Angélica Liddell, esclava de la escena
La dramaturga relaciona el toreo y el teatro y los iguala en el rito y el sacrificio en 'Liebestod', obra con la que regresa a Andalucía
Llevaba un tiempo escuchando hablar de ella, leyendo sus entrevistas y algunos textos y colaboraciones, así que no me lo pensé mucho cuando me dijeron ... que la dramaturga Angélica Liddell (Figueras, 1966) iba a actuar, después de más de quince años sin venir a Andalucía, en el Teatro Central de Sevilla. Las entradas tardaron pocos días en agotarse. La obra se llama 'Liebestod', la muerte del amor, y el subtítulo es 'el olor a sangre no se me quita de los ojos. Juan Belmonte'. La cita es de Francis Bacon (el libro homónimo con sus conversaciones con Franck Maubert lo ha publicado Acantilado) que al parecer cita a su vez a la Orestíada de Esquilo, aunque esto tampoco parece ser exacto. La obra fue estrenada en 2021 en el Festival de Avignon; el libreto está publicado como 'Solo te hace falta morir en la plaza', frase que le dedicó Valle-Inclán, en la editorial La Uña Rota. Merece la pena. Angélica González (que se apellida Liddell por la niña que inspiró 'Alicia en el país de las maravillas') relaciona el toreo y el teatro y los iguala en el rito y el sacrificio, en el acto poético de la muerte y en la herencia de la mitología. En los dos, toreo y teatro, tienes que olvidarte de que tienes cuerpo.
Ya desde el principio, cuando vemos por primera vez uno de tantos impresionantes telones que dividen los actos, y a un gato real (he visto a pocos animales vivos sobre el escenario, tampoco he visto a muchos bebés), Liddell aparece en escena y se practica cortes en las manos y en las rodillas con una cuchilla esterilizada para dejar que la sangre brote; este gesto trágico y pictórico nos acompañará durante toda la función. Las autolesiones provocaron algún desvanecimiento en la audiencia más sensible. En esta representación abandonaron el teatro cinco espectadores. Espero que no viniera nadie pensando que iba a ver un 'biopic' musicalizado de Belmonte. Por otro lado, mucha más sangre y más muerte se ve en los toros.
Juan Belmonte, mítico matador al que se le atribuye haber elevado el ejercicio de la tauromaquia a un nivel espiritual, y que ha inspirado a tantos poetas, acabó suicidado. Liddell, enredada casi desde su primera obra en la noción del suicidio («me gusta el teatro porque me puedo matar mil veces»), se aproxima a la figura del torero tomando el libro del periodista Manuel Chaves Nogales, 'Juan Belmonte, matador de toros' (editada ahora en Libros del Asteroide, que ha recuperado toda su obra), una de las mejores biografías escritas en el siglo XX en España. También aparece en la escena un enorme toro que tenía toda la pinta de ser real -sólo le faltaba moverse- o una ternera de carne cruda que bajaba en cadenas de metal.
De Belmonte se subraya su tartamudez, pero también su cultura autodidacta. Hay citas a Rimbaud o a Emil Cioran, que parece que se está poniendo de moda. Los monólogos están interpretados con ímpetu y escritos de la misma manera, con mucha fuerza. Uno de ellos es una inmolación pública, un autosabotaje en el que describe a sus propios seguidores con una crudeza pocas veces escuchada, explayándose deliciosamente contra ellos, la mayoría «mujeres y maricones», y habla todavía peor de las actrices o de la escena de Francia (donde se la recibe entre aplausos), pero es que ni siquiera habla bien de sí misma. «Si te dieran a elegir entre una persona y un Caravaggio, salvarías el Caravaggio sin dudarlo un solo instante». Lo mejor es que casi todo esto es verdad. Y que se está practicando en público un sacrificio a manos de una mártir de la tragedia.
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