Concha Méndez, la poeta con pantalones
Rebelada contra quienes trataron de excluir a las mujeres de las antologías del 27, la autora madrileña, injustamente reducida durante años a su condición de pareja de Altolaguirre, superó el exilio y la pérdida de un hijo
Cuando Gerardo Diego no incluyó a ninguna mujer en la antología del grupo poético que luego pasaría a la historia como Generación del 27, Concha ... Méndez no dudó en plantarle cara: «Mira, tú nos excluirás, pero yo debajo de la falda llevo un pantalón». El reproche, un dardo al centro del machismo, resultó tan simbólico como literal. Aquella mujer aguerrida, poeta y editora, campeona de natación, amante del charlestón y el jazz, ha quedado relegada a su condición de pareja de Manuel Altolaguirre pese a desarrollar un papel protagonista en el tejido cultural de su época. La imprenta que el matrimonio compró en 1932, donde nació la revista Héroe, fue financiada con el dinero que ella había traído de Argentina. «Ya instalada la imprenta, nadie podía moverla. Era yo quien la manejaba, vestida con un mono azul de mecánico. Era difícil y cansado. Cuando salía a la calle con aquel mono, la gente se quedaba extrañadísima; no recuerdo haber visto en todo Madrid a otra mujer vestida con pantalones», relató en sus memorias.
Nacida en Madrid en 1898, Méndez tomó contacto con la poesía durante las tertulias de los años veinte. Pronto forjó amistad con artistas como Maruja Mallo, Rafael Alberti o Luis Buñuel. Publicó su primer libro, 'Inquietudes', en 1926; ya en sus poemas iniciales se vislumbraba su deseo de viajar y un claro desprecio a la vida encorsetada diseñada para que las mujeres se convirtieran en excelentes pero aburridas amas de casa. Emancipada de su familia, viajó a Londres y Buenos Aires, donde escribió 'Canciones de mar y tierra', influida por las lecturas de los versos de Alberti y Lorca. Durante años compartió las ideas de Ortega y Gasset sobre la deshumanización del arte, en su caso como forma de distanciarse del sentimentalismo asociado a la literatura escrita por mujeres. Los avatares personales, marcados primero por el amor y después por la pérdida, provocaron en ella una mayor soltura expresiva.
Altolaguirre y Méndez se conocieron en el otoño de 1931. La poeta madrileña plasmó su despertar amoroso y sexual en 'Vida a vida' apenas unos meses después: «Tú y yo en movimiento, / luchando vida a vida, / gozando cuerpo a cuerpo». El matrimonio comenzó a editar libros propios y ajenos, una relación plasmada en las portadas de muchas de las grandes obras del 27, donde puede leerse «Concha Méndez & Manuel Altolaguirre Impresores». Décadas después, sin embargo, parece que el legado del poeta malagueño se hubiera tragado la obra de su mujer.
La muerte de su hijo recién nacido supuso un punto de inflexión en la vida de Méndez, que huyó del vanguardismo y en 1936, tres años después de la pérdida, publicó 'Niño y sombras': «El ángel de la fe de nada sirve». Ni siquiera el nacimiento de su hija Paloma calmó el desánimo, alimentado por el inicio de la Guerra Civil. Preocupada por el bienestar de la pequeña, buscó refugio en Inglaterra, Francia y Bélgica, pero el exilio le resultó insoportable: «Aquí estoy, hundida en la distancia, / en la larga espera temblando, / invocando los nombres de mis viejos amigos». En 1938 regresó a España para reencontrarse con su marido, que se había alistado en las fuerzas republicanas.
