Una corona particular
CRUCE DE VÍAS ·
La llamaré Li. La familia es de Wuhan pero se trasladaron a vivir a Málaga hace nueve años. Los padres tienen una tienda enfrente de ... un hotel. Li estudia en la Universidad. No mencionaré la carrera ni otros detalles porque no sé si ella quiere que cuente esta historia. La semana pasada, tras aumentar el número de infectados por coronavirus en la provincia, los padres de Li decidieron que la hija se hospedara en el hotel que hay enfrente de la tienda para preservarla de la epidemia. Desde entonces Li pasa el día encerrada en la habitación comunicándose con los padres y el resto del mundo a través de las pantallas del móvil e internet. No asiste a clase, no baja a la tienda, no pisa la calle, no se reúne con las amigas. Lo más curioso es que no echa de menos nada, se siente cómoda y asume la nueva situación con gran naturalidad.
La vida cotidiana de Li transcurre normal dentro de lo que cabe en una habitación de hotel. Se levanta temprano y pide que le suban el desayuno. Luego estudia. De vez en cuando estira las piernas. Mira la tienda familiar tras el cristal de la ventana, ve entrar y salir gente. La vida continúa y ella tiene la sensación de estar en el séptimo cielo. De hecho, ocupa la habitación 701. Aparte de estudiar y asomarse a lo que fue, hasta hace poco, su rutina diaria, Li mantiene conversaciones, ve la tele, películas, lee, se cambia de ropa, se contempla en el espejo, se recrea en sí misma. Li tiene 19 años recién cumplidos.
El otro día el padre le dijo que si continuaba aumentando el número de infectados habría que plantearse cerrar la tienda y volver a Wuhan. Ahora mismo es el lugar donde el virus está más controlado, dijo el padre. Li tiene un pequeño lío en la cabeza. Dice que la soledad y el descanso le gustan, pero quizá sea porque todavía lo considera una novedad. Cuando se canse de descansar surgirán las dudas. Actualmente su único problema es que no sale a correr y el reducido espacio de la habitación apenas le permite practicar deporte. Por supuesto, tampoco pisa el gimnasio del hotel. Cuando entran a desinfectar la habitación, ella aguarda en el pasillo con el traje antivirus y procurando aguantar la respiración el máximo tiempo posible. Como es lógico lleva mascarilla incluso cuando está sola. El pasado jueves, Li tomó la decisión de cortar la relación que seguía mantenido con su novio a través de la pantalla. La apagó de un soplido, el último beso. Seis días sin contacto directo habían bastado para desinfectarse. Ahora está sola, feliz, apartada de la epidemia mundial que todo lo contamina, disfrutando de unas vacaciones pagadas y viviendo como una reina sin corona.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión