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Pepe Rando
Viernes, 24 de enero 2025, 18:55
Con el periodo de exámenes ya expirando, los estudiantes de la Universidad de Málaga se despiden de las interminables jornadas delante del escritorio que han copado sus agendas los últimos meses. Aunque enfrentarse a estas semanas de preparación no es plato de buen gusto para nadie, son muchos los alumnos que coinciden en que afrontarlas representa un reto mayor cada cuatrimestre.
En los últimos años, el estudio ha dejado de ser un partido de tenis entre la materia y el universitario en cuestión, en la que el aislamiento casi monástico era la estrategia más eficaz para este último. Ahora, también luchan contra sí mismos: la capacidad de concentración se ha convertido en una cualidad intermitente y al alcance de unos pocos.
Víctima de este fenómeno, como tantos universitarios, es Luis Fernández, alumno del cuarto curso de Ingeniería Mecánica en la UMA, que se ha visto obligado a abandonar sus métodos de estudio habituales, tratando de ajustarlos a las pérdidas de atención que, con cada vez más frecuencia, le interrumpen mientras prepara sus exámenes. «Este año he comenzado a ir a la biblioteca por primera vez porque en casa no tenía ni la capacidad de estar leyendo un documento de nosecuantas páginas», admite.
La recurrencia a la divagación de los jóvenes es percibida diariamente por sus profesores de universidad. Fernando Gallardo Alba, docente en la Facultad de Biología, da fe de ello: «Muchos alumnos siguen ficheros o apuntes de otros años que no están revisados por los profesores y otros se dispersan consultando informaciones no relacionadas con la asignatura».
En su experiencia, esta tendencia, manifestada a través de la pasividad en el aula y observable, especialmente, en los universitarios de primer curso, repercute de forma directa en sus resultados académicos por una «baja calidad del tiempo de estudio».
De acuerdo con una investigación llevada a cabo por profesores de la Universidad de California, en los últimos 20 años, el tiempo medio de mantenimiento de la concentración ha disminuido de dos minutos y medio a 75 segundos, aproximadamente. Además, una vez la atención es desviada de la tarea original, se estima que esta tarda en volver, al menos, 25 minutos.
A la hora de buscar culpables, todos los expertos apuntan en la misma dirección: es un síntoma de la exposición reiterada a contenidos y soportes digitales. Javier Álvarez, psicólogo experto en terapia juvenil y neuropsicología, afirma que las nuevas tecnologías, con las que las generaciones que ahora se encuentran en la universidad han crecido, conducen a lo que se conoce como 'multitasking'. «Si ahora entras en una biblioteca, los alumnos están escuchando música o viendo un vídeo al mismo tiempo que leen los apuntes, lo que hace más complicado focalizar la atención», señala Álvarez.
El déficit atencional de los jóvenes no solo afecta a su vida universitaria, sino que repercute directamente en el resto de áreas de su desarrollo y tiempo de ocio. Afrontar el visionado de una hora y media de película, por ejemplo, puede convertirse en una auténtica maratón si ello implica no bajar la vista cada pocos minutos para comprobar el estado de su 'smartphone'.
Asimismo, Javier Álvarez subraya el calado de este tipo de problemática en el terreno de las relaciones sociales, donde puede traducirse en el establecimiento de vínculos más frágiles o, incluso, en el deterioro de los ya existentes. Según el psicólogo malagueño, «lo que buscamos son estímulos y nuevas sensaciones constantemente, lo que puede tener consecuencias negativas en el desarrollo personal y de cara al resto de gente».
En este contexto, es común entre los alumnos buscar soluciones para mantenerse focalizados en aquello a lo que le dedican su tiempo, en la universidad y fuera de ella. Una de las estrategias más empleadas es la que pone en práctica Santiago Hernández, estudiante de cuarto curso de Turismo en la UMA, que trata de mantenerse alejado de sus dispositivos digitales cuando desempeña una tarea que requiere de máxima concentración, así como autorregular su uso de los mismos en etapas de exámenes o reuniones con amigos. «Sobre todo a partir de Bachillerato, me noto más despistado en general y por eso estoy tratando de dar un cambio», confiesa.
Teniendo en cuenta todo ello, lo cierto es que los estudiantes libran una batalla que, con intensidad creciente, transciende las fronteras de sus apuntes para calar en el resto de su vida. Sin embargo, crecen en número aquellos universitarios que, aceptándola con deportividad, luchan por mantenerse despiertos y enfocados, no solo para ser más productivos, sino para saborear con más ímpetu el presente.
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