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Un facha

LORENZO SILVA

Martes, 17 de abril 2018, 07:45

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El almirante don Pascual Cervera y Topete murió un mes de abril, como este, pero de hace la friolera de 109 años, o lo que es lo mismo, en el año 1909 de nuestra era. Esta insignificante cir-cunstancia biográfica no ha impedido que la actual alcaldesa de Barcelona, la Excma. Sra. doña Ada Colau Ballano, lo haya despachado ante un público entregado, con ocasión de la desposesión de la calle que el almirante tenía en la ciudad, como nada más y nada menos que un facha. Dejándose llevar por esa relación tan particular que parece tener con la cronología, podría haberlo tildado igualmente de hipster, otaku o influencer, si en su muy personal percepción el almirante tuviera alguna cualidad que lo acercara al perfil convencional de dichos colectivos.

Naturalmente, lo de «personal percepción» es en este caso un eufemismo compasivo, para eludir el sustantivo crudo que corresponde a lo que la señora Colau ha acreditado de manera tan deslumbrante con semejante intervención: ignorancia.

Que se pueda atribuir a un hombre de biografía como todas controvertida, pero por lo demás no especialmente indigna, una condición peyorativa que sólo podría empezar a tener algún sentido más de una década después de su muerte, dice sin duda bastante de la instrucción general y moral de la mandataria que se permite el alarde; pero que ello se haga en un acto público, ante la general aprobación del auditorio, es un síntoma que por desgracia va más allá de las insuficiencias individuales de la interesada, para llamarnos la atención sobre las carencias de índole cultural, ética y hasta psicológica que se han extendido en ciertos sectores de población. Por ser más concretos, la laxitud y hasta la aleatoriedad con que se utiliza el adjetivo «facha» en una porción estimable de la sociedad española, y más estimable aún de la catalana -escríbase fatxa-, es una prueba de hasta qué punto la desinformación, la manipulación y la posverdad han prendido y triunfado entre quienes se afanan más en denigrar a quien piensa de otra manera que en procurarse una formación mínima que les ahorre cometer errores de grueso calibre.

Lo único bueno de estos espectáculos tristísimos, de estos aquelarres perpetrados para más inri con dinero público, es que sirven para retratar a quienes los organizan y disfrutan. Ya no se podrá decir que permanece oculta su idiosincrasia ni que hacen por encubrir la espeluznante visión binaria -y anacrónica- que tienen de la realidad. Desde esta constatación, cada uno podrá decidir mejor dónde y con quién quiere estar y, lo que es aún más crucial, dónde y con quién no desea que se le sitúe.

No fue Cervera figura que suscite grandes pasiones; pero al menos hizo un estimable trabajo cartográfico en Filipinas. Vale más eso que calumniar desde el frívolo desconocimiento.

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