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Cuando llega el mes de agosto y el calor aprieta, Alberto Moreno se encierra en el bajo de su casa, en la calle Herradura de Mijas Pueblo y empieza a pensar en la Navidad. El motivo nada tiene que ver con las temperaturas, sino con ... un belén de diez metros de largo que durante todo el año está montado en el local que Alberto y su familia tienen en la parte baja de su casa.
No se desmonta nunca, cabe en el local porque está distribuido en forma de 'L' y cada año se transforma por completo uno de los dos brazos de esa 'L'. No lo transforman entero porque entonces no empezarían a trabajar en el belén en agosto, sino que estarían todo el año enfrascados en una afición que comenzó hace décadas en esta familia.
Una de las modificaciones que han hecho este año es en la parte de la entrada, para que sea más visible desde fuera, ya que antes era cubierta y no se veía el belén desde la calle.
Esta tradición la inició el padre de Alberto, Lázaro Moreno, y ya de niño, en cuanto tuvo capacidad, se sumó el hijo, que hoy tiene 30 años. Poco a poco, con el paso de los años, fueron depurando las técnicas, aprendiendo de belenistas con más trayectoria que ellos y adquiriendo piezas. En total cuentan ya con 200 figuras. Todas las casas que aparecen en las diferentes escenas del belén las construyen ellos mismos y, como ya se ha dicho, la mitad de ellas se renuevan cada año. «Cada casa que montamos, para que quede en el tono que nosotros queremos, tiene seis manos de pintura: empezamos por el verde, seguimos por el rojo, luego rojo con ocre, ocre con blanco y de ahí al blanco final», cuenta Alberto Moreno, panadero de profesión.
Asegura que no puede contabilizar las horas que cada año le dedica al belén familiar, pero desde septiembre, cuando ya han planteado y diseñado los cambios, hasta diciembre, «al menos dos o tres horas cada día». Él es el encargado de montar las escenas, de construir las casas con corcho, escayola y sus respectivas manos de pintura, y su padre es el responsable de la iluminación, que es uno de los detalles que convierten a este belén en un espectáculo que cada año visitan los vecinos del pueblo, los niños en una excursión escolar antes de que finalicen las clases por Navidad, las asociaciones e incluso los extranjeros que llegan al pueblo a hacer turismo.
«A todos les gusta mucho y los turistas alucinan», cuenta Alberto. La familia no cobra nada por abrir las puertas de su casa y mostrar el belén. «Lo tenemos abierto todo el tiempo que podemos y quien quiera puede entrar y verlo», explica.
La familia asegura que cada año le ponen el mayor de los empeños a esta tradición, precisamente por eso, por conservar las costumbres y también por animar la Navidad en el municipio. Llevan haciéndolo así treinta años y todo apunta a que continuarán otros muchos más. «Tengo hijos y ya dan muestras de que les gusta todo este meneo», asegura Alberto.
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