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Anthony Quinn, en la recepción del Pez Espada, durante el rodaje de ‘Mando perdido’ (1966).
Hoteles con estrellas... de cine

Hoteles con estrellas... de cine

Los resorts de la Costa del Sol están a rebosar, pero no todo es tumbona y playa. Muchos de ellos guardan historias de película que permiten revivir escenas de Raquel Welch, Kirk Douglas, Robert de Niro y, por supuesto, Alfredo Landa

Francisco Griñán

Domingo, 24 de agosto 2014, 01:57

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Probablemente no sea la misma tumbona, pero en ese mismo rincón junto a la piscina se empachó de rayos uva Raquel Welch, en esa recepción que acaba de pisar pidió la llave de su habitación James Coburn, en el restaurante de ese otro hotel comió gustosamente Kirk Douglas y en esa barra de bar en la que ahora sirven mojitos despachaba cócteles dry un atribulado Alfredo Landa. Los hoteles de la Costa del Sol son unos templos del descanso y del entretenimiento que vuelven a vivir uno de los mejores veranos de los últimos años. Pero las reservas no tienen que ser exclusivamente de sol y playa, ya que muchas de sus habitaciones guardan historias de películas. Abundan las comedias y los thrillers, el cine turístico y las intrigas, y una galería de personajes que van más allá de las suecas. Los años sesenta marcaron aquel desembarco de los hoteles malagueños en el cine. No solo para alojar a las estrellas, sino incluso para servir de plató de rodaje por exigencias del guión. Y contrariamente a lo que se piensa, aquella naciente Costa del Sol no solo fue un fenómeno de la españolada, sino un símbolo de libertad que también sedujo al cine internacional.

«La Costa del Sol y sus hoteles pioneros del turismo en España fundaron una mirada cinematográfica que contaminó las películas de la época y que fue más allá de la comedia y el desarrollismo con su visión cosmopolita», sostiene el escritor Alfredo Taján, autor de la novela Pez Espada, ambientada en el «emblemático» hotel de Torremolinos cuya propia historia «es más cinematográfica que las películas». Y no lo dice solo por el escándalo de Frank Sinatra en la barbacoa del establecimiento con una modelo y un fotógrafo inoportuno que acabó con el actor multado y en comisaría, sino por su turismo elitista que hizo de las pegatinas del hotel el sello más cotizado en las maletas de los 60.

«Ava Gardner, Brigitte Bardot, Soraya o Kim Novak convirtieron el hotel en receptáculo de un mito que el propio establecimiento ha sabido cultivar», constata Taján. Solo con subir la escaleras que dan al vestíbulo del Pez España se respira ya ese glamour del que habla el escritor malagueño y que la novela Torremolinos Gran Hotel (1971) describía como un «mundo brillante, animado de esa fiebre locática y algo disparatada de la Costa del Sol». Como sugieren las fotos no es difícil imaginar a Anthony Quinn atendiendo a una llamada de teléfono en la recepción para comunicarle que el rodaje de Mando perdido (1966) se retomaría al día siguiente a tal o cual hora o, adentrarnos en las entrañas del legendario hotel, para tropezarnos con el bar del mafioso cantante Frankie o la galería de ilustres huéspedes que constata aquello de que un fotograma vale más...

Herederos del Miramar

El Pez Espada fue pionero, aunque no el primero. Las grandes producciones de los cincuenta tomaron como cuartel general un hotel que en las últimas semanas ha vuelto a los titulares con su resurrección: el Miramar de Málaga. Precursor de ese doble fenómeno como albergue de estrellas y plató de película, en Fuego sobre África (1954) sirvió para que Maureen OHara saliera huyendo de los malos. Cuando empezó a languidecer, su herencia se desplazó hacia la Costa del Sol, primero Torremolinos, a la que siguió Marbella, pero también ese legado fue recogido por el Málaga Palacio que alzó su majestuosa esquina sobre Málaga en 1957 como si se hubiera propuesto suplantar la segunda torre de la catedral.

Convertido en hotel de película por las docenas de fans que transforman su entrada en un gritódromo difícil de superar cada edición del Festival de Málaga Cine Español, este establecimiento no solo tiene estrellas en su fachada. Allí se alojó una admirada Welch, Raquel Welch con pose de 007 en Guapa, intrépida y espía (1967), que también aprovechó para retratarse en la película tomando un café ante la fachada del hotel con un rubio de bote bajo cuyos rizos se encondía Anthony Franciosa.

Ni de aquella visita ni de las venideras quedan retratos en el establecimiento, lamenta su director, Jorge González, que explica que el archivo gráfico no se heredó con el cambio de propiedad en los años 90. En un salto de varias décadas, recuerda la suite y el buen trato con el gran protagonista de la fallida El Puente de San Luis Rey (2004), Robert de Niro, un actor al que la fama le precede y que incluso visitó el restaurante Café de París, poniendo a prueba las estrellas de José Carlos García. Las probó y las aprobó, aunque el chef no lo recuerda como una visita placentera.

González tuvo al protagonista de Toro salvaje varias semanas en su hotel y confiesa que «hubo química». Por contra, recuerda algún que otro visitante joven de cine español «al que la fama le ha venido demasiado pronto y cree que tiene salvoconducto para ir arrasando». ¿No se referirá a Mario Casas y ese rumor de que destrozó una habitación? «Que va, que va, Mario tiene un grado de madurez y responsabilidad tremendo», responde Jorge González, que lamenta no tener ni una foto de De Niro.

