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Escuela de Espectadores
Viernes, 4 de abril 2025, 12:55
El jueves 20 de febrero se estrenó en Málaga la segunda producción para esta temporada de Factoría Echegaray 2024/2025: 'De lentejas y garbanzos', conocida como la primera obra escrita por Miguel Romero Esteo, profesor universitario, autor 'maldito' del teatro español de la posguerra, ganador del Premio Europa de Teatro (1985), del Premio Nacional de Literatura Dramática (2008) e Hijo adoptivo de la Ciudad de Málaga (2012). Esta obra, coproducción entre la Asociación Miguel Romero Esteo y Factoría Echegaray, adaptada por numerosos autores malagueños de reconocida trayectoria y dirigida por Rafael Torán, se ha podido ver en el Teatro Echegaray durante dos semanas, entre el 20 de febrero y el 1 de marzo, y, en Escuela de Espectadores-Factoría Echegaray, hemos realizado una crítica que aúna su recepción por parte de los espectadores que forman nuestra Escuela, analizando el proyecto durante cuatro sesiones de trabajo: análisis inicial del texto, asistencia al ensayo, ver la función junto con un coloquio posterior con el equipo artístico y hacer un balance final de lo visto junto a su director. Por lo tanto, lo que se recoge aquí, es el análisis crítico de 'De lentejas y garbanzos' realizado por los participantes de la Escuela.
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Es importante, para comenzar, resaltar la gran transformación que 'De lentejas y garbanzos' ha experimentado en su paso del texto original a su puesta en escena. Mientras que la lectura del manuscrito de Romero Esteo nos remitía al costumbrismo rural de los años sesenta en España, la puesta en escena planteada por Rafael Torán, presidente de la Asociación Miguel Romero Esteo, nos hace partícipes de un gran dosel teatral en el que, desde el rito y los coros griegos, viajamos hasta Brecht y la vanguardia para aterrizar como espectadores en un ejercicio escénico de la más exquisita, medida y coherente contemporaneidad.
'De lentejas y garbanzos' nos habla de la miseria humana, de eso no nos cabe duda. De una miseria implantada en el ADN de nuestros hogares, de nuestras creencias, de nuestro país. De una miseria profunda y compleja que se aferra a la religión, a la pobreza de espíritu y a la ceguera de la esperanza por el cambio, para minar desde dentro los cimientos vitales de sus protagonistas, en este caso, una familia española de los años sesenta formada por una madre devota (Ana Moreno), una hija «loca» (Alejandra Cid), una novia extranjera (Virginia de Morata) y dos hijos, Pedro (Javier Viana) y Manolo (José Manuel Taracido), enfrentados entre sí a modo de unos castizos Caín y Abel por el «poderoso caballero Don Dinero». Enfrentados por un desarraigo profundo que los confunde, y les hace olvidar aquello que los espectadores vemos evidente: que son tan semejantes en carencias que, el uno por ingenuo y el otro por borracho, se encuentran presos en un círculo vicioso del que no saldrán jamás.
La interpretación del elenco, encarnando a esta familia desastrada, es reseñable. Ya no sólo por el viaje de la comedieta a la tragedia, que los intérpretes transitan sin que perdamos del foco «la careta» de sus personajes. Sino porque, tras esa máscara en la que se escudan sin saberlo, nosotros, desde el patio de butacas, somos capaces de sentir, de intuir, y de que nos apele, todo lo que no se dice, todo lo que ni ellos ven. Todo el peso de una patética existencia que, resumida en esos cinco individuos, se torna en universal. Hay que destacar sin duda la inquietante beatitud de Ana Moreno; la versatilidad de Virginia de Morata, sobretodo en los momentos más trágicos del desenlace final; la jocosidad inocente de Javier Viana; la frustración desmedida de Taracido y, por encima de todos ellos, el aura de pureza, esperanzas vanas y muñeca rota con la que nos atrapa y nos arrastra una magnífica Alejandra Cid. Sin olvidar, por supuesto, la importancia del coro. El coro que ellos mismos encarnan y que pone la guinda de calidad a un conjunto que, en sus códigos internos, roza la perfección del «embrujo teatral».
Destacan también la dirección concisa, estudiada y limpia de Rafael Torán que, sin duda, rinde un más que correcto homenaje al texto de Romero Esteo y lo eleva a un mayor estatus de significación y estética sin perder su esencia; el diseño de iluminación de Pedro Serrano, que acompaña y complementa con buen gusto; una escenografía, a modo de círculo sagrado, que encierra todo el sentido de lo que se quiere contar y, por supuesto, las brillantes caricaturas de Idígoras, que siempre suman ingenio allá donde estén.
Podemos decir que 'De lentejas y garbanzos' ha sido una incursión exitosa en la genialidad de Romero Esteo y su extrapolación al presente. Podemos asegurar que nos ha dejado poso y, unánimemente, valoramos, agradecemos y aplaudimos que la contemporaneidad, como en esta ocasión, tire del pasado más latente para captarnos, hacernos viajar y resignificarse.
Seguimos necesitando ver en escena las obras de nuestro genial Romero Esteo.
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