Jenaro Talens: «El goce artístico requiere esfuerzo»
El poeta y ensayista abordará este viernes en el Museo Picasso Málaga los vínculos entre Bruce Nauman y Samuel Beckett
Uno abandonó la lengua materna para acoger una adoptiva y por ese camino librarse del peso de tener un estilo; el otro viajó por las ... fronteras de las disciplinas plásticas hasta torcerlas y diluirlas. En ambos casos, en sus respectivas travesías se atisba el horizonte de un arte sin artificio, una búsqueda del tuétano compartida por Samuel Beckett y Bruce Nauman, a quien ahora dedica el Museo Picasso Málaga (MPM) una potente retrospectiva. Y sobre los vínculos entre Nauman y Beckett reflexionará este viernes día 30 (19.00 horas) en el MPM el poeta, ensayista y catedrático Jenaro Talens, que atiende a la llamada de SUR desde su residencia en Ginebra.
–¿Qué une a Samuel Beckett con Bruce Nauman?
–No es tanto que lo que hacen los dos tenga un parecido desde el punto de vista temático, sino que hay una misma postura desde el punto de vista epistemológico a la hora de trabajar la materia artística. Más que nada, una especie de relación teórica sobre cómo pensar el hecho de pintar, de escribir o de intentar relacionar lo que se hace con el mundo que lo rodea. Es una relación, fundamentalmente, de posición ante el hecho artístico.
–¿Y qué diferencia esa posición de Beckett y Nauman de la emprendida por otros creadores?
–Hay una tendencia en la tradición occidental, que subrayó el propio Beckett, a trabajar sobre la base de acumular elementos, datos, hacer una especie de exhibición de riqueza, mientras que lo que planteaba Beckett, y lo que creo que plantea Nauman, es un proceso de empobrecimiento: partir de una concepción de que menos es más, por decirlo de una manera rápida. Hay una tendencia a ir quitando cosas, a dejar en la medida de lo posible los objetos que producen en su esqueleto. En ese sentido, hay una especie de ausencia de retórica, aunque la ausencia de retórica como tal no existe, si no más bien una retórica del minimalismo.
–¿Cree que el discurso mayoritario del arte ha ido en las últimas décadas justo en la dirección contraria?
– Posiblemente (ríe). Creo que una de las grandezas que tenía, en mi opinión, el arte de la segunda mitad del siglo XX, donde Beckett como él mismo decía se diferenciaba de Joyce y de la tradición que venía del modernismo, era precisamente el ir quitando todo lo superfluo, dejarlo todo en la mínima expresión como una forma de buscar la desnudez y no la bambolla y el revestimiento. Me temo que lo que podría haber sido el punto de llegada definitivo ha dado un poco marcha atrás y que estamos otra vez en una búsqueda de hacer lo contrario. En ese sentido, a mí no me extraña que para muchos de los escritores actuales lo que representan Beckett o Nauman es algo que suena a vanguardia sobrepasada. Yo creo que no es así, pero bueno.
–¿Y cuál ha sido, en su opinión, el papel del mercado en esa deriva?
–Hay una especie de banalización del mercado. Siempre se dice que de lo que se trata es de llegar a una mayoría, pero eso es una ambigüedad, porque ¿qué significa exactamente decir eso? Juan Ramón Jiménez decía que él escribía para la inmensa minoría. Pensar que la propuesta de gente como Beckett plantea dificultad... Bueno, vale, es verdad. ¿Pero quién ha dicho que el goce y el placer artístico es una cosa que cae del cielo? ¿Que requiere esfuerzo? Por supuesto. También subir a una montaña o hacer deporte requiere esfuerzo y nadie se extraña de que eso sea así. No veo por qué se considera que la práctica artística tiene que ser comprendida de una manera directa. En ese sentido, creo que lo que todo el mundo entiende es lo que nada tiene que entender, porque es la banalidad absoluta. Me parece mucho más digerible un arte mayoritario como pueda ser en el caso del teatro lo que en España hacía en su tiempo Alfonso Sastre o (Alfonso) Paso o gente así que una obra de Beckett. El hecho concreto es que los planteamientos 'beckettianos', después de todos los años que han pasado, siguen teniendo actualidad y la mayoría de ese arte de consumo pasa y desaparece y nadie se acuerda de él. Alguna razón hay detrás de eso.
La banalización
–Y ya que acude a la ciudad a un acto organizado por el Museo Picasso Málaga, ¿qué opina del papel del 'agente museo' en esa banalización del arte de la que habla?
–No creo que los museos sean los responsables de la banalización. Me parece que conservar el patrimonio cultural que ha ido produciendo la civilización es algo que hay que apoyar. Otra cosa es convertir los museos en una especie de iglesias, que la gente vaya allí a arrodillarse y adorar el elemento artístico. Un museo tiene una función fundamental: la conservación de la memoria, de lo que nos ha precedido, somos hijos de lo que ha pasado antes que nosotros. ¿Que muchas veces por las exigencias del mercado se potencian prácticas que sean más banales que otras? Es posible. Pero no creo que eso sea culpa del museo como tal, me parece que tiene más que ver con la lógica capitalista del consumo. El museo, como todo hijo de vecino, no puede escapar a los condicionamientos del mundo en que vivimos, pero la mayoría de los museos importantes del mundo no cumplen ese papel de banalización y por algo será.
–Ya que habla de esos condicionantes del mundo. ¿Cree que para un autor actual es más difícil escapar de esos condicionantes de lo que pudo serlo para Beckett o Nauman?
–El problema fundamental a la hora de escapar de esos condicionamientos muchas veces no es tanto un problema epistemológico como un problema económico. Es más fácil escribir lo que se supone que el mercado pide, porque así el autor cobra o recupera en forma económica la inversión de su trabajo, que si va por libre. Es un problema de opción. Por eso muchas veces los artistas más radicales no han sido precisamente millonarios. Creo que en ese sentido Beckett se arriesgó y, al final, desde el punto de vista económico, le salió bien, pero no es que nadara en la abundancia. Tuvo una vida bastante ascética, aunque el resultado creo que mereció la pena.
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