Juan Marsé
Cruce de vías ·
Vuelven imágenes de una de las personas que mejor ha influido en mi vida cotidiana sin darse cuentaEl pasado domingo me desperté triste sin saber por qué. La luz transparente y acogedora del amanecer invitaba a permanecer tumbado en la cama, sin ... embargo algo que yo aún desconocía perturbaba la plácida calma de un día tranquilo. En ocasiones, el sistema nervioso nos envía señales misteriosas como si presintiera lo que sucede incluso a mil kilómetros de distancia. Me levanté y encendí el ordenador para comprobar si había ocurrido alguna mala noticia. Los emisarios del universo virtual certificaron lo que hasta entonces solo era un inquietante presagio. De pronto, la relación con un ser querido se detiene para siempre y la memoria se encarga de resucitar el pasado en un compartimento estanco de nuestro cerebro. Algo así debe ser la inmortalidad, la memoria de los otros. El mensaje me impactó sin hacer daño, fue una sensación que no sé bien cómo explicar, un dolor íntimo tal vez. No suelo expresar los sentimientos en público, pero estoy haciendo una excepción. Vuelven imágenes de una de las personas que mejor ha influido en mi vida cotidiana sin darse cuenta. Me refiero al hecho de escribir y sus consecuencias. Los recuerdos son ondas cargadas de energía que se propagan en círculos concéntricos hasta perderse plácidamente en el horizonte.
Yo lo conocí hace cuarenta y cuatro años, él a mí veinte años después. Un día recibí una carta suya fechada el 9 de diciembre de 1996 y destinada al amigo Garriga. De repente y de forma inesperada, mi escritor favorito se presentó en casa encerrado en un sobre como si por un momento hubiéramos intercambiado los papeles. Se disculpó por la intromisión dictada apresuradamente por el entusiasmo y me dedicó unas palabras que guardo ocultas como el tesoro más valioso, aunque mi hermana también conserva una fotocopia de la carta enmarcada en la pared de su casa. Él tenía entonces dos años menos que yo ahora. Después seguimos comunicándonos por ese otro correo ordinario que no tiene nada que ver con el papel aunque afortunadamente mantiene el poder estricto de la palabra. Nos vimos algunas veces y siempre hubo una silente complicidad. No era necesario confirmar en voz alta nuestro amor compartido por las pelis y los personajes literarios de la infancia y adolescencia como El Coyote, Fu-Man-Chu, 'El embrujo de Shanghay' o 'Las nieves del Kilimanjaro'. Los dos acudíamos de chavales a las sesiones dobles del cine Roxy y de tantos otros cines de Barcelona que ya no existen. Desaparecieron las grandes salas de cine, los bares míticos, los billares, las calles sin apenas coches que marcaban nuestro territorio. Manzanas, chaflanes, pasajes y portales por los que actuábamos policías y ladrones, indios y cowboys, astros y estrellas. Ahora estoy a solas con él y lo escucho en silencio contar sus aventis con hombres de hierro, forjados en tantas batallas, soñando como niños.
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