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Enanos cingaleses en 1897 rumbo a Copenhague, bailarines tibetanos llegados a Wembley (Londres) en 1924 y una aldea de Eritrea trasplantada hasta Milán allá por 1906. Letras rojo sangre sobre una cinta translúcida cruzan los mapas como esos pueblos cruzaron el mundo. Porque los mapas y las palabras nunca son inocentes; más bien, todo lo contrario. Estos diagramas tienen una belleza antigua y muestran, como el resto, una visión del mundo muy concreta, europea y eurocéntrica. El Viejo Continente está en el corazón del tablero geográfico y hacia él se mueven los pensamientos, las personas y sus prejuicios. También la vocación de fractura, el dedo en la llaga puesto por la artista chilena Voluspa Jarpa en su proyecto 'Zoo', basado en las exposiciones de seres humanos no blancos que desfilaron por Europa y Estados Unidos entre 1845 y 1958, diez años después de la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Pero a quién le importa eso.
Le importa, por ejemplo, a los promotores de la Bienal Sur, que no se mueven a engaño, pero tampoco miran para otro lado. «El arte no cambia la sociedad, pero hace pensar a la gente y es la gente la que puede cambiar la sociedad», lo sostiene sin un titubeo Aníbal Jozami, rector de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF) de Buenos Aires, promotora de la Bienal Sur, presentada este martes por él mismo como «una gran manifestación cultural universal nacida desde Sudamérica que está llamada a cambiar las reglas del mundo del arte». Y en España la palanca de cambio de la Bienal Sur hunde sus raíces en La Térmica, el centro cultural de la Diputación Provincial convertido en sede española de la tercera edición del evento dedicado a la creación contemporánea y desplegado en 150 proyectos repartidos en 50 ciudades de 23 países.
Las instituciones colocadas en la cima de la pirámide del sistema artístico mundial conviven aquí con «lugares muy vulnerables» de todo el globo en un proyecto transversal y reticular, tejido a partir de una red de relaciones institucionales, pero también intelectuales, que busca para cada sede un proyecto específico, un discurso propio ajeno a la vocación de paracaidista. Para ello, los promotores de Bienal Sur lanzan una convocatoria abierta en todo el mundo para palpar cuáles son los asuntos que marcan el debate artístico. Recibieron más de 1.500 propuestas y vieron dos ejes centrales: las políticas del arte y las migraciones. Y ahí cuajó la idea de llegar a Málaga, «una zona porosa, de frontera», en palabras de Diana Wechsler, directora artística de la Bienal y comisaria del proyecto presentado en La Térmica hasta el 1 de noviembre.
Un proyecto abierto en canal para repartirse en dos exposiciones distintas, pero complementarias, firmadas por cuatro mujeres artistas sudamericanas: la chilena Voluspa Jarpa y su 'Zoo' y las piezas de la uruguaya Paola Monzillo y de las argentinas Graciela Sacco y Agustina Woodgate reunidas en 'Cartografías disidentes'. Porque el desembarco de la Bienal Sur en La Térmica no parece guiado por ese afán esteticista que arrulla buena parte de las programaciones de los museos y centros de arte de todo el orbe hasta dejarlos medio adormecidos. Aquí hay una notable carga política detonada por el deseo de hacer pensar. «Vivimos atravesados por convenciones y este es un intento de repensarlas de nuevo. Ya que el mundo no parece ir demasiado bien, ¿por qué no ensayar otras alternativas?». Y la pregunta de Diana Wechsler, constructiva y cabal, queda suspendida en el aire frente a los mapas intervenidos por Jarpa.
Firma la artista chilena en la primera sala una instalación a partir de diversos dispositivos que ponen ante la mirada del espectador los recorridos forzosos de los seres humanos exhibidos como animales de feria en la Europa blanca. Para Wechsler, las piezas Jarpa «nos muestra flujos de población, pero también elementos que siguen activos de manera residual en nuestro modo de pensamiento». Ahí están las alusiones a 'los negros', 'los chinos' y otros habitantes del globo. «Nos gusta pensar que cada espacio de arte es también un estado de pensamiento. Y por eso invitamos a tratar de pensar este presente y a tratar de poder convivir en la diferencia», lanzaba la directora artística de la Bienal, que brinda en la segunda sala dedicada a Jarpa la obra de raíz más pictórica de la artista, con lienzos imponentes como 'Contrillana' y 'Tribu kawesgar' (ambos de 2019) junto a piezas más conceptuales en torno a estos zoológicos humanos.
Una propuesta saludada como «un hito» por el presidente de la Diputación Provincial, Francisco Salado, quien ha valorado el esfuerzo de la Bienal por mostrar «nuevas formas de pensar el mundo en que habitamos». Así, el presidente provincial ha valorado en el proyecto de la Bienal Sur «el desafío de mirar y volver a mirar, de preguntarse sobre aquellos hechos que se dan por sentados». Ese precepto cuaja en las 'Cartografías disidentes' expuestas en La Térmica, sobre las que también reflexiona en uno de los textos del montaje el catedrático de la Universidad de Málaga y coordinador de la Bienal en La Térmica, Eugenio Carmona, «pieza inestimable en todo esto», en palabras de Jozami.
«Bienal Sur surgió desde un planteamiento propositivo, sin antagonismos, en la voluntad de demostrar que el arte latinoamericano saber generar sus propias iniciativas y sus propios discursos, al tiempo que sabe gestionarse a sí mismo», ofrece Carmona sobre la propuesta que desemboca en una sala final donde espera un mapamundi de Paola Monzillo hilvanado en la pared a partir de agujas unidas con un hilo oscuro que desciende hacia una almohada blanca, donde cose una sentencia: «Este es el territorio que habito». Porque el mundo es un lugar físico, pero también mental.
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