Enfrentados
Cruce de vías ·
Por un momento, estuve dudando si la conversación que había escuchado era real o la había confundido con la película de espíasHacía tiempo que no viajaba en tren. El otro día ocupé un asiento con mesa en el AVE. Cuatro plazas enfrentadas, dos contra dos. A ... mi lado quedaba un asiento libre que no ocupó nadie en todo el trayecto. Uno de los pasajeros que tenía enfrente ayudó a colocar el equipaje en el maletero al hombre mayor que viajaba a su lado.
–Muchas gracias.
–Me siento muy orgulloso de ayudarle, señor... –respondió con tono de admiración el más joven. Dijo el nombre y los dos apellidos del compañero de asiento, como si se tratara de alguien famoso. A mí no me sonaba de nada y lo olvidé inmediatamente.
Mientras miraba por la ventanilla, ellos se pusieron a hablar de bombas.
–El mundo está orgulloso de mí, mi país está orgulloso de mí, pero yo no estoy orgulloso de mí –sentenció el anciano con un acento extranjero del que no supe precisar el país. Tras unos segundos de silencio, preguntó: ¿Qué hace usted en la vida?
–Psiquiatra.
–Usted es médico, procura curar a las personas, salvarlas. Lo que yo he inventado conduce a la hecatombe. Si supiera lo que hay en mi cabeza es espantoso –dijo señalándose la sien.
–¿Una nueva bomba? –preguntó expectante el psiquiatra.
–Menos que eso y mucho más. Por lo que cuesta una bomba, yo fabricaba doscientas o trescientas. En lugar de utilizar diez kilogramos de uranio o plutonio para la explosión de una bomba de hidrógeno, yo usaba algo como un motor, con ello reducía la masa crítica y la reacción en cadena no se interrumpía. Algo tan fácil hacía la bomba sencilla y barata. El asesinato en masa al alcance de todos. ¿Sabe una cosa?, las ideas giran en las neuronas, luego se enlazan y ya está. No es posible desligarlas.
–Usted no es responsable de las consecuencias de su invento.
–No. Sin embargo, veamos doctor, usted es psiquiatra, dígame, se lo ruego, ¿no existe el medio de borrar una idea, de arrojarla del cerebro y destruirla completamente, que incluso la tortura sea incapaz de hacerla subir a la superficie?
–No, no lo creo.
–Entonces hay que destruir el cerebro. Solo queda quitarlo de en medio para no hablar jamás.
–No tiene derecho a tomar una decisión así. Usted puede inventar algo que no sean bombas.
–Ellos no lo permitirían. Lo que quieren es la muerte, la muerte de los otros. El chantaje de la muerte. Todos quieren tener razón y su única razón es la fuerza, créame.
Los dos permanecieron en silencio hasta que el psiquiatra lo invitó a tomar café. Me quedé solo mirando las imágenes que se proyectaban en la pantalla del televisor y, por un momento, estuve dudando si la conversación que había escuchado era real o la había confundido con la película de espías.
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