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Carlos Zamarriego
Viernes, 9 de mayo 2025, 08:26
De camino al estreno absoluto en el Teatro Echegaray de 'Aquí también los árboles son verdes' (título que me evoca irremediablemente a Antonio Gala) escuché ... en la radio que había fumata blanca en Roma y poco después el 'Habemus papam' que da paso al pontificado de León XIV. Me pareció curioso ir al teatro a ver una obra sobre el más allá y su significado en el más acá al mismo tiempo que, en el Vaticano, se estaba representando una función similar, a otro nivel, claro. Porque el rito es tan intrínseco al teatro como a la religión, el presupuesto no tanto.
Escuché decir una vez a Ignacio del Moral que los dramas se escriben para anticipar situaciones que no te han pasado. Yo me conformaría con que nos dejaran preguntas sobre lo que no sabemos. Y no hay nada más desconocido que la muerte, por más que seamos más papistas que el Papa. Sin la muerte no habría religión. No habría finales en el teatro. No habría preguntas. Sin embargo, el filósofo Régis Debray dice que la muerte es el gran tabú del siglo XXI. No queremos ver los cuerpos desaparecer. No queremos plantearnos a dónde va todo el amor que damos en vida. Y por eso se agradece que la castellonense Paz Palau, autora y directora del drama que nos ocupa, entre a degüello en el duelo, la culpa, el amor, lo terrenal y lo sobrenatural, la resurrección de la carne y la vida eterna. Todo en un lenguaje bien picado, a ratos poético a ratos 'pinteresco´, con personajes obsesionados con su discurso que no cooperan en la conversación, que siempre están en un estado de turbulencia emocional ante lo que está pasando. Y lo que está pasando, ni más ni menos, es una madre que no para de morir y regresar para desasosiego de la hija.
Un argumento que daría para una comedia y, aunque no es el caso, pienso que es una pena que no saque alguna que otra risa. Es un texto creado en un laboratorio teatral (no me gusta el cariz científico que está tomando el teatro, pero es un hecho consumado), y se nota para bien en el sentido creativo y experimental y no tanto en la hondura que podría haber dejado un planteamiento de este calado. Falta chicha. Aún así, es la mejor propuesta de Factoría Echegaray de lo que va de temporada, también por la efectividad en la dirección, el planteamiento minimalista y cromático del espacio escénico, la composición musical muy bien medida de José Gas y un reparto estupendo. Asun Ayllón y Ángela Vizán llevan el peso de la función con naturalidad y escucha. Veteranía y juventud, pero mucho oficio en ambas. Y me ha encantado el talento de Federico Peralta para dotar de humanidad a un doctor muy peculiar que hace de contrapeso ante el drama.
Lo más importante: aquí hay teatro (no siempre pasa). Y habrá cinco funciones más, hasta el 17 de mayo. En el estreno se escuchó un móvil durante la función. El público aplaudió lo justo, pero mayoritariamente en pie.
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