José Manuel Caballero Bonald, escritor: «El franquismo reaparece de vez en cuando, ahora lo hemos visto con Garzón»
Convencido de que no escribirá más novelas y dedicado de lleno a la poesía, el gaditano cierra el ciclo lírico del Centro Andaluz de las Letras
MARINA MARTÍNEZ mmartinez@diariosur.es
Jueves, 20 de mayo 2010, 03:52
Siempre del lado de los desobedientes, a José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926) le gusta transitar por la oscuridad. Novelista y ... ensayista, pero ante todo poeta, este afable gaditano de intensa vida y privilegiada obra, se siente cada vez más cerca del misticismo. Ahora saborea el poso de la experiencia y a ella se aferra como eje de una poesía que ha convertido hoy en protagonista tras aparcar definitivamente la novela. Ayer visitaba Málaga para cerrar el ciclo lírico 'Letras magistrales' del Centro Andaluz de las Letras.
-¿Dónde se siente más cómodo un poeta, leyendo o escribiendo?
-Bueno, son dos cosas muy distintas. A mí, leer poesía es un ejercicio que me desazona un poco, me hace recordar experiencias vividas lejanas y las recupero mientras leo, eso me intriga. Escribir poesía es una experiencia muy compleja, es una operación de síntesis de algo vivido que tienes que representar en unas pocas palabras.
-Y un ejercicio solitario.
-Naturalmente, toda la literatura lo es. A mí, por ejemplo, la fama del escritor o del artista es algo que me coge muy a trasmano, no me importa, lo que me interesa es el acto de escribir solo, conmigo mismo, acordándome de lo que he vivido.
-¿No es un abismo la memoria?
-En mi caso, es un factor desencadenante de la acción literaria, ya sea poética o narrativa. Yo escribo porque me acuerdo de lo que he vivido, si tuviera amnesia seguro que no sabría escribir. Es el desarrollo de mi pasado y de mi propia vida lo que pongo en juego cada vez que escribo un poema o un relato.
-No le cuesta ahondar en la experiencia.
-No, incluso me parece que es un sendero placentero.
-Incide mucho últimamente en ese sendero. Ahora acaba de reeditar sus libros de memorias...
-Sí, 'Tiempo de guerras perdidas' y 'La costumbre de vivir'. Ya no haré el tercer tomo.
-¿Por qué?
-No tengo ni ganas ni tiempo. Ya me queda muy poco futuro, el pasado es cada vez mayor, pero el futuro se adelgaza y se convierte en algo que casi es el presente.
- ¿Le da vértigo el paso del tiempo?
-Es más preocupación que vértigo. La fugacidad de la vida es un tema literario eterno que últimamente está muy presente en mi manera de escribir y en mi manera de ser.
-¿Le rejuvenece?
-En algunos momentos, sí. Mi penúltimo libro, 'Manual de infractores', es un libro de rebeldía, de enemistad con los gregarios, con los sumisos, con los obedientes, con los biempensantes... Todo esto me hizo recuperar una energía que había perdido, y en ese libro me sentí rejuvenecido por lo que tenía de rebelión contra ciertos aspectos de la vida que detesto. En este caso era la guerra de Irak. Ahora no quiero continuar las memorias porque tenía que hablar de un episodio que viví muy de cerca como es la Transición. Yo creo que fue un pacto entre la izquierda y la derecha: la izquierda renunció a muchas cosas y la derecha pactó la continuidad de ciertas fórmulas del sistema y así el franquismo quedó latente y reaparece de vez en cuando.
-¿Cree que lo sigue haciendo?
-Sí, yo creo que sigue vivo y que ha permanecido en estado larvario. Subterráneamente ha subsistido y de cuando en cuando resurge. Ahora lo hemos visto con el juez Garzón.
-Como la memoria histórica, que ahora también resurge.
-Sí, aunque yo la memoria histórica la dividiría en dos partes: la Guerra Civil y la posguerra, la memoria de la persecución del vencido hasta la muerte que se ha desarrollado durante cuarenta años, eso sí me parece terrible y esa memoria es la que yo creo que de verdad hay que recuperar y hacer justicia de esos desmanes del franquismo.
