Hotel de las jirafas
Una sola noche en ese hotel ocuparían cientos de noches en la memoria
Me fascinó oír hablar de ese lugar hace muchos años y desde entonces sueño tener una granja en África al pie de las colinas de ... Ngong, como la granja que tenía Karen Blixen o Isak Dinesen, da igual el nombre, era la misma mujer. Después de leer el libro 'Lejos de África' vi la película y el interés fue creciendo dentro de mí como un deseo oculto. Hasta que el otro día descubrí que hay un hotel en Nairobi desde cuyas ventanas se divisa el monte Kilimanjaro y las colinas de Ngong. Una de sus habitaciones contiene los muebles que Karen Blixen vendió para pagar sus deudas tras perder la plantación de café. Ahora mi máximo objetivo es acudir allí para ver los animales salvajes paseando por la llanura con el monte Kilimanjaro en el horizonte; como hizo Hemingway o Gregory Peck cuando se pusieron en la piel del escritor que sufre una gangrena en la pierna derecha y aguarda que llegue la muerte en una de las tiendas del campamento que había en el mismo lugar del hotel.
Miro las fotos del hotel y veo las jirafas asomándose al interior a través de las ventanas abiertas con la esperanza de que los clientes compartan con ellas el desayuno. Ojeo el precio y compruebo lo caro que son algunos deseos. Una sola noche en ese hotel ocuparían cientos de noches en la memoria. Cuando después me acostara en casa, miraría la luna y recordaría la noche que pasé sin dormir contemplando la silueta resplandeciente del Kilimanjaro. Un sueño inolvidable. Como tampoco olvido el día que estuve paseando con Isak Dinesen y confesó que todo lo que veía en las tierras altas de África reflejaba libertad y poseía una inigualable belleza. «Estoy donde debo estar», pensó ella entonces y yo también deseo pensarlo algún día.
Desde que descubrí la existencia del Hotel de las Jirafas vivo obsesionado con la montaña de 5.913 metros de altura con la cima cuadrada cubierta de nieve. Su nombre en masai es 'Ngàje Ngài', La Casa de Dios. Cerca de la cima se encuentra el esqueleto seco y helado de un leopardo, y dice Hemingway que nadie ha podido explicar nunca qué buscaba el leopardo por aquellas alturas. Un interrogante, como tantas otras cosas que pasan en la vida y tampoco tienen explicación. Mi obsesión no es subir a la montaña sino simplemente mirarla desde la cama de Isak Dinesen, o ni siquiera eso, desde la ventana de cualquier otra habitación del hotel. Y ver los baobabs que crecen en la llanura, esos árboles que pueden vivir hasta dos mil años libres y felices sin moverse del sitio ni decir nada. Y por la noche, acariciar el pelaje blanco grisáceo con manchas negras del leopardo que estoy seguro permanece allí, en lo más alto, esperándome.
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