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La gente lo para una y otra vez en calle Alcazabilla para pedirle un 'selfie'. Tanto que a Marilú Báez le cuesta hacer la foto ... para esta entrevista. Una pareja de Ciudad Real se acerca y le pregunta si se pueden hacer el enésimo retrato y, al despedirse del actor, le da las gracias «por hacernos reir». Salva Reina (Las Palmas, 1978) les devuelve eso que lo ha hecho cercano y popular, una sonrisa cómplice, aunque todo sea dicho, esta entrevista se la hemos pedido en plan drama. O más bien por un drama, su papel en 'El 47', Felipín, uno de esos secundarios sin los que la película no sería la misma. Tanto que le ha valido su primera nominación al Goya.
Refugiados en un bar, este malagueño nacido en Canarias derrocha humor y se sincera en esta entrevista en la que habla del esfuerzo tras el brillo del Goya, de la emoción inesperada de la candidatura, de su salida de Málaga sin terminar de irse, de su pasado como Chuki, del buen momento de su espacio escénico La Cochera, de su técnica CVL para escoger papeles y de que ve ganador de la estatuilla a su paisano y rival Antonio de la Torre. Antes de la primera pregunta, pedimos un americano con azúcar y un sombra con sacarina. No hay duda sobre su taza de la comanda: Reina es el que pasa por un momento dulce sin necesidad de edulcorante.
–¿A qué sabe la primera nominación al Goya?
–A una montaña de sensaciones: felicidad, alegría, responsabilidad, incredulidad, orgullo... Cuando lo escuché fue como si me hubiera tocado la lotería, como si el Málaga hubiera ganado al Borussia.
–Ja ja, sí que parece fuerte.
–Al final, tú estás trabajando y no echas cuenta de eso. Cuando quieres ser actor ves ahí lo de los Goya y, de repente, estar nominado es como zas, ¿qué ha pasado? Pero bueno, ahora mismo, tranquilidad y a disfrutar del momento.
–¿Había soñado con la elección?
–El que diga que no, miente. Los premios tienen mucho de parafernalia, pero te confieso que no creía que me iba a emocionar tanto. El premio son los dos años que llevo currando sin parar y que se acuerden de ti, que no falten los proyectos, que la vida continúe, que haya salud... ese es el premio real, pero cuando me ha tocado, he flipado.
–¿Se ve ganándolo?
–Sinceramente no. Aunque sea una frase hecha, que para mí no lo es porque no la he dicho nunca, estar en ese quinteto es increíble. Vivir este reconocimiento, esta alegría y el cariño de la gente, de verdad que me quedo con esto y me doy por satisfecho. Si toca, sería maravilloso, pero no sé si llegaré al escenario. Todos mis rivales son actores increíbles, pero creo que se lo llevará Antonio porque hace un trabajo clave en la película. Si yo tuviera que apostar, lo haría por él y me daría mucha alegría.
–Su personaje en 'El 47', Felipín, vive en Cataluña, pero tiene acento malagueño.
–Intenté hacer un personaje del Valle del Guadalhorce, de Pizarra, de donde es mi familia. Un hombre de campo basado en un tío de mi padre que recitaba poemas. El personaje no solo tiene su forma de hablar, sino también de entender la vida, con retranca y nobleza. Después, hablando con Marcel (Barrena, el director), perfilamos su personalidad valiente y luminosa que, con inocencia, luchaba por esa dignidad de la que habla la película. La verdad es que este papel es un regalo.
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Llegan los cafés. Salva, lo primero, coge el sobre del azúcar, busca la frase del reverso y lee en voz alta: «Siempre que se reúnen dos personas están presentes seis: cada una de ellas como se ve a sí misma, tal y como la otra persona la ve, y tal y como son en realidad». Parece que lo han escrito para nosotros. «Bueno, pues a ver quien de todos estos paga el café», espeta Reina sacando a pasear su desparpajo. Y ya que nos hemos presentado los seis, volvemos a la película y al séptimo en esta conversación, Felipín.
–Todos los proyectos son bonitos, pero las veces que he podido ver 'El 47' se me juntaba la emoción como espectador de ver la historia y la emoción de haber podido contarla. Es una película muy especial. Me pasa igual con '¿Es el enemigo'. Cuando hicimos un pase especial de 'El 47' con los vecinos del barrio fue una experiencia muy chula y ya en los preparativos nos pasaron cosas maravillosas. En la escena de la reunión de vecinos en la que mi personaje reclama que «somos personas», de repente una mujer del barrio gritó: «A mí me pasaban las ratas a los pechos». Y me dio pie a seguirla. Después otro vecino dice: «Yo tenía que cagar en un agujero». Y de pronto empiezan los propios vecinos a apoderarse de la escena; fue un momento mágico.
–Los Goya han reconocido ese compromiso de la película.