Inicio de la dictadura
El comienzo de la dictadura forzó un nuevo exilio, aunque en este caso Altolaguirre viajó con ellas. La familia se trasladó primero a La Habana y años después a México, donde Méndez se instaló de forma definitiva. La muerte de su madre y el fin abrupto de su matrimonio marcaron esta segunda etapa, volcada en 'Sombras y sueños': «Como sé lo que quiero, miro al mundo / y le dejo rodar con su mentira». Sobrevino entonces el silencio, traducido en más de tres décadas sin publicar durante las que se dedicó a ayudar a otros exiliados republicanos como Cernuda, con quien vivió durante cerca de diez años. Entre 1979 y 1981 editó 'Vida o río' y 'Entre el soñar y el vivir', dos colecciones que permitieron su redescubrimiento como poeta antes de su muerte en 1986. Dejó sin completar un último libro: 'Con el alma en vilo'.
Hiperión reeditó en 2017 una antología de sus poemas, seleccionados por el profesor James Valender, marido de su nieta, un rescate enmarcado en la corriente que en los últimos años ha recuperado el legado de una generación de mujeres que revolucionó la cultura española hace casi un siglo. Ahora reviven mediante reediciones, documentales y homenajes que visibilizan su trabajo, durante décadas injustamente reducido a su condición de esposas, madres o musas, aunque no siempre fue así. El franquismo logró enmudecerlas únicamente después de muertas. En vida reivindicaron sin descanso el espacio que les correspondía.
En una ocasión, a Mallo se le ocurrió, junto a Dalí y Lorca, quitarse el sombrero para atravesar la Puerta del Sol. La pintora lo relató así: «Todo el mundo llevaba sombrero, era algo así como un pronóstico de diferencia social, pero nos pareció que estábamos congestionando las ideas y nos los quitamos. Nos apedrearon, llamándonos de todo». La anécdota dio pie a que las mujeres del 27 fueran apodadas Las Sinsombrero, cuyas obras lucen ya libres de polvo y olvido.
CONCHA MÉNDEZ
Déjame (A María Zambrano)
No corras tanto, tiempo;
deja ya de empujarme
como si fueras viento.
Sé que a un final me llevas,
pero no tan aprisa,
déjame que me entere
de lo que es esta vida.
Quisiera tener varias sonrisas de recambio...
Quisiera tener varias sonrisas de recambio
y un vasto repertorio de modos de expresarme.
O bien con la palabra, o bien con la manera,
buscar el hábil gesto que pudiera escudarme...
Y al igual que en el gesto buscar en la mentira
diferentes disfraces, bien vestir el engaño;
y poder, sin conciencia, ir haciendo a las gentes,
con sutil maniobra, la caricia del daño.
Yo quisiera ¡y no puedo! ser como son los otros,
los que pueblan el mundo y se llaman humanos:
siempre el beso en el labio, ocultando los hechos
y al final... el lavarse tan tranquilos las manos.
A Manolo, en su irremediable ausencia
Fue tan inesperado...
Por camino de luces
te vi marchar un día.
Ibas, sin yo saberlo,
a internarte en las sombras
donde tenue esperanza
me queda de encontrarte.
Pero será aquel niño
que perdimos, tan nuestro,
el que ya de tu mano
llevarás por la gloria.
Os veo a los dos juntos
-él, sus cabellos rubios,
tú, los cabellos canos-
andando por los cielos
como niños perdidos.
Mientras aquí el silencio
en torno, se ha agrandado
y sólo son mis ojos
los que riegan la ausencia.
A todas las albas (A María de Maeztu)
A todas las albas voy
a sentarme a la ribera.
No sé qué dicen que soy.
Yo sólo soy marinera.
Mi vida por ver el mar,
y cien vidas que tuviera.
Y no me quedaré en tierra,
no me quedaré, no, amante,
que me han hecho capitana
de la marina mercante,
y he de marchar en un alba
por los mares adelante.
Ni me entiendo ni me entienden...
Ni me entiendo ni me entienden;
ni me sirve alma ni sangre;
lo que veo con mis ojos
no lo quiero para nadie.
Todo es extraño a mí misma,
hasta la luz, hasta el aire,
porque ni acierto a mirarla;
ni sé cómo respirarle.
Y si miro hacia la sombra
donde la luz se deshace,
temo también deshacerme
y entre la sombra quedarme
confundida para siempre
en ese misterio grande.
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