-Usted lo vivió muy cerca.
-Sí, padecí también persecución por mi actitud política, por mi lucha clandestina. Estuve preso como tantos otros, y por eso precisamente elegí un día irme de España, me fui a Colombia para poner tierra de por medio. No tuve obligación de irme, elegí ese exilio voluntario para separarme de la mediocridad que acechaba la vida cotidiana en España.
Un nuevo libro
-Y hoy, como está el país, ¿no siente esa necesidad de poner tierra de por medio?
-Sí, la siento con cierta frecuencia. Ahora, sobre todo, con todos los episodios vividos con el juez Garzón, que uno puede estar de acuerdo o no con sus instrucciones y sus formas de actuar, pero me parece indignante que la ultraderecha sea la responsable de que se haya decidido que Garzón es culpable de prevaricación. Pienso que es una barbaridad.
- ¿Todo esto no le mueve a escribir otra apología de la insumisión como aquel 'Manual de infractores'?
-Sí, me gustaría, pero ahora me dedico más a la poesía. Ya a mis años el trabajo narrativo que exige un esfuerzo diario que me da pereza.
-¿No lamenta decir eso?
-No, al contrario, me siento muy aliviado, no voy a tener que levantarme o acostarme pensando en la novela. Ya no voy a escribir ninguna novela, seguro. Ahora estoy haciendo un libro largo de poesía y lo que tiene de narrativo es lo que me libra de la tentación de escribir prosa.
-¿El poema de su vida en Madrid?
-Sí, más o menos. Bueno, arranca de ahí y luego tiene ramificaciones. Aparte de mi vida en Madrid, mi vida en Colombia y hechos fundamentales de mi biografía en este libro poético que no sé cuándo terminaré. No tengo prisa. Las prisas en literatura son lo más parecido que hay a la carcoma, que te va socavando por dentro hasta que se desmorona todo. En literatura hay que tener calma y estar al margen de los efectos externos, los que no tienen que ver con tu trabajo creador.
-¿Se refiere al marketing?
-Sí, al hecho de someterse al marketing de los grandes editores.
-¿Cree que la poesía se desvirtuaría si se moviera por dictados comerciales, si fuera mayoritaria?
-Yo creo que nunca puede dejar de ser un arte minoritario, si fuera mayoritario dejaría de ser lo que es, esa interpretación de los enigmas que están detrás de la realidad. Alguna vez he dicho para molestar que lo mejor que le puede ocurrir a la poesía es que se quede sin lectores.
-Pero usted la entiende como una defensa.
-Sí, ya lo dijo Pavese, la literatura es una forma de defensa frente a las ofensas de la vida, y para mí la poesía es eso. Me defiendo de todo lo que detesto, de todo lo que me produce repulsión. Vivo en constante actitud defensiva, poéticamente hablando.
-¿Y la narrativa? Siempre se ha considerado más poeta.
-Sí, sí. Me gustaría que mi obra quedara porque he escrito un buen poema, ese buen poema que uno busca durante toda la vida.
-¿Lo ha encontrado?
-No lo sé, a lo mejor anda por ahí suelto sin que yo lo sepa. Pero ese buen poema salva la vida de un escritor. Además, la poesía es la máxima temperatura que se puede conseguir manejando el idioma.
-¿Le ha servido de terapia?
-También. La poesía tiene un valor curativo. Te alivia de obsesiones que te persiguen, de manías. Yo he tenido manías persecutorias y la poesía me librado de ellas.
-En eso habrá influido su actitud ante la literatura...
-No sé. Ahora, por ejemplo, el poema que estoy escribiendo lo dejo dormitar, lo cojo al cabo de 15 o 20 días, lo releo, selecciono bien la memoria. Porque mi poesía casi nunca ha tenido una línea argumental, no soy partidario de la poesía explícita, obvia, directa, que cuenta las cosas tal como son, sino que interpreta las cosas, el merodeo en torno a la realidad. La poesía es una versión de la realidad, no una copia.
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