–Marcel lo ha hecho muy bien porque consigue mostrar la verdad de esos personajes que te sacan la sonrisa y, a la vez, te dejan el cuerpo helado. Es una película que muestra cómo se trataba a los inmigrantes, pero que sigue estando muy vigente desgraciadamente. Y entiendes muchas cosas porque al fin y al cabo esto pasó antes de ayer y hay gente que vivió ese desprecio y miradas por encima del hombro de ciertas clases catalanas. Ha sido un viaje para mi porque uno tiene en mente la inmigración andaluza sin ser consciente de cómo fue la situación real de estas personas, expulsados de su tierra y que tuvieron que luchar por ganarse la dignidad. Y hoy lo estamos repitiendo aquí siendo tierra de acogida de otros.
–Hay una paradoja y es que esta nominación es diferente a las dos candidaturas por las que ha sido elegido a los premios Carmen del cine andaluz, el soldado del biopic de Gila '¿Es el enemigo?' y la comedia 'Tu madre o la mía'.
–El momento es increíble. Llevo un par de años estupendos y cerrar el último con tres nominaciones por otras tantas películas… ¿qué está pasando?
–¿Usted era de Gila?
–Pues sí. Me encantaba. Tengo muchos recuerdos de cuando solo había una tele en casa y viendo los monólogos con la familia. Y además Gila ha sido un referente para mí en lo profesional, por lo teatral, por lo surrealista, por su forma de contar las cosas, por su cercanía, por su humor que me toca mucho. Y la película tiene además un mensaje que comparto: el sentido del humor siempre nos salva, incluso ante el desastre más cruel y el sinsentido de la guerra. Un canto antibelicista maravilloso.
–En estas dos películas hace papeles dramáticos, pero el cómico que lleva dentro también ha sido reconocido por la nominación de 'Tu madre o la mía'.
–Pues fíjate que es un poco el resumen de lo que está siendo mi carrera. Y tengo suerte de que también se ponga en valor este trabajo de comedia, que está hecha con mucho cariño por Chus Gutiérrez, una directora estupenda y una trabajadora increíble.
–La nominación ha llegado por un papel dramático, pero se le sigue asociando con la comedia.
–Fíjate esa pareja de Ciudad Real que me ha dicho: «Gracias por hacernos reír». Eso es muy bonito. Cuando era pequeño, mi hermana me preguntó: ¿Tú que quieres ser de mayor? Y al parecer lo que dije fue: «Que la gente que esté al lado mía se lo pase bien». Así que apuntaba maneras. Al final, lo que deseas es que las historias lleguen y al haber hecho tanta comedia y tanto monólogo, si te has reído es que ha llegado. La risa es muy necesaria y primitiva, así que llegar a ese punto lo considero precioso. Me llena de orgullo y satisfacción… sin querer sacar el tema del emérito que el hombre está pasando una situación bárbara.
–Ja, ja, pero usted también intenta salirse del guion.
–Ahora tengo la suerte de cara, pero no sabemos dentro de seis meses si esto va a seguir así o de repente se acaba la racha y no se acuerdan de ti. Esto es lo que me hace feliz y ojalá siga actuando de aquí a unos años.
–¿Qué fue de un tal Chuki?
–Ja, ja. Es el personaje con el que empecé cuando hacía clown para niños y monólogos. Pero ya llegó un momento y una edad que me dije que lo de Chuki ya no pega mucho. En los rodajes ya me dicen Salva y, si de repente alguien que me conoce desde tiempo me dice Chuki, los que están al lado ponen cara rara. La verdad es que en Málaga ese mote me persigue, pero no me disgusta. ¿Sabes como me llamaban de pequeño?
–¿Cómo?
–El Canijo. Así me llamaba en el barrio y los colegas del cole. Y me los siguen diciendo.
–Da la impresión que ese viaje de Chuki a Salva también ha sido físico al cambiar Málaga por Madrid.
–Todo te hace crecer. Los años te hacen mejor actor, pero también mejor persona. Y eso se basa en tus experiencias vitales. Y claro, dar el salto, salir de la ciudad, conocer a otras personas, con diferentes métodos de entender el teatro y el cine te enriquece. Ahora veo cosas de cuando yo empezaba y digo ¿uf!
–¿Por qué tomó la decisión de instalarse en Madrid cuando ahora lo habitual es decir que con el AVE todo es posible desde Málaga?
–Coincidieron un par de cosas. Por un lado, que me echaban de la casa que tenía alquilada y que quería comprar, pero no podía por la gentrificación de la que fui un poco víctima. A quedarme sin casa se unió que empezaba un proyecto en el que iba a tener que estar seis meses en Madrid trabajando todos los días, la serie 'Sabuesos' de la que era prota absoluto, por lo que vendí los coches…
–¿Los coches? ¿Tenía una flota?
–Ja, ja. Tenía un cochecito y una furgoneta que vendí y me fui a Madrid. Una de las claves de la vida es no tener miedo al cambio y bueno, escuché las señales y dije venga. Pero como decía el gran Robe, aunque me vaya a Hollywood, conmigo siempre estará Málaga. Siempre estaré aquí, siempre quiero volver, ya tengo casa aquí, además de mi familia, el negocio de La Cochera, la productora y quiero seguir contando historias desde aquí. Pero si de repente sale un proyecto en Estados Unidos o Berlín, pues me iré para allá sin ataduras. No hay que tener miedo al cambio, te lo digo yo que empecé en ingeniería química, luego hice educación física y mira dónde he acabado.
