«Hay que tener audacia para cambiar las cosas»
Luis García Montero Escritor y catedrático de Literatura. «Un homenaje a los que luchan contra la indiferencia». El escritor define así la historia que ha titulado ‘Alguien dice tu nombre’, su tercera incursión en la novela
María Eugenia Merelo
Viernes, 17 de octubre 2014, 01:27
Un verano caluroso, el de 1963, en Granada. León Egea, protagonista de Alguien dice tu nombre (Alfaguara), empieza a comprender la vida. Luis García Montero ( ... Granada, 1958) nos sirve en su nueva novela, una historia de amor, literatura y política con la marca de la casa de un poeta de referencia en la poesía española, comprometido y buscador de respuestas. Una búsqueda que ha alumbrado ya once poemarios, tres novelas y varios libros de ensayo. Una búsqueda celebrada y aplaudida con el Premio Adonáis, el Premio Loewe, el Premio Nacional de Literatura y el Nacional de la Crítica. Una búsqueda que reivindica desde las páginas de su nuevo trabajo que «sólo podemos transformar la historia si transformamos la vida cotidiana».
Después de 35 años escribiendo poesía parece que ahora le coge el gusto a la prosa.
Como poeta temo repetirme e intento añadir algo nuevo a mi obra. Me he dedicado a aprender a escribir novela y con Alguien dice mi nombre empiezo a sentirme novelista.
El protagonista de su novela es un joven que empieza admirar muchas cosas en la vida.
Es un joven perteneciente a una generación anterior a la mía. Alguien que nace en los 40 y que en los años 60 es un estudiante que está empezando a comprender la vida. Quería darle un tono optimista al relato y me parecía muy importante reivindicar el sentimiento de admiración. En una época de crisis como esta, con mucha frecuencia se pierde el derecho a la admiración. Solo vemos lo que está mal, lo que huele mal, y nos pasa desapercibido aquello que merece la pena ser mirado y admirado.
Y la literatura está entre las cosas que admira su personaje.
El joven León Egea admira mucho a un profesor de literatura que lo vincula con los libros, que le da una verdadera vocación. Y aprende a mirar también a una mujer, 17 años mayor que él, que parece una mujer convencional, una secretaria de una pequeña editorial provinciana, pero que después va descubriendo que tiene una vida muy rica y muchas cosas que aportarle.
¿Cuánto hay en el joven Egea del joven García Montero?
Lo que ese joven vivió en el verano de 1963 lo aprendí y viví yo en los 70. He aprovechado mi experiencia para hablar de la admiración que se siente por los maestros. Yo los he tenido tanto en la universidad como en la literatura. Tengo una deuda con Rafael Alberti con Gil de Biedma o con Ángel González. Y ese sentimiento de admiración que a mí me abrió los ojos a lo que podían enseñarme mis mayores he querido proyectarlo en el protagonista. Y también la confianza y la seguridad en que solo podemos transformar la vida si transformamos la vida cotidiana. Y solo podemos transformar la historia si transformamos la vida cotidiana. Y que las causas públicas son inseparables de la vida cotidiana. He querido proyectar todo eso en ese joven.
Mirar hacia otro lado
Dice que ha querido rendir un homenaje a los que luchan contra la indiferencia. Ese estado de ánimo, ¿es una de las grandes epidemias de este siglo?
Me parece que sí. Cuando se mira hacia el pasado, cuando se habla de los años 60, parece que todo el mundo en la universidad era antifranquista y luchaba contra la democracia. No es verdad. La mayoría prefería mirar hacia otro lado y acataba las cosas tal y como estaban. En ese sentido, es muy importante recordar eso y hacerle un homenaje a los que lucharon entonces, porque la mejor manera de mirar al presente es teniendo conciencia del pasado.
Nos invade la indiferencia. Poco caso le hacemos al refrán que dice que el que no arriesga no gana.
En la Celestina, Fernando de Rojas repite constantemente que solo la fortuna ayuda a los que tienen la osadía de buscar su futuro. Y es verdad. A mí me perece que vivimos momentos en los que la audacia es una forma de cambio. Las cosas no pueden seguir como están. Lo más prudente es cambiarlas. Y hay que tener la audacia suficiente para hacerlo.
Freud decía que era afortunado porque nada le había sido fácil.
