Desahucios mentales
Cruce de vías ·
El pasado es algo efímero compuesto por infinidad de instantáneas que un día se tiran a la basuraE l pasado fin de semana me dediqué a borrar todas las pistas. Rompí cartas, fotos, apuntes que había ido tomando para futuros relatos, manuscritos, ... recortes de periódico en los que aparecía mucho más joven. Lo llevaba pensando desde hace tiempo pero siempre encontraba alguna disculpa para postergarlo, quizá por temor a que yo también me rompiera por dentro o corriese el peligro de quedarme sin memoria. Esta obsesión por la memoria que guardo en cajas, álbumes y archivos. Hasta que comencé a eliminar huellas.
No resulta fácil explicar lo que uno siente cuando parte por la mitad fotos en las que está acompañado de personas con las que ha compartido periodos importantes de la vida, cartas íntimas como eran todas las cartas hasta que aparecieron los correos electrónicos y los mensajes del móvil. No sé por qué lo hice, ignoro qué motivos me indujeron a echarlo todo al contenedor de papel. Antes de romper las fotos, miré cada una de ellas por última vez. Entonces tuve una sensación extraña, como si realmente me despidiera de las personas con las que había compartido el pasado. Rostros y cuerpos que sigo teniendo presentes. Salvé del destrozo los álbumes con las fotos de mis padres de hace más de setenta años. Cuando se conocieron y casaron. Entonces mis hermanas y yo aún no habíamos nacido. Las mantuve intactas con el fin de respetar aquellos recuerdos ajenos que no tenía derecho a romper.
Ahora he ganado espacios en los armarios y estanterías para guardar otras cosas relacionadas con la vida cotidiana. Ropa y objetos sin importancia. Me produce cierta inquietud pensar lo que se oculta tras esta decisión de romper con el pasado. Quizá no quiero que nadie se ponga a curiosear mi vida privada. Los secretos sólo interesan a las personas implicadas. Tampoco yo quiero recrearme en el pasado que nunca vuelve. Dentro del contenedor de papel han quedado enterradas las sonrisas de los enamorados, la expresión feliz y confiada del joven que tiene toda una vida por delante, las páginas del escritor adolescente. Desde hace años, mi relación con los retratos ha sido absolutamente circunstancial. Me dispongo a posar para una foto como quien se detiene un instante para comprobar el nombre de una calle y seguir caminando sin importarle lo que deja atrás. Así será mi vida a partir de ahora.
Cuento esta anécdota personal porque ayer recibí un correo en el que me pedían una foto y no encontré ninguna ni en papel ni en el ordenador. Como no me gusta llamar la atención ni quiero que me consideren un tipo raro, esta mañana he enviado la foto que me ha hecho una amiga. Estoy excesivamente serio, mirando para otro lado, pensando en mis cosas. Una foto, un segundo. El pasado es algo efímero compuesto por infinidad de instantáneas que un día se tiran a la basura. Me río pensando en que los únicos escritos que he salvado del olvido son aquellos que más detesto. No es nada confidencial, todo lo contrario. He guardado facturas, documentos, pruebas que demuestran que habito desde hace años en esta vivienda de la que ahora pretenden echarme, como si yo también fuera una foto antigua que no tiene nada que ver con el presente. Igual que la marca que dejan los cuadros en las paredes de las casas abandonadas. No sé si me explico, la sombra de una sombra. Los bancos sólo tratan con fantasmas de carne y hueso.
Mañana comenzaré a llenar bolsas con las prendas de vestir que no tengo intención de volver a utilizar. Las depositaré en el contenedor de ropa y algún día me cruzaré con alguien por la calle que llevará puesto lo que yo abandoné. Me quedaré con lo justo para tirar adelante. Cuando la casa y el pasado estén limpios me sentaré con la esperanza de que también se despeje el porvenir lo antes posible.
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