Chema Cobo: «La censura es la antesala de la barbarie; los juicios públicos no pueden anular obras interesantes»
El pintor gaditano ingresa hoy en San Telmo con un discurso que cuestiona el culto a los artistas: «Es patético vivir embelesado con uno mismo»
Chema Cobo (Tarifa, 1952) lleva más de media vida jugando al despiste. En su obra conviven el sentido del humor y lo grotesco, la crítica ... y el hedonismo. Esta tarde, como en un penúltimo guiño irónico, el artista afincado en Málaga tomará posesión como miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo. Aunque siempre ha huido del academicismo y los corsés convencionales, Cobo confía en encontrar sentido a la histórica institución malagueña.
–Su discurso de ingreso se titula 'El artista es un fingidor'. ¿Desde cuándo arrastra ese síndrome del impostor?
–Desde los años setenta, cuando empecé. Es un verso de Pessoa, «el poeta es un fingidor», que modifiqué para aplicarlo a cualquier artista. Multiplicarme en personajes me ha permitido abrir muchos más caminos que si hubiese intentado escoger un sendero único en base a un supuesto yo de cuya existencia siempre he dudado.
–Es como si hubiera convertido su carrera en un juego de máscaras.
–Eso es. De hecho, las máscaras aparecen continuamente en mi obra. Lo importante no es lo que ocurre en el cuadro, sino lo que pasa fuera del cuadro y entre los cuadros que cuelgan en una exposición. Cuento por omisión, nunca anuncio las cosas. Incluso cuando escribo, lo hago a base de aforismos sin finalidad moral. No son pequeños monumentos, sino frases que quedan abiertas y que evolucionan con el tiempo.
–¿Cómo encaja esa vocación experimental en el cliché de la autenticidad del artista y su obra?
–Eso es lo que trato de negar. De forma metafórica, reivindico lo falso y la falsificación de obras. Cuando un artista firma una obra la devalúa.
–¿Por qué?
–Porque termina siendo algo que ha hecho tal señor. He preferido que mi obra sea y que yo quede oculto por ella, a pesar de que me haga fotos y conceda entrevistas, aunque suelo ser parco. El culto a la personalidad del artista es un problema, un fenómeno social, pero el artista plástico debe ser más corrosivo, estar emboscado siempre.
–¿Qué le parece la polémica en torno a Carmen Mola?
–La gente tiene derecho a escribir lo que quiera. No me parece mal. Si todo el mundo se ha creído que era una señora, ¿qué más da que sus libros los hayan escrito tres hombres? No los habrán escrito con el pene.
–Da la impresión de que a usted también le hubiera gustado pasar desapercibido, adquirir otras identidades...
–Me divierte. He hecho cosas parecidas.
–¿Me cuenta alguna?
–No, no puedo dejarlas al descubierto. Es una práctica legítima. ¿Cuánta gente ha escrito con seudónimo?
–Pero eso colisiona con el pedestal al que suben o intentan subir muchos artistas.
–El artista es un invento de la modernidad. Hasta el siglo XIX no existía el artista como hoy lo conocemos: eran personas que trabajaban de forma artesanal. El culto a la personalidad de Picasso, por ejemplo, no debe empañar la lectura y la visión de su obra. Llega a divinizarse tanto que la gente ni siquiera se plantea ya su trabajo. Ahora Picasso es el nombre de un bar, de un asador de pollos, de una autoescuela... Pero fue un hombre que levantó una obra compleja e interesante.
–A veces ocurre lo contrario, en casos como el del propio Picasso o Woody Allen: ¿qué le parece que la biografía de un artista condicione e incluso condene la percepción de su obra?
–Eso es censura. Me parece una práctica totalitaria, la antesala de la barbarie. La moral es relativa y depende de la época en que se viva. Los artistas, como todos, debemos tener libertad de palabra y expresión. Por mucho que la corrección política se empeñe en lo contrario, llamar a las cosas por su nombre no está mal.
–¿Que fuesen machistas da derecho a cancelar, como se dice ahora, su obra?
–No, claro que no. Picasso, de haber sido machista, no sólo fue eso. Además, la mayor parte de las historias que corren por ahí son míticas, inventadas. En el caso de Woody Allen se celebró un juicio del que salió exonerado. ¿Por qué se ceban? Mucha gente hace negocio con eso. Los juicios públicos no pueden anular obras interesantes de las que todos hemos disfrutado. Es ridículo. ¿Ahora vamos a sacar el trato de Picasso con las mujeres? Los comportamientos cambian en función de la época. ¿No nos hemos dado cuenta hasta ahora de que Woody Allen era machista? Estamos cayendo en la pacatería de las beatas de mi infancia. Si ser progresista es ser meapilas como las beatas de mi infancia, que condenaban a quienes llevaban las uñas pintadas, pues propiciaremos la antesala de una especie de talibanismo. La labor del artista es cuestionarlo todo, cuestionar sobre todo a esos que se creen los buenos aunque no lleven razón.
