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Inmigrantes amotinados en la azotea del CIE de Aluche, Madrid.
Aluche, el polvorín invisible

Aluche, el polvorín invisible

Orinales bajo las camas, visitas en locutorios, barrotes... Los CIE se parecen demasiado a las cárceles

Francisco Apaolaza

Jueves, 20 de octubre 2016, 10:50

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La arquitectura de los edificios dice cosas de algunos de ellos. Las ventanas del CIE de Aluche se cubren con unas placas enormes y metálicas pintadas de azul como escudos que no dejan ver. El exterior y lo que sucede dentro están condenados a no encontrarse. Ese es uno de los lugares más opacos que existen en Madrid. Nadie entra allí, nada se sabe de lo que ocurre. Como mucho alguien consigue menear una camiseta por la grieta de la mampara azul y grita algo sobre la libertad que tapa el ruido de los coches. Les llaman internos pero viven como presos. Caminan por la tierra de nadie, habitan una frontera invisible. Duermen ocho por celda y salen al patio en el que transitan durante 60 días por las tripas de España. Allí se digiere el problema de la inmigración, un conflicto que salió ayer a la azotea del antiguo hospital de Carabanchel en Aluche.

Ocurrió después del rezo. En el Sindicato Unificado de Policía sostienen que un grupo de 39 internos comenzaron una operación "destinada a fugarse". Eran la mitad de los internos, unos 90, pues el Centro de Internamiento de Extranjeros está actualmente al 40% de su capacidad. Las mismas fuentes dibujan el siguiente escenario: los internos rompen alguna puerta con los bancos metálicos que habían arrancado del suelo para usarlos como arietes y entonces intentan salir al exterior. Se encuentran con el cambio de turno, con lo que en lugar de cinco agentes de la Policía, hay diez. La huida se les hace imposible, con lo que intentan un segundo plan: subir a una de las azoteas con sábanas enrolladas por las que descolgarse. Son las diez de la noche y están atrapados. Una noche al raso. A las siete comenzó a llover. A las nueve de la mañana, después de once horas gritando consignas a favor de la dignidad y de la libertad, desisten y termina una suerte de motín incruento en el que nadie resulta herido. Sigue lloviendo y la fotografía de los brazos en alto de los inmigrantes, en su mayoría argelinos, da la vuelta a España. Las fuentes policiales advierten de que "se veía venir".

Interior ha anunciado que devolverá a los responsables del episodio a su país. El asunto no sorprende a nadie. La Unión Federal de Policía había avisado a los mandos en un informe: se estaba preparando un motín en Aluche encabezado por los argelinos que se iba a dar de forma inminente en la tarde noche. Preparaban diverso material para convertirlo en arma blanca -ayer no se usó-, y habían arrancado bancos para usarlos contra las puertas. Los sindicatos reclaman tradicionalmente que hay muy pocos efectivos en los centros para controlar a los inmigrantes. En Aluche en agosto se fugaron 17 después de serrar los barrotes y abrir un agujero en un baño. En 2012, la comisión de derechos humanos de la ONU reprobó a España por una paliza a un interno en ese mismo centro.

"Un día va a suceder una desgracia". Habla un agente que trabaja desde hace años en el Campo de Gibraltar, donde funciona el centro de Algeciras, con una sede en Tarifa. "Cinco hombres no pueden hacerse responsables de la seguridad de 150". Hace un par de semanas, en el CIE de Sangonera, en Murcia, 67 inmigrantes lograron escapar. Se armaron con cuchillos y extintores e hirieron a cinco policías.

Motines, cuchillos, patios, celdas... Esta está a punto de ser una crónica carcelaria. En realidad, los CIE están muy cerca de ser prisiones. En esa tierra de nadie es donde reside la polémica. Los primeros centros se abrieron a mediados de los ochenta a raíz de la ley de Extranjería. A día de hoy hay ocho. Dicho en corto, los CIE sirven para recluir a los inmigrantes en situación ilegal a la espera de que se resuelva su expediente. Desde su entrada en el centro por orden del juez, antes de 60 días tienen que ser resueltos sus expedientes de asilo, o devueltos a su país si se consigue demostrar su origen. La medida que debiera ser excepcional, se utiliza de manera "abusiva" según la Comisión Española de Ayuda al Refugiado, y poco eficaz: solo el 40% de los internos volvieron a su país en 2015.

«Peores que las cárceles»

La cuestión clave reside en si se puede permanecer recluido sin haber cometido un delito. En este limbo legal, todo es resbaladizo, pero en la práctica, los CIE tienen mucho de prisión. "Son peores que las cárceles, porque no disponen de ningún tipo de actividad deportiva, formativa o de ocio", según el abogado de la organización jesuita Pueblos Unidos. El panorama que dibuja el letrado, uno de los pocos que pueden entrar en los centros, es desolador. "El problema es que la finalidad es la privación de libertad, pero se menoscaban otros derechos". Se refiere a la intimidad (las visitas y los internos nunca están en el mismo espacio y en todo momento son vigilados por funcionarios) y el derecho a asistencia sanitaria (en todos los centros no hay servicios médicos permanentes). Pueden usar el móvil cuatro horas al día en Aluche. El resto del día es todo para el patio.

El congoleño Gustave Kiansumba, que llegó a España en patera en 2009 y pasó un mes en el CIE de Algeciras, lo recuerda como "un mundo de estrés y miedo. Algo peor que una cárcel. Siempre estabas pendiente de que te mandaran a tu país". Dormía en una habitación con cuatro literas y otros siete compañeros y debajo de la cama tenía un orinal para las urgencias nocturnas. "Nos trataban como a ladrones".

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