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Cristina Jiménez
Martes, 7 de noviembre 2023, 10:08
El sueño de niños hecho realidad. El primer día de clase, cuando entras por la Facultad de Comunicación, la cabeza se llena de aspiraciones en las que en un futuro estás recorriendo el mundo para cubrir conflictos. Al final, el sueño de cualquier periodista internacional es ese, coger un vuelo hacia un destino para escuchar historias, hacer fotos y contar la verdad.
Isabel Fuentes, Akira Salas, Jerónimo Leal y Vicente Muñoz cogieron ese vuelo hacia Palestina para cumplir el sueño de convertirse en reporteros internacionales. Llegaron como cooperantes para trabajar en el Centro de Información Alternativa escribiendo noticias sobre la situación del país, pero tras dos meses volvieron a España con historias, entrevistas, fotografías y con la idea de regresar en un futuro.
Querían trabajar como reporteros para ver cómo era la realidad que se vivía en Palestina, ayudar en el Centro de Información y desarrollar sus trabajos personales, pero ¿cómo empezó la historia de estos cuatros alumnos de periodismo?. Desde la Universidad de Málaga se impulsa un programa conocido como Cooperación Internacional y entre los destinos que se ofertan está Palestina.
Ellos tuvieron claro que no podían dejar pasar esta oportunidad, rellenaron los papeles necesarios y más tarde llegaría la confirmación de que su viaje iba a comenzar y cumplirían el sueño con el que llegaron el primer día a clase. Antes de preparar maletas, cámara, papel y boli tuvieron un cursillo en el que les dieron unas escuetas recomendaciones, como «la vacuna había que ponerse, tener cuidado con el agua y algunas comidas», indica Isabel Fuentes.
El primer día que se conocieron todos fue en una cena que Cooperación organizó, aquella noche marcó el inicio de la aventura, «ya solo ese día se podía leer en nuestros ojos que íbamos a estar unidos y coordinados», cuenta Akira Salas. En un abrir y cerrar de ojos estaban sentados en el avión mirando por la ventanilla.
Una casa en Belén les estaba esperando, pero primero tenían que llegar a Tel Aviv-Yafo. Desde el avión podían ver la que se convertiría durante los próximos dos meses en su casa; «era muy curioso porque desde la ventanilla veíamos por una parte casas muy antiguas y por otro lado unas con tejado de agua rojo, más occidentales, más adelante descubrimos la razón de esta imagen», recuerda Salas.
Al pisar terreno israelí se dieron cuenta de que «la imagen que les habían dado era muy diferente a la realidad», cuenta Isabel Fuentes. Nada más llegar les estaba esperando el casero y toda su familia para llevarles a la casa en la que se quedarían, «nos hicieron la comida, fueron muy hospitalarios», explica Fuentes. Este mínimo detalle les dio un soplo de realidad en el que se darían cuenta de que toda la gente iba a ser muy cercana, «nos sentimos muy arropados en todo momento», comentan Muñoz y Leal.
Adaptarse a una nueva cultura, gastronomía y territorio puede resultar complicado, pero no fue el caso de estos jóvenes periodistas. A pesar de que el idioma fuese diferente, se entendían a la perfección, ya que «allí todo el mundo domina el inglés y quieren hablar contigo, contar su vida y experiencia y relatan lo mismo, viven bajo una ocupación», menciona Salas.
Las primeras impresiones al llegar a un sitio nuevo son claves, y Vicente Muñoz cuenta que para él «la ciudad daba la sensación de estar muy viva, unas calles muy hermosas y con muchísima gente hablando entre ellos», a Salas le chocó Belén porque «eran todo carreteras, no había aceras ni pasos por los que cruzar». Los primeros sabores y comidas que se degustan pueden marcar el rumbo de la experiencia, así Jerónimo Leal explica que «las comidas tenían mucho sabor, llenas de ingredientes mediterráneos como cebollas o pimientos y muchas especies», incluso para Isabel Fuentes que es vegetariana la comida no fue un problema.
Para sorpresa de los cuatro, pudieron disfrutar de la vida nocturna en Belén y formar parte de algunas de sus tradiciones, el 'Dabke' es un baile que se hace durante las fiestas, «estaba encantada de aprenderlo y de saber más sobre ello», cuenta Salas. A pesar de que en el horario nocturno la presencia de la mujer era mínima, «disfrutamos mucho con nuestros amigos», informa Muñoz.