–¿Qué sentido tienen las academias en 2021?
–En eso estoy... Pueden tenerlo. Deberían tener mayor interacción social, organizar conferencias contemporáneas, convertirse en un reducto donde se concentren todas las tendencias. Podrían funcionar como un departamento universitario, con personalidades de reconocida trayectoria. En otros países estas personalidades terminan dando clase en las facultades, pero en España es imposible porque prácticamente tienen que ser funcionarios.
–¿No es una tragedia que en las universidades no puedan dar clase personas con un currículum brillante sin pasar por un periplo burocrático?
–Yo he estado como artista invitado en la Universidad de Chicago. Creo que sería una fuente de conocimiento muy positivo para los estudiantes porque entrarían en contacto con otra realidad y podrían establecer diálogos y discusiones con los artistas. La Academia debería servir también para eso, aunque imagino que tendrá un problema de financiación como tantas instituciones. Pero no soy un experto. Acabo de entrar.
–Llama la atención que San Telmo no se haya pronunciado sobre la polémica por el deterioro de la Catedral.
–Eso no lo sabía, soy nuevo. Hasta que no termine de ingresar de forma oficial no tengo ni voz ni voto, pero la Academia podría estar al loro y saltar en el tema de la conservación de monumentos históricos, claro. Porque, además, tendrá expertos en ese tema. Debería hacerse notar. Lo único que puedo hacer es apuntarlo.
–¿Cómo se lleva con la nostalgia?
–Ya escribí en un libro que mirar atrás me da dolor de cuello. Renuncio a la nostalgia, aunque tampoco soy un proyecto de futuro permanente. El pasado es invención.
–Ray Loriga escribió que la memoria es el perro más estúpido porque le lanzas un palo y te devuelve cualquier otra cosa.
–Exacto. Y normalmente sirve para engañarnos porque nos devuelve lo que queremos oír.
–¿Su pintura es una forma de hacer política?
–No tengo intención de hacer política, aunque lo que haga o diga entre en ese ámbito. Si algo que hago provoca una situación política, se puede considerar que la obra es política. En torno al 'Guernica' hay mucha mitología: se piensa que era el homenaje a un amigo a quien mató un toro, y cuando le hicieron el encargo quitó color para añadir dramatismo. Pero es el título lo que hace que la obra sea política. Si tuviera dos manchas de color y se titulase 'Reyes magos' no sería política pese a ser el mismo cuadro.
–Usted es heredero de mayo del 68...
–Me pilló jovencito, pero esa mezcla entre hippismo y anarquía me influyó. Es parte de mí, el motor. Vivíamos en una dictadura, aunque ya fuese dictablanda. Había una tendencia a desobedecer e ir a la contra.
–Y ahora que ya tiene una carrera consolidada, ¿cómo gestiona el ego?
–Me burlo del ego. Si yo fuese una única persona, sería realmente trágico. Me desharía en pedazos. Vivir embelesado con uno mismo me parece una de las peores chocheces de la vida. Es patético que la gente se emocione con su propio éxito, es de burro doméstico. El ego lo tienen quienes no pueden tener otra cosa, por ejemplo talento.
–¿Qué convierte al pintor en artista: pintar, exponer, vender?
–Hoy, desafortunadamente, parece que vender. En los años setenta era la obra; si hacías una obra que entraba en conflicto con lo que se llevaba, con capacidad de hacer ver las cosas de otra forma, se te consideraba un artista. Ahora sólo se habla de precios. Pero el arte no es sólo lo que vale.
–¿Cómo se digiere la escasez de ventas?
–No se digiere, sólo obliga a un plan de adelgazamiento (risas). Saldremos todos los artistas muy esbeltos como sigamos así. La cosa es grave, y encima tenemos que pagar tasas como si fuésemos ricos.
–¿Considera que hay un abuso impositivo?
–Creo que sí. El arte se considera un lujo, pero el mercado es precario. Hubo un momento en que se animó el cotarro, pero ahora hay miedo a invertir. Los artistas no tenemos un estatuto que nos defina.
–Quizá haya faltado unión.
–También es un problema, a la hora de definirnos, que hayan convencido a la gente de que todo el mundo es artista en Instagram. ¿Qué gobierno se va a atrever a regular eso?
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