Outhman Beda, de los bajos de un autobús a la universidad
Se fue de su Tánger natal a los 16 años, pasó por un centro de menores en régimen cerrado y ahora, a los 24, acaba de echar la matrícula para Educación Social. Esta es su historia
Cuando vio aquel autocar repleto de turistas portugueses que recorrían la costa mediterránea y que acababa hacer parada en su Tánger natal supo ... que en esos bajos estaba el billete a su nueva vida. Ya lo había intentado sin éxito otras dos veces; una ida y vuelta que terminó antes de empezar cuando la policía lo descubrió en el puerto marroquí y lo devolvió al punto de partida junto con otros cientos como él «que se toman lo de subirse a los bajos de un camión como una profesión. Algunos de ellos lo han intentado decenas de veces». Para Outhman Beda, 24 años hoy pero 16 en el arranque de aquella aventura, a la tercera fue la vencida. Su compañero de viaje fue capturado, pero él consiguió dejar atrás una vida «muy dura» marcada por las malas compañías y varias expulsiones del instituto. «No me gustaba nada estudiar, no valía para eso (...). Me fui en el momento justo en que vi que la cosa sólo podía ir a peor y que me juntaba con mala gente», cuenta este joven marroquí a quien todos llaman 'El Kinko' y que ahora mezcla en su relato con un prodigioso equilibrio los episodios oscuros de la calle con referencias a la caverna de Platón, el tema de Filosofía que le cayó hace unas semanas en el examen de Selectividad.
Entre esa cara y esa cruz han pasado siete años. Una vida entera si se tiene en cuenta que Outhman pisó por primera vez España empotrado en aquel autobús turístico que acababa ruta en Fuengirola y que en estos días espera con una mezcla de emoción e incertidumbre la admisión en el grado de Educación Social de la Universidad de Málaga. Su 7,5 de media en la prueba de acceso le garantizan –salvo sorpresas de última hora– ese otro billete de ida a una vida normalizada y autónoma y lo convierten, además, en el único joven extutelado y ahora en el programa de integración de Málaga Acoge que consigue graduarse y comenzar una carrera universitaria.
Pero tampoco ese camino ha sido fácil para El Kinko. El que arrancaba a este lado del Estrecho hizo parada, en primer lugar, en un centro de menores en Fuengirola: poco después de que las entrañas de aquel autobús lo parieran a su nueva vida, la policía lo detuvo y tras el paso por comisaría fue directo a un centro de menores tutelado por la Junta de Andalucía. «En ese lugar estábamos en régimen abierto, pero acabé metido en un lío y me trasladaron a un centro cerrado, en Jaén», recuerda El Kinko, que se guarda para sí los detalles de ese «lío» que le privó de la libertad durante al menos cuatro años. Ahí fue donde la vida le hizo 'clic': «A pesar de todo, puedo decir que estar ahí fue la segunda mejor cosa que me ha pasado (...). La primera fue llegar a Fuengirola. La segunda, el centro cerrado. Eso te abre los ojos y te permite valorar muchas cosas», admite el joven, que en ese momento decidió darse la vuelta en ese camino «que me iba a llevar a lo peor» y comenzar a estudiar (casi) desde cero.
«Cuando entré no sabía hablar ni una palabra de español, y al salir lo hice ya cursando 1.º de Bachillerato». Pero en esa 'salida' a la que se refiere, Outhman se enfrentaba a un problema añadido y común en todos los menores que de la noche a la mañana pasan de la tutela institucional a la mayoría de edad y, por lo tanto, a la calle. También fue su caso: «Me fui de Jaén y me vine a Málaga; y aquí estuve entre los albergues y la calle. Aquello fue muy duro», explica El Kinko, que no obstante pudo apoyarse en un pequeño colchón económico de 400 euros mensuales que la administración le estuvo pagando durante un año y medio tras su encierro en el centro de Jaén. «Con eso pude ir aguantando hasta que se terminó y un compañero me habló de Málaga Acoge», celebra el joven, sentado ahora en una de las salas de la sede que la asociación tiene en calle Ollerías y desde donde le ayudaron «para todo, porque es que incluso me quedaba indocumentado». En ese apoyo también tuvo el sostén de la Fundación Rais, que le proporcionó un alojamiento compartido en un piso de la capital desde el que pudo empezar de nuevo.
Una de sus primeras decisiones fue volver a coger los libros, ésta vez matriculándose en 1.º de Bachillerato en el IES Vicente Espinel, que todos conocen como Gaona y que cuenta con otros 21 jóvenes extutelados estudiando en sus aulas. Con 22 años y una mochila cargada con las piedras de un camino que hasta ese momento había tenido más obstáculos que llanos, a Outhman le costó «bastante» hacerse a esa rutina de clases diarias, de estudios y de orden. «Al principio sí fue complicado, pero mira, me he sacado a curso por año, el Bachillerato con media de ocho y con la selectividad se me queda la nota en un 7,5», celebra sonriendo por primera vez en la entrevista y enumerando el listado de sus asignaturas favoritas: «Definitivamente soy más de letras. Me encanta la historia, la geografía o la filosofía (...). ¿Lo peor? Sin duda el inglés. Me encantaría hablarlo, pero se me da fatal», bromea.
La nota media del Bachillerato y la Selectividad lo coloca a las puertas de su nuevo sueño: el grado de Educación Social. «Me quiero dedicar a otros chavales que estén en la situación por la que yo pasé», zanja Outhman, que hace unos días formalizó la matrícula para seguir sus estudios en la UMA. «Espero que me dé la media, si no me marcharé a hacer la carrera a Jaén o a Granada, que no tiene nota de corte», añade sin dejar hueco a otra opción que no sea la de Educación Social. «Quiero trabajar en centros de menores. Me gusta trabajar con gente rebelde».
Mientras llega ese momento, Outhman seguirá compatibilizando sus estudios con otras dos pasiones con las que aspira a seguir abriendo puertas y derribando muros: la música y la interpretación. En la primera ya tiene un camino recorrido gracias al rap y a sus letras basadas en la integración y en su propia experiencia de vida. De hecho, sus temas alcanzaron cierta repercusión en redes sociales en su país natal, «aunque aquí es más difícil que llegue esa oportunidad». En 'Cansado de la vida', El Kinko rapea que hará «lo necesario para volver a nacer» porque «llegan momentos en la vida en que sientes que no puedes más (...). Quiero desaparecer, vivir lejos de este mundo y no volver». Antes lo cantaba desde esa desesperanza; ahora no: «Ya no estoy cansado de la vida», admite entrando de lleno en esa segunda pasión que por el momento se ha materializado en un casting para participar en una película cuyo argumento tiene mucho que ver con el Outhman de antes: «Es sobre un joven que está encarcelado en un centro de protección. Ha hecho las cosas mal, y siempre está enfadado», avanza el Outhman de ahora, que ya no lo está.
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