Los invisibles
Cruce de vías ·
Últimamente he tenido que cambiar mucho sin darme cuenta y por eso nadie me reconoceC reo que me he vuelto invisible. Voy por la calle, me cruzo con un conocido, y cuando me acerco a saludarlo pasa de largo. ... Lo primero que pienso es que últimamente he tenido que cambiar mucho sin darme cuenta y por eso nadie me reconoce. No sé, probablemente sea eso, no encuentro otra explicación. No recuerdo haber tenido ninguna pelea ni hablar mal de nadie en los últimos años. Cuando llamo a alguien por teléfono no me contesta o dice que en ese momento no puede atenderme y que luego llamará. Pero nada, la última llamada la recibí la semana pasada. Una voz desconocida me preguntó si tenía seguro de entierro, le contesté que cuando muriera ya vería que decisión tomaba. Únicamente me saludan con amabilidad las dependientas de la panadería y del supermercado adonde suelo acudir todos los días, aunque presiento que ellas también son invisibles y cuando se cruzan con los clientes por la calle tampoco las saludan.
He tomado la decisión de encerrarme en casa y salir solo para realizar las compras imprescindibles, aunque ahora que lo pienso ya hace años que no suelo prodigarme en público. La mayoría de mis salidas son lejos de la ciudad, pero los meses de verano no animan a viajar. Me gusta buscar esos destinos solitarios que apenas quedan en el mundo. Las muchedumbres me espantan. Así que paso el tiempo en casa y solo salgo a primera hora de la mañana para realizar las compras.
Este aislamiento influye cada día más en la vida cotidiana. Le he puesto nombre a las salamanquesas que hay en la terraza y a las orquídeas que están en el comedor. Les hablo todos los días y todas las noches. No me responden con palabras, no hace falta, ellas me aportan cosas tan necesarias como la compañía y la ternura. Hasta hace unos meses ponía la tele para ver los noticiarios. Supongo que lo que buscaba era que un día hablaran de alguien como yo: un hombre a quien nadie echa en cuenta y que piensa de sí mismo que es una especie de cuerpo transparente que recorre las calles como un fantasma. Hasta que me cansé de ver fantasmas de carne y hueso que se creían el centro del mundo sin darse cuenta que se estaban muriendo.
Ahora estoy creando una Liga de Personas Invisibles. No nos citamos en ningún sitio concreto porque resultaría imposible encontrarnos, aunque tal vez me llevara una sorpresa y recobrásemos la imagen al reflejarnos los unos en los otros como pasa con los espejos. Hoy llamaré a los invisibles para proponerles realizar encuentros de cuatro o cinco personas, seis como mucho. Les contaré que ayer leí un libro magnífico cuyo autor decía que los sabios se mantienen invisibles. Esta afirmación me ha devuelto la vida y he de confesar que me produce una enorme satisfacción, sobre todo viniendo de quien viene, uno de mis escritores favoritos. Alguien que pasó siempre desapercibido antes de morir. Hoy sigue siendo invisible, pero muchísimas personas lo tienen presente.
En este preciso momento, oigo pasos al otro lado de la puerta. No pueden ser las salamanquesas ni las orquídeas, conozco bien sus pisadas y el sonido sordo de su respiración. Sin duda son ladrones. Me asomo al quicio de la puerta y descubro la silueta de dos hombres que vienen hacia el cuarto. Me siento para recibirlos. Empujan la puerta y miran alrededor como si buscaran algo concreto. Abren cajones y vuelcan su contenido en el suelo. Yo me quedo inmóvil delante del ordenador. Uno se coloca justo delante de mí y observa la pantalla. No le llama la atención lo que acabo de escribir. Tampoco creo que les interese llevarse el ordenador. Abandonan la habitación y se dirigen al dormitorio. Voy tras ellos, cojo el teléfono móvil que está sobre la mesilla de noche y llamo a la policía. Entonces salen corriendo.
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