menor de edad se matriculó en Filología Clásica «no porque buscara una rara erudición, sino porque quería educarme como un griego y un romano de la Antigüedad». Tres años más tarde ganó un concurso universitario de poesía con cuyo premio compró una edición trilingüe, en latín, griego y español, de la Poética de Aristóteles. En una conferencia de la Fundación Juan March explicó que un solo verso de Yurkievich, «Todo te tatúa», le sirvió «para comprender y aceptar lo sencillo».
Estrechamente vinculado a Málaga, alma casi gemela de Aurora Luque, «la más griega de los poetas españoles actuales», González Iglesias completa hasta ahora su obra con títulos como 'Eros es más', donde lamenta «el futuro nublado, / la situación incierta de mi patria», y 'Confiado', que confirma su condición de «hombre en creciente desacuerdo / con su época». Pese a su pasión clásica, demuestra ser un autor apegado a la realidad, con numerosas referencias a la publicidad moderna, la sociedad de masas o la cultura pop, sobre todo un poeta honesto, afiliado a la minuciosidad de los alejandrinos: «Déjame que te abrace, ahora que todavía / tu piel no lleva escritas las mentiras del mundo».
Juan Antonio González Iglesias
Arte poética
Si no quieres quedarte a mirar la tormenta
yo la miro por ti.
Misántropo, ma non troppo
Durante veinte años he tratado
con muy pocas personas. Desatento
a todo lo que no fuera solsticio
o equinoccio,
en la soberanía del invierno
y el verano
celebraba mis fiestas
esperándote.
Adonde me invitaban no acudí.
¿El motivo? Uno solo:
me concentro mejor en un ciprés
que en las conversaciones.
Así he concluido
que cada árbol es un incontable
como el agua.
Así son cada vez más las personas
a las que quiero mucho y veo poco.
Un ángulo me basta,
un libro y un amigo, un sueño breve.
Tiempo para el amor es lo que pido.
En los actos sociales pienso en ti.
Casi siempre
entre el ruido de copas, de palabras,
llega cierto momento en el que pienso:
Necesito urgentemente ver a un limpio de corazón.
Hablar con él. Guardarme entre sus brazos.
Descansar mi cabeza
encima de la roja frecuencia de su vida.
Únicamente esto.
Que en los actos sociales pienso en ti.
Less is more
He comido en un centro comercial
de diseño.
Sobre las cristaleras
–y grabados al ácido–
versos contemporáneos
en helvética black.
Me he sentado en un banco de madera de teka
bajo una hermosa línea de Vicente Aleixandre.
He mirado los límites del mundo:
un trapecio de césped y un óvalo de cielo.
El periódico dice que en verano
somos más vulnerables.
Otra vez sufro el vértigo
de lo heterogéneo. El oasis
es una tentación para el asceta.
He comido en un centro comercial.
Sólo he comprado zumo de naranja
y las obras completas de Epicuro.
Bollycao boy (fragmento)
Busca entre su desorden la merienda.
El caos de tu mochila ¿quién lo nombra?
canicas camisetas cromos cartas
gruesos rotuladores fluorescentes
cordones la revista dos cartuchos
de combativos juegos informáticos
En cuidadoso estuche cual secreto
los preciosos cristales
que cubren tu miopía maravillosa
el slip fabuloso de repuesto
tal vez ya tu primer preservativo
publicitario. Al fin el bollycao
puesto por mamá joven y atractiva
el bonobús las llaves la toalla
el libro de latín de segundo de bup...
Feliz el que te dé clases particulares
y en la brutalidad de tus labios escuche
la frágil hermosura de la rosa rosae.
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