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Luis Ruiz Padrón
Domingo, 19 de febrero 2017, 00:20
El arquitecto Daniel Rubio encajó primero la planta del proyecto, con la soltura y el rigor propios de su oficio: dos viviendas por nivel, escalera al centro y ciertos ajustes que equilibrasen la asimetría del solar de la avenida de la Rosaleda nº 3. Luego abordó la composición del alzado con igual sentido del orden, resultando a fin de cuentas un reflejo de la disposición interior del inmueble; pero se guardó un as en la manga, y no me refiero solo al exotismo oriental con el que diseñó las cubiertas. Calculó que, a partir de cierta hora del día, el sol vespertino incidiría sobre la fachada, y previó el sorprendente efecto que sus rayos producirían al reflejarse sobre las superficies de cerámica vidriada polícroma con las que pensaba revestir la parte superior. Pero no puedo prever que, casi un siglo después, todos iríamos mirando hacia abajo, pendientes de una pantalla táctil.
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