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Hanna Schygulla responde al teléfono desde su casa de París. Habla en un correcto español, con el mismo acento y la misma calma que hace ... 30 años le hicieron parecer tan enigmática en la miniserie cubana 'Me alquilo para soñar' (1992). Allí aprendió el idioma y, casi al mismo tiempo, se enamoró de la palabra de Borges. Le bastó leer una frase suya para rendirse a su obra. Fue una maquilladora de aquella producción la que se lo descubrió, porque «en aquella época la gente estaba muy informada sobre la poesía». Y decía así: «No hay una cosa que no sea una letra silenciosa de la eterna escritura indescifrable cuyo libro es el tiempo», repite ella estudiando cada palabra antes de pronunciarla.
«Me hizo reflexionar. Hay algo que se escribe sin autor que es el libro del tiempo. Estimula la imaginación y una conciencia en algo metafísico», explica. Ahí empezó un vínculo que dura hasta hoy. Hanna Schygulla (Alta Silesia, hoy Polonia, 1943) «recicla» el espectáculo que ella misma protagonizó hace dos décadas con una selección de cuentos cortos de Borges, atravesados por tangos populares.
Esta vez cede el escenario a la actriz argentina Andrea Bonelli, como una bella forma de devolver a Borges «a sus orígenes», y ella asume la dirección. «Porque el cuerpo no puede como antes, pero la mente todavía puede bastante», asegura. 'Borges y yo, recuerdo de un amigo futuro' estará este lunes, 20 de enero, en el Teatro Cervantes, dentro de la programación del Festival de Teatro de Málaga (20.00 horas; 24 euros).
A sus 81 años recién cumplidos, Hanna Schygulla no necesita alimentar el ego. Con premios en los festivales de Berlín y Cannes, entre otros muchos reconocimientos, a la creadora alemana le sobran los galones: es una leyenda viva de la interpretación, un mito del cine europeo de autor y la gran musa del cineasta alemán Rainer Werner Fassbinder ('El matrimonio de María Braun', 'Lili Marleen', 'Las amargas lágrimas de Petra von Kant', entre otras películas). «Es agradable pensar que no todo se pierde después de que tú, inevitablemente, te pierdas», reconoce, pero no se recrea en esos títulos. «Disfruto cuando me hacen definiciones así y no las extraño cuando eso no pasa», dice. Y añade con perspicacia: «De leyenda viva a mí me importa la palabra viva».
Reconoce sentir «asombro» cuando piensa en su edad. «¡Cómo que yo tengo 81 años!», exclama. Confiesa que le irrita («me da un ataque de rabia») darse cuenta de que todo le cuesta más: llegar a tiempo, ser rápida o tener varias cosas entre manos. «Y entonces me digo. ¡Cállate! Ya tienes 81, ¿qué quieres? No eres un tren de alta velocidad, deja de jugar esa ley no escrita de que hay que ir acelerada en todo. No es acelerando como vas a vivir más, a veces hay que hacer justamente lo contrario», reflexiona con honestidad. Porque en esta era hemos perdido el don de la templanza y el sosiego. «El pasado no es que fuera mejor, pero había más tiempo. No había ese '¡corre corre!' ¿Hacia dónde? Nos hemos acelerado», repite.
Ella disfruta «mucho» de esta etapa de su vida con menos obligaciones y más tiempo. Busca la armonía entre un cuerpo que no tiene la agilidad de antes y una mente que no se frena. «Y no siempre la encuentro, pero estoy en eso». Sigue haciendo colaboraciones en cine, pronto se estrenará una película que rodó el año pasado con un joven director, y colabora con festivales, como el Green Vision, de la ciudad alemana de Potsdam, donde ha creado un premio con su nombre. «Todavía me llegan cosas, no mucho, pero no quiero mucho más».
Dice que en este momento de su vida solo le interesa lo que le «toca profundamente». Pero Hanna Schygulla está en el mundo. No oculta su preocupación por el cambio climático –y hace referencia a la dana de Valencia y a los incendios de Los Ángeles– ni la deriva de la política mundial. «Trump y Musk, ¡qué pareja más horrible!», lamenta. Pero no quiere caer en la desesperanza. «Trato de no llenarme solamente de esas corrientes devastadoras, porque si no, te entra una parálisis que no ayuda». Y deja como despedida una frase maravillosa: «El arte de vivir ahora es conservar la alegría de vivir a pesar de esto».
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