'Jauría' convierte al público en testigo de La Manada
El Teatro Cervantes trae a escena la premiada obra que se basa en las declaraciones del caso de la violación múltiple en San Fermín
En el mismo tiempo que duró la representación de esta obra, casi a la misma hora del día anterior, a los espectadores del Festival ... de Teatro les dio tiempo a devolver sus entradas, volver a comprarlas con las nuevas restricciones de aforo y de horario, y agotar de nuevo todas las localidades disponibles en el Cervantes. Es plausible el empeño de la audiencia y de los profesionales implicados en esto de seguir haciendo cultura; un esfuerzo que, al menos para el público, fue recompensado con creces mediante el goce de un espectáculo redondo que nos permite darle la razón a todos los premios que se ha llevado y que te deja un mal cuerpo difícil de olvidar.
Para empezar, 'Jauría' resulta asombrosa por un ejercicio de adaptación de los miles de folios de declaraciones de la víctima y de los acusados a un texto dramático coherente, y que no da descanso. No se ha añadido ni una palabra, fruto del trabajo de recopilación y fragmentación de Jordi Casanovas a una velocidad que resulta oportuna porque las secuelas están todavía latentes y la reflexión que propone es más útil ahora. El director, Miguel del Arco, explota todas las posibilidades de la escena, que no son pocas. El reparto está encabezado por María Hervás, la víctima, que hace en 'Jauría' un trabajo que quita el aliento; durante la mayor parte de la representación, su personaje permanece en estado de shock y lo mantiene tan alto que es increíble que llegue entera hasta el final. Durante los aplausos, la actriz vuelve a la vida y se derrumba.
La Manada, por su parte, está interpretada por Fran Cantos, Pablo Béjar, Ignacio Mateos, Javier Mora y Martiño Rivas. Algunos son conocidos por la televisión y eso ayudó a una bajada de la media de edad de la audiencia, que también es importante. Los cinco actores componen un coro que se transforma en un único monstruo. Todos impostan muy bien el acento andaluz, lo cual puede resultar irritante para nosotros pero qué le vamos a hacer, si esos tipejos eran de aquí. Hay cantes y bailes que rozan un musical rociero hasta que terminan resultando grotescos.
Ya avanzada la función, con frases y gestos que caen en el espectador como auténticas losas, los mismos actores interpretan a jueces y abogados defensores y ahí se nos dice que el sexismo también está implícito en un proceso judicial masculinizado, en el que se produjo la vileza de intentar responsabilizar a la víctima de la carga del delito. Está latente la incapacidad, del sistema o de nosotros, los hombres, para comprender el efecto paralizante que produce el miedo cuando hay sometimiento. También aparecen las conversaciones de ese siniestro grupo de 'whatsapp' que les delata como los depredadores sexuales que son.
Un círculo
La escenografía es otro de los aciertos de 'Jauría': todo el relato se pronuncia en las salas de un juzgado que se transforma con soltura en el lugar en aquella mazmorra de tres metros cuadrados. No resulta agradable ver a la protagonista sometida en el centro de un círculo formado por cinco brutos vociferando con la despreciable esencia de la identidad de macho alfa, ni escucharla explicar sus gestos a los jueces, o por qué no hizo lo que se esperaba de ella como víctima. En el tramo final, en otro de los interrogatorios, hay una luz cada vez más fuerte que apunta al público y aparecemos, de alguna manera, otra vez en la escena de un suceso que cambiaría la forma de entender algunas cosas. A uno de los acusados se le pregunta por qué la abandonaron y por qué no le preguntaron si ella se había sentido bien. El motivo no es otro que el desprecio absoluto y la cosificación. 'Jauría' ayuda a entender mejor muchas cosas y a que hagamos una definitiva reflexión sobre la masculinidad.
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