Atlas Geográfico Universal
Me ilusiona pensar que todo se resolverá pronto y nos dejarán volar libremente como los pájaros
Se acerca octubre, el mes que habitualmente elijo para viajar. Me gustaría ir a las fuentes del Nilo o volver a cruzar el Estrecho de ... Magallanes, atravesar la Tierra del Fuego y llegar a Ushuaia, la ciudad del fin del mundo. Pero actualmente el mundo se ha reducido tanto que apenas nos movemos del sitio, como si estuviéramos encerrados en un cementerio viviente. Me vienen imágenes de la niñez, cuando miraba el Atlas Geográfico Universal de Salvador Salinas Bellver con 102 mapas y más de 140 figuras. Entonces viajar era la aventura más grande, un sueño que en el futuro tenía que cumplir. Atravesaba las fronteras de las páginas de papel, navegaba por los ríos más caudalosos de los cinco continentes y sobrevolaba los colores de la Tierra. Hablo de hace muchos años, cuando los aeropuertos eran pequeños y estaban casi vacíos por motivos muy distintos a los de ahora.
Algunos domingos por la mañana, mis padres me llevaban al aeropuerto para ver despegar los aviones. El milagro de volar. Los perseguía con la mirada hasta que se desvanecían en el cielo. ¿Adónde va ese avión?, preguntaba señalándolo con el dedo, y mis padres improvisaban ciudades y continentes. A veces mi madre decía Venecia y mi padre Moscú, otras veces era Australia y Japón, como si el destino de los aviones y de todos los pasajeros dependiera del azar. Un día mi padre viajó a Manchester por cuestiones de trabajo. Allí conoció a Fred Perry. Era la primera vez que alguien de la familia subía a un avión para ir al extranjero. No lo he olvidado. Manchester en 1960 estaba más alejado que hoy. Los fuimos a despedir al aeropuerto como si viajara a la Luna. Le dijimos adiós con la palma de la mano hasta que el avión de mi padre también se perdió en el cielo.
Ahora estoy en casa observando el viejo Atlas Geográfico Universal. Las figuras de cosmografía, la configuración de las costas y las tierras, el mapamundi en relieve de los continentes y del fondo submarino. Algunos nombres han cambiado e incluso hay países que han desaparecido, pero la geografía física continúa prácticamente igual que en el año 1958. Me ilusiona pensar que todo se resolverá pronto y nos dejarán volar libremente como los pájaros. Lo necesita la sangre que circula por el interior del cuerpo y riega el cerebro. Nadie desea caer víctima de la triste y desoladora amenaza que envuelve al planeta. ¡Echo tanto de menos consultar la puerta de embarque en la pantalla del aeropuerto! Mientras, me consuelo en la Tierra de entonces, el mapa fantástico y misterioso del mundo de la niñez. Apago la luz, enciendo los motores y el avión despega. Dejo atrás la monotonía y vuelo hacia aquellos países de leyenda que la memoria se resiste a olvidar.
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