Gloria
Cruce de Vías ·
Cuando oigo hablar de huracanes, yo les pongo rostro de mujer e imagino sus vidasEl domingo pasado se marchó Gloria después de pasar unos días en casa. Esa misma mañana salió el sol y por fin cesó la borrasca ... que curiosamente también se llamaba Gloria. La diferencia es que una vino para disfrutar unas breves vacaciones mientras que la otra se dedicó a arrasar todo lo que encontraba a su paso, desbordando ríos, inundando campos, pueblos y ciudades, incluso cobrándose vidas. El último día, antes de que ambas se despidieran, me desperté al amanecer y contemplé la calle blanca y resplandeciente como un río helado. Mientras preparaba el café oyendo caer el granizo, pensé en la enorme diferencia que había entre ambas tanto en el carácter como en la forma de manejarse por la vida. Mi amiga Gloria pasaba por la vida sin hacer ruido, despacio, observando las cosas detenidamente. La otra era un ciclón. Como la vida misma.
Desde siempre me atraen los nombres de los huracanes. El primero que recuerdo se llamaba Inés. Se presentó como uno libro cerrado que enseguida llamó mi atención. Lo abrí y encontré un vendaval de palabras, una historia fantástica: 'Ines, Just Coming' de Alfonso Grosso. Leo en su primera página mi nombre y el año que lo leí, 1974. Cuánto ha llovido desde entonces. Días felices y tranquilos, alguna que otra tormenta. Borrascas que habitualmente pasan de largo sin producir daños, pero en ocasiones puntuales destrozan todo lo que encuentran en el camino. Hay fuerzas de la naturaleza que no podemos controlar. Cuando Inés se acercaba, la ciudad entera se puso a temblar. La voz de alarma se propagaba por todas partes: Inés está llegando. La gente sellaba puertas y ventanas. Unos se quedaban dentro de las casas en silencio y otros se refugiaban del peligro en lugares más seguros. Desde entonces, cuando oigo hablar de huracanes, yo les pongo rostro de mujer e imagino sus vidas tan breves, poderosas e intensas como la vida de Inés.
Hoy no sopla el viento de levante ni tampoco el viento de poniente. La mar está plana, el cielo azul. La terraza cubierta de tierra y hojas muertas. Gloria quería limpiarlo todo antes de irse, pero no lo consentí. La acompañé al aeropuerto. «Os vais las dos volando», dije. «¿Qué dos?», preguntó. «Gloria y tú», ella sonrió. Regresé a casa y me puse a recoger las consecuencias de la borrasca. Las previsiones del tiempo anunciaban altas temperaturas, así que puse la lavadora. Un pequeño huracán doméstico. Después dejé las toallas y las sábanas secándose al sol del mediodía, la vida interior al aire libre, una combinación perfecta. Gloria llamó por teléfono nada más llegar. Agradeció los días de descanso y se disculpó por haber interrumpido la vida cotidiana que yo había dejado en compás de espera hasta que Gloria y ella se fueran.
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