Un encuentro casual
Me identifico con el protagonista de las historias que cuenta Chever. Ignoro si las ha vivido o las inventa, sólo sé que son ciertas
Me levanto sin prisas y con todo el tiempo del mundo. El tiempo es siempre el mismo pero cambia depende de los compromisos y tareas ... que tengamos que cumplir. Últimamente hago vida de jubilado, aunque sin cobrar pensión. Creo que este será el signo de mi vida hasta que el tiempo se detenga. Por las mañanas releo antiguas lecturas que en algún momento me entusiasmaron. Ahora estoy con John Cheever. Me identifico con el protagonista de las historias que cuenta. Ignoro si las ha vivido o las inventa, sólo sé que son ciertas. El azar hace que coincida precisamente con Cheever en la cola del supermercado, tanto él como yo hemos comprado cuatro botellas de vino. Los dos aguardamos turno en la caja rápida exclusiva para clientes con un máximo de diez artículos. Alguien que va delante lleva el carro repleto de toda clase de alimentos, bebidas y productos de limpieza. «No soporto la gente que se aprovecha de la amabilidad de los demás –le recrimina Cheever en voz alta–. ¿Por qué cree que han puesto un cartel que dice máximo diez artículos?, para que el supermercado funcione mejor para todos. Usted es como los que roban cosas en las tiendas, sólo que en lugar de robar lo que está a la venta, roba nuestro tiempo».
Cheever se refiere a la amabilidad de ciertas personas que ante una situación incómoda permanecen calladas y miran para otro lado. La mujer que está justo delante de mí suscribe las palabras de Cheever y añade: «¿Para qué han puesto el cartel si luego usted no hace caso? Esto nos incumbe a todos. Es como conducir por la derecha. Hay que respetar unas normas básicas porque de lo contrario las cosas no funcionan y se paran. He dejado a mis dos hijos solos en casa porque contaba con poder salir por la caja rápida sin tener que esperar detrás de alguien que lleva la compra de todo el mes».
«¡Bien dicho, señora, bien dicho!», dice el último de la fila, un hombre mayor que lleva en la mano una sola bolsa con la cena congelada.
«Leo y releo sus libros desde hace muchos años y me ha encantado coincidir con usted. Lástima que estén todos los bares cerrados y no pueda invitarlo a cenar», le confieso a Cheever. «¡Pescado frito!», exclama al oírme. Después afirma que la fritura de pescado fue uno de los primeros grandes hallazgos que se produjeron en el planeta tras el descubrimiento del amor, la importancia de la caza y la constancia del sistema solar. Nos despedimos con una sonrisa cómplice. Un encuentro casual en la cola del supermercado produce la potentísima sensación de compartir con Cheever el presente casi cuarenta años después de su muerte. Un privilegio exquisito, aunque a él nadie lo haya visto excepto yo.
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