–¿Y qué echa de menos de Málaga?
–Sobre todo, la familia, los amigos, la gente… Mi gente es lo que más echo de menos. Málaga tiene algo que no sabes qué es, pero que te atrapa. Málaga siempre ha sido de artistas malditos, pero no se van de aquí nunca por la gente y la forma de vivir.
–La Cochera Cabaret se mantiene después de doce años. ¿Cuál es el secreto?
–Ganas, ilusión y una gran dosis de inconsciencia absoluta cuando abrimos en plena crisis. Creímos en el proyecto, en que era guay para la ciudad. Ha habido mucho trabajo, a veces por amor al arte, pero estamos bien, la gente cobra su sueldo, está todo pagado y no tenemos deudas, aunque ha habido momentos duros, de ruina gorda, de boquete y de no parar de poner. Y bueno, seguimos inventando y creciendo. Esta temporada, por ejemplo, hemos cambiado el sonido de la sala. El secreto son ganas, corazón y algo de locura.
–De estar en la periferia a ocupar un espacio de expansión urbanística. ¿Peligra La Cochera?
–Lo miramos con cierta expectación, a ver qué va a pasar con el barrio, porque somos una de las últimas zonas de naves industriales en el casco urbano.
–Las otras naves disponibles de la zona las ha cogido Banderas para su proyecto de Sohrlin…
–Pues La Cochera estuvo a punto de estar en una de esas naves, pero se nos adelantaron y montaron un gimnasio. La zona es estupenda y está creciendo que flipas. Hacía tiempo que no venía por trabajo y de repente me he encontrado con un bloque de seis plantas. No sé si aguantaremos, pero tampoco hago un discurso reivindicativo. La ciudad tiene que crecer y tampoco vamos a ser una aldea gala en medio de bloques. Si nos toca entregar la cuchara, pues lo haremos con mucha pena, pero seguiremos produciendo en otro espacio. Quietos no nos quedaremos.
–Como productor de cine, ¿tiene nuevos proyectos?
–Sí, después de 'Isósceles' y 'Tregua', hemos hecho un corto, 'Mierda para mamá', una pieza muy íntima, arriesgada y con mucha verdad de Rocío Rubio que ahora anda festivaleando. Y en postproducción tenemos el largometraje 'Hora y veinte', un 'thriller' trepidante con Roberto Álamos, Macarena Gómez y Emma Suárez. A ver si llegamos a tiempo para presentarla en el Festival de Málaga.
–Pese a las películas y series usted no abandona el teatro, ¿por dinero?
–Ja, ja. Por dinero te aseguro que no. ¿Sabes qué pasa? 2025 lo tengo completamente vacío. Tenía tres proyectos y todos se han caído y, de repente, una nominación al Goya. Esta profesión es así, superloca. Desde La Cochera me llevan mis actuaciones y monólogos, que vienen muy bien para pagar el alquiler cuando no hay nada en agenda, pero también lo hago por placer porque subirme al escenario es lo más chulo de esta profesión. Tengo una técnica para coger los proyectos, que es CVL.
–¿Qué significa?
–Conforme Van Llegando.
–Ja, ja, me lo temía. ¿Con la nominación espera que llamen a su puerta?
–Ojalá que el ruido haga pensar en Salva. Igual que hay papeles que no, otras veces te llegan proyectos de rebote de última hora. En esta profesión son más noes que síes y hay que estar preparado para saber que no te van a llamar.
–¿Hay que tener el ego bien controlado para tantos noes?
–Los noes son una cura de humildad y lo mejor es tener los pies en el suelo. Y el que no lo tenga, tendrá un problema.
–¿Usted lo tiene domado?
–Yo lo intento. Hombre, al final hay cosas que te duelen. Por ejemplo, uno de los proyectos me tocaba de manera personal y que te digan que no… En mi caso gracias a la educación de mis padres sé que los trabajos vienen y van, el dinero viene y se va, y lo que quiero es poder seguir tomándome un café contigo sin problemas.
–Me da la impresión que nos tomaremos algunos más. ¿Qué felicitación por la nominación le ha hecho más ilusión?
–No sabría decirte porque ha sido abrumador. Me hicieron mucha ilusión los mensajes de la comunidad artística malagueña, actores y actrices inconmensurables que se alegraban de corazón. Algunas también, yo que sé...
–Algo me iba a contar, pero se ha arrepentido.
–Ja, ja. Es que no sé si contarlo porque también me pusieron los pies en la tierra. Llamé a mi padre para decirle que me habían nominado a los Goya y se emocionó. Pero automáticamente cambió de tema y me dijo: «Aquí estoy yo liado con el sello del coche, la zona de baja emisiones y a ver si ahora no voy a poder entrar con el coche en Málaga». Yo estaba llorando de la emoción y él me hizo volver a la vida que es lo importante. Cuando llegué a Málaga me dio el abrazo más largo que me han dado en estos días.
Un abrazo también cierra la charla. De los seis que estábamos en la entrevista, el café los pagó el que hizo las preguntas. Me tocaba y con gusto.
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