Sí, también es verdad. Las sociedades de consumo a veces suelen esconder una cultura muy hedonista donde la gente se acostumbra a la paz. Y es verdad que la dificultad y el dolor son educativos, te enseñan a vivir. Si antes me acordaba de la Celestina, ahora me acuerdo del Lazarillo, cuando decía que no hay mayor maestra que el hambre. Cuando uno tiene experiencias difíciles aprende primero a respetar las cosas, a coger el pan cuando se cae. Cuando en mi casa se caía el pan, mi madre lo cogía y le daba un beso. Me enseñaron a no caer en la indiferencia y ni en la prepotencia. Y muchas veces el lujo nos lleva a ellas.
Ahora parece que sigue vigente lo de mirar para otro lado.
Ahora vivimos también una situación difícil y hay motivos para el miedo. Aunque estos años han sido años de movilización social, no comprendo que no haya habido un estallido social con las cosas que hemos visto. Porque hemos visto una corrupción tremenda, unos desahucios crueles, una política a favor de los bancos, unos salarios que solo favorecen la pérdida de poder adquisitivo. Lo que pasa es que hay mucha gente que traga con ruedas de molino.
Su personaje femenino, Consuelo, encarna la lucha contra la igualdad. Pero medio siglo después de aquella década quedan muchas asignaturas pendientes.
Quedan muchas asignaturas pendientes, pero no perdamos de vista lo que se ha conquistado. La España en la que se educó mi madre no tiene nada que ver con la España en la que se ha educado mi hija. Y decir soy hombre en esta España no tiene nada que ver con decir soy hombre en la España de mi padre. Es bueno ser consciente de eso. Por ejemplo, cuando el Gobierno ha retirado la ley del aborto la ha retirado porque ya hay una sociedad, que incluso vota al PP y se siente conservadora, que no puede entender unas medidas que pueden suponer una discriminación tan clara de la mujer, de su libertad.
Pero aún queda.
Sigue habiendo diferencia de sueldo entre hombres y mujeres y uno se sigue llevando sorpresas como la de la señora Mónica de Oriol diciendo que ella como empresaria contrata a mujeres que no estén en edad de tener hijos, porque tener hijos es un problema. Cuando eso se ve, se toma conciencia de que quedan por hacer muchas cosas todavía. Y uno toma conciencia de que todas las luchas desembocan en la misma lucha. La lucha de las mujeres no es una lucha de mujeres. La lucha de las mujeres en una sociedad en la que hay más de un 50% de mujeres es un lucha de toda la sociedad. Que a una mujer se le diga que cuando está entre los 25 y los 45 años es un peligro, porque puede ser un problema como productora en una fábrica, me parece que eso es un problema para los hombres y para las mujeres y para los que tenemos una idea del ser humano que no tiene solo que ver con la rentabilidad económica.
Compromiso
El protagonista de su novela encuentra en la literatura una tabla de salvación.
Para mí, la literatura es una vocación, una vocación que compromete mi trabajo con la sociedad. Yo creo que el primer ámbito de compromiso con la sociedad es nuestro trabajo. Nos comprometemos con la sociedad cuando hacemos un buen periodismo, una buen medicina, cuando ponemos en macha una buena educación o cuando intentamos escribir una literatura de calidad que llegue a los fondos de la condición humana. Eso lo aprende el protagonista gracias a la admiración que siente por un profesor de literatura. Se da cuenta de que en épocas en las que hacen falta ilusiones colectivas también es necesario un buen lenguaje. Va comprendiendo que su compromiso con la literatura, con el lenguaje, va a ser también el primer ámbito de compromiso con la sociedad.
Y desde ese compromiso, ¿la literatura también puede ayudar a cambiar el mundo?
Creo que sí. Y en ese sentido ya hablo desde mi experiencia. Yo soy una mínima parte del mundo. Pues esa mínima parte del mundo que soy yo, desde luego ha cambiado gracias a los libros que ha leído. Soy como soy por los poemas que he leído de García Lorca, d Neruda o de Antonio Machado. Los escritores somos conscientes de que, por ejemplo, un telediario bien manipulado crea más corriente de opinión que el mejor poema del mejor poeta. Pero eso es en la distancia corta y a corto plazo. A largo plazo, la literatura establece, como cualquier forma de arte, un diálogo de conciencia a conciencia entre el autor y el espectador o lector, que sirve para intervenir en la realidad y transformarla. Desde luego.
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