El camarero Landa

Los hoteles no solo veían en el cine huéspedes para su negocio, sino que pujaban incluso por salir en las propias películas. Al Tritón de Benalmádena le faltó tiempo para ampliar la plantilla con el mismísimo Alfredo Landa, que recorría la piscina del hotel atendiendo las peticiones de las suecas y de un Manolo Gómez Bur con un bañador imposible. Aquel filme fue Amor a la española (1966), una cinta también fundacional del boom turístico llevado al cine y que fue evolucionando hacia el landismo y el cine del destape de los 70 que ya se practicaba en vivo en las playas de la Costa del Sol desde tiempo antes.

Tras aquel título, llegaron la comedia Operación cabaretera (1967, rodada en los Apartamentos Skol y el Club de Golf Los Monteros de Marbella), la inclasificable El coleccionista de cadáveres (1969, hotel Nautilus de Torremolinos), Manolo la Nuit (1973, hotel Cervantes de Torremolinos), Fin de semana al desnudo (1974, apartamentos Seghers de Estepona) o Mayordomo para todo (1976, club de Golf Las Brisas de Marbella). «Si bien aquel cine español era de una calidad discutible e incluso dudosa como promoción de la Costa del Sol, sí que sirvieron para inmortalizar las playas y los hoteles de una época única», considera José Luis Cabrera, coautor junto a Lutz Petry de esa memoria de aquel tiempo dorado que es la página web Torremolinos Chic.

El experto recuerda además otro clásico de la comedia hispana: El abominable hombre de la Costa del Sol (1970), con un Juanjo Menéndez convertido en el exitoso director del Hotel Meliá Don Pepe de Marbella. Un establecimiento cinco estrellas que continúa entre los más cotizados de la Costa y que puede presumir de ser el que más ha protagonizado los títulos de crédito. Tanto del cine patrio como de producciones que llegaban con dólares, francos, libras y glamour.

Geraldine Chaplin fue una de las primeras en zambullirse en la característica piscina redonda del Don Pepe en la coproducción europea Secuestro bajo el sol (1965), a la que siguieron el sofisticado thriller Operación Lady Chaplin (1966), Paco Martínez Soria con su boina calada en El turismo es un gran invento (1968) o Fernando Esteso en un título con el que no hay que añadir nada más: Pepito Piscina (1978).

Esta última era ya la época de los pantalones de campana y cintura alta, tipo Julián Muñoz. Alguno renegaría de aquella moda pero ahí están las películas que en cuestión de moda igualaba a Esteso con el mismísimo Kirk Douglas, que entraba deesa guisa en el glamouroso Hotel Marbella Club y se paseaba con perros de millonario por Puerto Banús en un dramón del que solo queda el recuerdo del paso del actor: Una vez no basta (1975).

El Caribe en el Marbella Club

Todavía más sicodélicos vestían los protagonistas de una cinta británica sobre un grupo musical, El ídolo (1974), con un David Essex arrastrado a la espiral de sexo, drogas y rockalcohol. También se rodó en el hotel popularizado por el príncipe Alfonso de Hohenhole, aunque en pantalla simulaba ser un resort de Las Bermudas. No obstante, en la escena de la piscina se coló un gazapo de antología con Larry Hagman el famoso JR de Dallas colgado al teléfono y al fondo la bandera de España hondeando en ese Caribe de ficción.

Tras el rastro de ese lujo también llegó Santiago Segura, que se sirvió del Kempinski de Estepona y el Don Miguel para dar ambiente a su Torrente 2: misión en Marbella (2001), precisamente como contraposición al escatológico y casposo protagonista. También desde la comedia pero con resultados muy diferentes, el cine británico eligió décadas antes el hotel Guadalmina para ambientar Un toque de distinción (1973), probablemente una de las mejores películas que se han rodado en la Costa del Sol, pese a ser de las que menos se recuerdan. Para no parar de verla en la moviola es la escena de la llegada al hotel de los amantes George Segal y Glenda Jackson, que tienen que cambiar hasta tres veces de habitación, mientras la sarcástica actriz mira a su adonis a través de la taza del retrete rota que sostiene en las manos.

«¡La Costa del Sol era la hostia! Representaba la libertad, la sexual y la de pensamiento, en una época tremenda en el resto de España», exclama el director vasco Pedro Olea, que debutó precisamente con el rodaje en Torremolinos y Benalmádena de Días de viejo color (1967). En el hotel Riviera sitúo a su maestro Luis García Berlanga para que interpretara a un traficante de drogas, lo que unido al argumento, protagonizado por unos jóvenes que descubren el «desmadre» de la Costa, disgustó mucho a la censura. «Fueron unos salvajes y me cortaron seis minutos de película por las escenas de cama, pese a que ¡no se veía nada!», lamenta el director, que añade que vista hoy, la cinta parece «hasta inocente». «Figúrate, la actriz Cristina Galbó iba con el biquini puesto, con la sábana pegada con esparadrapo y su madre a mi lado», rememora el cineasta que se alegra de que aquella «inquisición» no le mutilara al auténtico protagonista del filme: el estilo de vida de la Costa del Sol.

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