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Francisco Griñán
Sábado, 13 de agosto 2016, 00:27
Corría sangre azteca e irlandesa por su cuerpo, aunque se crió en Estados Unidos. Sus venas eran un cruce de caminos y tal vez por ello tuvo esa camaleónica capacidad para encarnar en cinemascope a un coronel griego (Los cañones de Navarone), un revolucionario mexicano (¡Viva Zapata!), un pintor francés (El loco del pelo rojo), un soldado nazi (La hora 25), un esquimal lapón (Los dientes del diablo), un borrachín italiano (El secreto de Santa Vittoria) o un cura español (Valentina). Pero en Hollywood lo veían diferente: un latino ideal para papeles secundarios de gángster, indio o guerrillero. Por eso se fijó en Europa y firmó un contrato con Fellini para protagonizar La Strada, lo que le dio la llave de su carrera. Comenzó a mezclar los encargos de luxe de los grandes estudios con proyectos más personales. Buscaba papeles insólitos, difíciles y complejos. Y mientras recorría la España de Franco a lomos de un camello y haciendo de rebelde árabe en Lawrence de Arabia, puso en marcha un producción tan ambiciosa como incómoda: la adaptación de la obra del proscrito Federico García Lorca Bodas de sangre. Ypara ello se desplazó a Málaga en 1962.
«Quinn contactó con el dramaturgo malagueño Enrique Llovet y él le habló de mi padre José María Amado, por lo que vino a Torremolinos a encargarle la adaptación», explica María José Amado, hija del poeta y editor que recuperó la revista Litoral, el gran referente literario de aquella generación de escritores en la que Lorca tuvo arte y parte. La propuesta entusiasmó a José María Amado que, además de trabajar en el guión, organizó una gran juerga flamenca en honor a Quinn en la que los fandangos se mezclaron con las rancheras, las bulerías con la revolucionaria Adelita. Una reunión con «cierto desorden polifónico», decía SUR (ver 11/04/1962) sobre esta reunión que saltó a la prensa, pero en la que el periodista poco pudo rascar ante las predisposición de Quinn al baile en lugar de a las preguntas.
Uno de los que formó parte de aquella fiesta flamencoazteca fue el cantaor Emi Bonilla, que guarda memoria de una noche memorable. «José María Amado invitó al cuadro de artistas de la Bodega Andaluza para darle una sorpresa a Anthony Quinn que acabó quitándose la chaqueta y pidiéndome el sombrero cordobés para bailar con la que era mi pareja en el escenario, Ana María», recuerda el cantaor, al que el actor no sólo habló de su proyecto de Bodas de sangre. «También nos planteó una colaboración», añade Emi Bonilla que lamenta que la película no se rodara y reconoce la dificultad de afrontar un Lorca en aquella época. Sin ir más lejos, Gades y Saura no lo consiguieron hasta 1981, ya en democracia.
«Estaba tan entusiasmado con el proyecto y lo pasamos tan bien esa noche que incluso nos invitó a viajar con él a Almería para asistir al rodaje de Lawrence de Arabia», recuerda Bonilla, que tampoco olvida los tres días que pasó entre las bambalinas de aquella superproducción, las carcajadas de Quinn y el chapurreo en francés con Peter OToole.
Conquistar calle Larios
Mientras el ganador del Oscar por su breve papel de Paul Gauguin en El loco del pelo rojo volvía a las rebelión árabe en el desierto de Almería, José María Amado se puso manos a la obra con el encargo lorquiano, pero no tardó en comprobar que la financiación del proyecto sería imposible. «No lo vieron aquí y Quinn optó por hacer Zorba el griego», confesó años después el propio Amado. A la estrella de Hollywood no le salió mal el cambio de guión. Con aquella cinta y la famosísima escena de baile del sirtaki, Anthony Quinn logró uno de los mayores éxitos de su carrera.
Lo que no sabemos es que hubiera sido de la trayectoria del intérprete si hubiera hecho realidad sus Bodas de sangre. Aunque su frustrado proyecto no alejó a Quinn de Málaga. Volvió varias veces. Incluso con cámaras, ya que en 1965 rodó en la capital la cinta bélica Mando perdido. Encarnaba a un expeditivo coronel vascofrancés que conquistaba una calle Larios que simulaba ser Argel. Otro personaje singular para un actor que se resistió a aceptar el papel secundario que le había reservado Hollywood.
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