Oficios al sur: En las puertas del ocio
Las noches en las discotecas de Málaga y la costa forman parte del decorado veraniego. Pero antes de los focos y la música, son pocos quienes reparan en la figura del portero
alejandro díaz
Jueves, 25 de julio 2019, 00:39
Para que las noches de desenfreno veraniego y diversión en la Costa del Sol sean posibles, son muchos los trabajadores que a veces han ... de jugarse el tipo para que todo ello suceda en un ambiente seguro. En el imaginario colectivo, casi nadie repara en la imagen del portero de discoteca, pero sí en los tópicos negativos o prejuicios que se ciernen sobre una figura sin la que el caos reinaría en estos locales.
Son la cara menos afable. Todos reparan en las personas que están detrás de la barra, en los relaciones públicas y en los encargados, pues realizan tareas más o menos gratas al lado de las de un portero de discoteca, que además de llevar la carga estresante de mantener la seguridad en estos espacios, han de luchar contra el estereotipo de persona violenta a la que le gusta la gresca.
Nada de eso tiene que ver con la realidad, como explica Celi Moise, quien desempeña este oficio desde hace años en distintos locales de Málaga y la costa. No llegó a ser portero por vocación, simplemente es una forma que encontró de ganarse la vida. Su físico portentoso le ayudó, ya que Celi es un gran aficionado a la práctica deportiva. Sin embargo, la mayor cualidad que ha de tener un portero de discoteca es la de mantener un equilibrio psicológico importante, dadas las de situaciones, muchas veces desagradables, que han de atender.
«Ser portero es un oficio como cualquier otro, pero hay que saber hacer de psicólogo. Es un trabajo de noche y la noche está cargada de excesos. Si a eso le añades que hay personas maleducadas, no es una tarea sencilla», reconoce este joven haitiano que llegó a Málaga hace doce años. «Nos ven como unos abusones; la gente cree que nos dicen algo y que nosotros directamente los vamos a agredir. Eso no va conmigo. En mi caso, y diría que en el de la mayoría de mis compañeros, es todo lo contrario», advierte Celi, al que también le gusta salir de noche. «Pero lo hago para pasármelo bien, no para provocar a nadie ni faltar el respeto a ningún trabajador», sentencia.
Celi llegó de Haití hace doce años y se instaló en el popular barrio de La Victoria
Todos hemos presenciado, alguna vez, escenas poco deseadas tanto en las puertas como dentro de una discoteca. Celi lo achaca al consumo abusivo de alcohol y otras sustancias, aunque también a la falta de educación. Una carencia que, como bien señala Celi, no está relacionada con la clase social ni con el nivel de estudios o profesional de una persona. De hecho, uno de los primeros trabajos de portero que ejerció este joven de veintiséis años fue en una lujosa discoteca del Centro Histórico de Málaga.
«La arrogancia no es buena. Yo controlaba el acceso VIP y la mesa de los reservados. Es de lógica que, por mucho dinero que gastes, tienes que guardar unas formas, no te puedes subir encima de una mesa y, si lo haces y te llaman la atención, lo normal es que rectifiques tu conducta. Aunque pienso que ni siquiera debería hacer falta que te lo digan, pues eso nadie lo hace en sus casas», apunta.
Hay quien piensa que el dinero es el acceso a todo, una especie de principio de autoridad. Nada que ver con la realidad. La mayoría de estos negocios tiene la suficiente solvencia económica como para poder imponer sus normas independientemente de lo que tenga el cliente en la cuenta o cuáles sean sus apellidos. Como insiste Celi: «No es una cuestión de dinero, es la educación, porque también es cierto que hay clientes que cuando les llamas la atención, lo primero que hacen es pedirte disculpas y volver a mantener una conducta acorde al sentido común».
Mucho más que figurantes
Los porteros de discoteca desempeñan una labor esencial para garantizar la seguridad en estos locales. Una de ellas es la del control del aforo y de que no puedan acceder personas con objetos punzantes y peligrosos. Además, no son pocas las veces que han de atender a clientes que, debido a los excesos, quedan indispuestos. Sin ellos, sería imposible disfrutar de una noche de mera diversión, que afortunadamente es lo que busca la mayoría de los clientes.
La parte más compleja del portero de discoteca es la inmensa contención a la que han de someterse ante quienes no aceptan que se les dé un no por respuesta. «He recibido insultos, algunos de ellos racistas, de forma reiterada, por parte de algún cliente o incluso de un grupo de personas, por no dejarles acceder por no cumplir las normas, por estar el aforo completo o por 'invitarles' a abandonar el local por estar liándola», asegura Celi, para quien esto forma parte de la rutina del oficio. «El problema es cuando te levantan la mano. A mí me han agredido varias veces, me han llegado a romper una botella en la cabeza. Realmente he sentido que mi vida corría peligro», subraya.
Una vida tranquila
Celi prefiere centrarse, a pesar de ello, en lo positivo. Es una persona afable, sonriente. Cuando le pregunto por sus sueños o sus metas en la vida, él lo tiene claro:«No tengo grandes sueños, quiero un buen trabajo y una vida tranquila. ¿Acaso no es eso lo que queremos todos en el fondo?». Celi, antes de despedirnos, me cuenta que se ha mudado al centro y que se siente bastante feliz, y que cuando llegó de Haití vivió en el popular barrio malagueño de La Victoria muchos años. Le digo que yo también me crié en allí y me despido con la certeza de haber podido charlar con un gran tipo.
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