Las risas y los buenos momentos no faltaron a lo largo de toda la experiencia, pero tal y como cuenta Muñoz, «me gustaría decir que me quedo con lo bueno, pero por desgracia el sentimiento que predomina en mi corazón es el de rabia y enfado». La ciudad es bonita y está llena de vida e historia, la gente fue cercana con ellos y le mostraron cariño, pero la verdad que se esconde detrás es que «quieren contar cómo se sienten, necesitan ser escuchados», afirman. Una de las experiencias más cercanas y duras que vivieron fue junto a los coordinadores de la cooperación cuando «estuvimos en un campo de refugiados», recuerdan Jerónim Leal y Vicente Muñoz.
En dos meses les dio tiempo a trabajar y hacer sus proyectos personales, pero también para descubrir qué había más allá de Belén, e Isabel Fuentes recuerda que «visitaron distintas ciudades, e incluso el desierto». Pero la crudeza de la realidad llegó cuando avistaron una pequeña población desértica llamada Tubas, unos pastores sin rebaño enfriaron los corazones de los cooperantes, ya que «les habían robado sus animales, tuvieron que pagar una multa y nos contaron la violencia que vivían cada día», recuerda Muñoz.
Conocer las historias de tanta gente, pasar tiempo con ellos y convivir tanto con sus problemas hizo que «sintiéramos que ellos eran nuestro pueblo», explica Akira Salas. Nadie puede conocer la realidad de algo si no la ve con sus propios ojos, tras pasar dos meses en Palestina y llegar a España «sentimos empatía», afirman. Cuando visitaron una de las poblaciones descubrieron que «hay puestos de vigilancia para asegurar que los soldados no les roben el agua de los pozos», narra Vicente Muñoz.
Llegaron con el objetivo de hacer sus proyectos personales, un TFG, un documental y un reportaje, trabajar en el Centro de Información y vivir al máximo la experiencia, pero cogieron un vuelo de vuelta con una mochila llena de historias que esperan ser escuchadas, con el peso sobre los hombros de un enorme sentimiento de empatía y crudeza, para ellos significó un punto y parte en sus vidas.
Tenían una imagen de la ciudad equivocada y llegaron con una serie de prejuicios que desaparecieron de sus cabezas al ver cómo era la realidad, tal y como cuenta Jerónimo Leal. «Un día en el desierto hacía mucho calor, cuando subimos al autobús estábamos al borde del desmayo, y dos mujeres que llevaban un hiyab, en una parada que hizo el autobús, compraron una botella de agua para cada uno y un helado, fue un regalo» para Leal y fue una sorpresa porque él creía que las mujeres eran más reservadas, y con ese gesto desapareció el prejuicio que tenía.
Cuando cogieron el avión de vuelta en septiembre, entre sus recuerdos más cercanos rondaban todos los amigos que hicieron durante su estancia, Vicente Muñoz además apreció que «hay un abismo entre nuestro país y el suyo en el tema de política y la filosofía, puedes hablar de todo con ellos». Charlas infinitas y dolor al llegar a España y ver cómo todo se descontroló. «Ves lo que está pasando ahora y la distancia hace que te sientas impotente por no estar allí con ellos y apoyarlos», cuenta Jerónimo Leal. Las familias están más tranquilas al saber que están en casa, pero como explica Akira Salas «estamos inquietos, no estamos allí, pero tampoco aquí, estamos pendientes las 24 horas de lo que está pasando».
Aquellas ciudades «vivas» que recuerda Muñoz ahora están destruidas, aquellos amigos que compartieron con los cooperantes sus vidas «está en la cárcel, y otro cuenta que su familia ha muerto», relata Salas. Vivieron la experiencia y cumplieron su sueño de ser reporteros, pero Isabel Fuentes menciona que «dio mucha pena volver, nos hemos llevado a gente maravillosa y experiencias maravillosas».
Pero la vuelta a sus casas se ha convertido en una pesadilla para los cuatro, un sueño que se ha visto empañado por «preocupación, pena y enfado», resalta Fuentes.
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