Los nuevos turistas
El turismo se ha democratizado y ha pasado a ser una forma de habitar el mundo; ciudades como Málaga deben defenderse del aburrido tsunami de la globalización y proteger su identidad antes de que todo esté perdido
Más digital, más personalizado, más consciente y más diverso. El turismo, uno de los grandes motores económicos de la provincia de Málaga y Andalucía, está ... experimentando, como otros muchos sectores, una extraordinaria transformación. Ya no se trata solo de dónde viajamos o cuánto gastamos, sino de cómo viajamos, por qué lo hacemos y cómo decidimos cada paso del trayecto. Y, sobre todo, cuál es nuestra huella en el destino y cómo, casi sin darnos cuenta, lo transformamos y no siempre para bien. En apenas una década, el perfil del turista ha cambiado radicalmente, empujado por nuevas las tecnologías, los cambios sociales, una mayor sensibilidad ambiental y el impacto de la pandemia.
El turista tradicional convive hoy con una constelación de nuevos perfiles: nómadas digitales que trabajan desde cualquier lugar del mundo, jubilados que viajan más que nunca, jóvenes que lo hacen solos, parejas que organizan sus escapadas en redes sociales, familias que combinan ocio con experiencias culturales. El viaje se ha convertido en un acto identitario e introspectivo. Y cada viajero busca su propio relato.
La segmentación del turista es cada vez más sofisticada y las empresas están haciendo un enorme esfuerzo por entenderla y preverla. Frente al paquete cerrado que buscaba sol y playa, emerge un viajero más informado, más exigente y también más emocional. No se desplaza solo para descansar, sino para descubrir, transformarse o, simplemente, desconectar del ritmo de vida diario. El viaje es ahora experiencia, autenticidad y conexión con lo local.
Crece el turismo temático —gastronómico, espiritual, deportivo, de bienestar—. También el llamado 'slow travel', con estancias más largas en destinos menos masificados. Y se consolida una tendencia silenciosa pero poderosa: la del viaje como construcción de identidad. Lo que hacemos en vacaciones no sólo se vive, ahora también se comparte. Incluso hasta límites enfermizos. Las redes sociales amplifican el impacto del viaje y lo convierten en parte del capital simbólico y del perfil digital de cada persona.
Una de las mayores revoluciones se produce en la forma de preparar el viaje. Si antes el proceso comenzaba en una agencia o con un catálogo en papel, hoy empieza en Instagram, en TikTok. Son las redes sociales las que inspiran destinos, hoteles, rutas o restaurantes hasta provocar que una pequeña tienda de galletas en un barrio perdido de Nueva York tenga colas de decenas de personas en la puerta durante todo el día. Las recomendaciones de influencers o de otros usuarios tienen un peso inimaginable. La experiencia, es evidente, no termina en el destino, porque vivimos en un ecosistema digital permanente que se extiende antes y después del viaje.
La experiencia turística no termina en el destino; vivimos en un ecosistema digital que se extiende antes y después del viaje
Y todo ello porque la pandemia transformó nuestra forma de ver la vida. Muchas personas revisaron su relación con el tiempo, con la movilidad y con el consumo. El turismo no fue ajeno a ello. Apareció un viajero más reflexivo, más sensible al impacto ambiental y social de su presencia en el destino. El turismo responsable dejó de ser una etiqueta para convertirse en una exigencia creciente, aunque persista el turista de juerga y borrachera que tanto daño hace a la percepción que se extiende sobre sus efectos.
La creciente desigualdad hace que muchos no puedan acceder a este nuevo turismo, generándose una brecha real. El encarecimiento de vuelos y alojamientos por la inflación ha desplazado a las clases medias de ciertos destinos. A la vez, el turismo de masas sigue generando tensiones: gentrificación, saturación, pérdida de identidad local, conflictos sociales. El fenómeno de la turismofobia se extiende.
Para los destinos, el reto está claro: no se trata solo de atraer más turistas, sino mejores turistas. Aquellos que valoran, respetan y aportan. Aquellos que buscan integrarse, no imponerse. En este contexto, la calidad gana a la cantidad como nuevo paradigma.
Málaga, que han vivido una transformación turística inédita, tiene ahora la oportunidad, antes de que sea demasiado tarde, de consolidar un modelo basado en la cultura, la gastronomía, la innovación y la autenticidad. Y para ello debe establecer medidas que protejan esa identidad local. Más allá de la estacionalidad o del volumen, se trata de ofrecer sentido y de que nuestras ciudades no terminen ahogándose en el aburrido océano de la vulgaridad y la globalización. El día en el que paseemos por el centro y no sepamos si estamos en Calle Larios, en la Gran Vía o en la Quinta Avenida significará que todo está perdido.
El turismo ya no es sólo una industria. Es una forma de habitar el mundo. Y, como tal, está en plena redefinición. Málaga requiere, por tanto, definir y defender cómo quiere que sea su mundo.
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