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Sr. García .
Calle Petritxol

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Cruce de Vías ·

La vida brevedel poeta vanguardista Joan Salvat-Papasseit transcurrió entre la plaza del Pino y la calle Puertaferrisa

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Sábado, 30 de septiembre 2017, 00:13

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Estoy en la cocina de casa lavando los platos cuando la botella del detergente comienza a soltar burbujas. Me distraigo mirando cómo se desplazan cada una por su lado. La imagen me transporta a una mañana, hace pocos meses, en la que iba paseando por una callejuela del Barrio Gótico de Barcelona y, de pronto, me sorprendió una oleada de pompas de jabón. Un perro delante de mí las perseguía y cuando estaba a punto de atraparlas se esfumaban. Los milagros de la infancia vuelven al cabo de los años. Yo hacía pompas de jabón con un simple soplo. Entonces ellas surgían de la nada: bellas, etéreas, transparentes y a la vez plagas de luces de colores. Se desperdigaban por el aire hasta que rozaban con algo, o ni tan siquiera eso, un leve contacto, una caricia, un beso desde la distancia y desaparecían. Me sigue cautivando ese deseo de libertad, de vivir al aire libre, de preservar la intimidad y a la vez ser capaces de seducirnos con su delicada y silenciosa presencia. Al vislumbrar el más mínimo roce prefieren disolverse, no les gusta sentirse agobiadas y yo lo comprendo.

Hay imágenes que nos alegran el día. Un hecho cotidiano, mágico, fortuito, que despierta la imaginación y nos devuelve la memoria. La botella de detergente se convierte en la lámpara de Aladino. Un duende invisible crea burbujas iridiscentes donde caben todos los mundos. Ahora floto en el tiempo y me traslado de nuevo a la calle con olor a chocolate adónde iba con mis padres a merendar los sábados por la tarde. Hay detalles que no se olvidan, sino que permanecen dormidos hasta que otro detalle los despierta sin hacer ruido. Dentro de cada pompa de jabón transcurre alguna escena de la vida, como si el pasado viniera a visitarme cuando, precisamente, yo iba a buscarlo. Los recuerdos también surgen de inmediato, igual que las burbujas de los deseos, un leve soplo y ellos emergen por arte de magia, vuelan, se dispersan y aparecen otros. Imágenes huecas, que nadie las distingue más que nosotros, y sin embargo permanecen siempre compactas e irreductibles. En esta misma calle estrecha y solitaria de tan solo ciento veintinueve metros de largo por tres de ancho, ubicada en el centro de la ciudad vieja, entre la plaza del Pino y la calle Puertaferrisa, transcurrió la vida breve del poeta vanguardista Joan Salvat-Papasseit, treinta años nada más. Serrat le dedicó una canción en 1970 y recuerdo el párrafo que dice: «Ya no quiero alistarme/bajo ninguna bandera/de la divina Acracia/ seré ahora el glosador/de la Acracia imposible/en la vida de los hombres/que no sienten deseo de una era mejor».

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