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LA TRIBUNA

¿Quién le pone el cascabel al insulto?

ANTONIO GARRIDO

Sábado, 15 de enero 2011, 02:30

Afirma Freud que uno de los rasgos que caracterizan la civilización es el insulto. Antes de que existiera el lenguaje las diferencias de pareceres se resolvían a golpes, recordemos el caso de Caín y Abel que es muy ilustrativo al respecto; cuando el cerebro desarrolló la capacidad de comunicación verbal las distintas lenguas en que se dividieron aquellos soberbios y orgullosos de la torre de Babel - hoy he empezado bíblico - crearon términos ofensivos que, no obstante, impedían lanzarse los unos contra los otros. No creo que exista nada más apasionante que el lenguaje porque te da sorpresas extraordinarias; en el origen de la palabra insulto, tal como aparece en el Diccionario de Autoridades, está este significado: "Acometimiento violento o improviso, para hacer daño", del latín 'insultatio', y pone dos ejemplos que son muy claros: «El cual defendía aquella plaza con gran valor y esfuerzo, en todos los insultos y refriegas.»; el segundo: «Se libraron casi milagrosamente del insulto de unos ladrones». En plural, se refería al daño causado por los insultos.

La última edición del DRAE recoge la definición anterior como segunda y ofrece una tercera que se usa más en Guatemala: «Indisposición que se experimenta por comer en exceso»; sin embargo no incluye el uso venezolano de «lesión o irritación de la piel». La primera definición es «Acción y efecto de insultar». Nos vamos al verbo que viene del latín 'insultare' que tenía el significado de «saltar contra, ofender». Con el insulto se pretende «ofender a alguien provocándolo o irritándolo con palabras o acciones»; por el contrario, en Cuba, 'insultarse' es encolerizarse. Obsérvese en la definición que el insulto no se refiere sólo a las palabras sino también al lenguaje no verbal; normalmente suelen ir juntos en la acción verbal y gestual para molestar al prójimo. Aconsejo al lector, como simple curiosidad, que lea la página de la 'Vida de Pedro Saputo' de Braulio Fox, en 1844, en la que aparece una de las listas de insultos más completas que se pueden encontrar.

Volviendo al terreno bíblico Dios insultó a la serpiente y la maldijo y Pancracio Celdrán en su estupendo 'Gran libro de los insultos' recuerda un pasaje de los Apócrifos en el que Jesús llama a un compañero de juego: «execrable de maldad, hijo de la muerte, oficina de Satanás»; mientras que en los canónicos Jesús se dirige a los mercaderes como: raza de víboras, generación malvada y adúltera, hipócritas, malditos". Antes de seguir dejaré claro que insultar está muy mal, pero que muy mal, aunque está en la naturaleza humana como manera de 'desfogar', que es literalmente «Dar salida al fuego». Acabar con el insulto ha sido empeño de legisladores y de grupos sociales que prefieren el uso del eufemismo. Recuerde el lector avisado el universo victoriano británico lleno de melindres. La RAE, desde su primera edición, cuando publica las normas para cómo hacer el diccionario, deja claro que no piensa incluir ninguna palabra 'malsonante' con lo que se cargó de un plumazo una parte muy importante del léxico. Se quería un diccionario sin insultos. No faltaron en el siglo pasado asociaciones en contra del uso de estas palabras, solían ser los integrantes de estas instituciones, que no tuvieron éxito jamás, burgueses bienpensantes y muy religiosos porque sus ataques iban de frente y preferentemente contra las blasfemias que llegaron a estar multadas en el franquismo.

Cuando se habla de prohibir, verbo que no me gusta nada, se olvida, por poner un caso, que el insulto no es sólo la palabra sino en contexto y la intención con la que se emite y es percibida por el receptor. El insulto llega a tener valor positivo. Dos amigos se encuentran después de mucho tiempo, se abrazan, se palmean y se adjudican epítetos que dejo a la imaginación del que esté leyendo. Las palabras, sin la situación, no valen nada.

Por otra parte, cada vez usamos palabras neutras en su sentido estricto con una intención de insulto más o menos evidente. La corrección que no es otra cosa que una forma de hipocresía no resuelve el problema, si es que lo fuere, de ninguna de las maneras. Toda nuestra literatura está llena de magníficos insultos que, claro, no están dirigidos al lector pero sí a personas concretas. Versos estupendos de Quevedo contra Góngora y al revés. ¿Qué hacer con ambos escritores que, además serían un mal ejemplo para el exquisito ciudadano? El valor expresivo del insulto es indudable y ya lo señaló don Julio Casares que como autoridad no está mal. Hasta lista de palabras prohibidas aparece en las Ordenanzas de Castilla del siglo XV. Veamos algunas: 'sodomítico', 'cornudo', 'traidor', 'hereje', 'puta'. El castigo era pedir perdón y pagar trescientos sueldos. Si se insultaba con la palabra 'tornadizo', equivalente aproximado a tránsfuga, se debía pagar veinte maravedís o maravedises que de ambas manera se puede usar según señala Manuel Seco.

Nadie puede ponerle puertas al campo, nadie puede regular el uso de los insultos. Me queda para el final la gran pregunta, ¿son insultos 'celestial', pues sí, cuando se toma por tonto; "clica", chismoso: 'dante', marica activo; 'furraca', puta; 'jailo', lelo; 'malcolfa', mujer mala; 'panmojao', inútil? Puedo seguir hasta casi el infinito. Todos tendríamos que ser consumados lexicólogos. No es mala idea, una nueva especialidad, licenciado en 'insultología' y que se encarguen de ser policía de palabras.

En el libro de Albert Om, '¡Manda huevos!' se puede saber qué políticos deberían ser multados. Recomiendo también 'El sohez'", la hache la ha puesto voluntariamente su autor Delfín Carbonell.

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