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Antiguo edificio del Salvamento de Naúfragos junto a la Farola.

La Malagueta

La Malagueta, playa urbana que disfrutaron los malagueños de todas las épocas, fue durante milenios no sólo placentera orilla de la mar cercana, territorio de azucareras y bodegas, adorno natural al sur de la ciudad, sino costoso rebalaje para la «saca del copo», asiento de marengos y jabegotes y cuna de los primeros balnearios marítimos de Málaga

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Lunes, 13 de octubre 2014, 01:19

Era territorio donde tralladores, cenacheros, pimpis, barateros y charranes toda la tipología humana playera, cada quien desarrollando su antigua y dificultosa tarea, intentaban sobrevivir del ... producto de la mar. Era una playa que, aun relativamente cercana a la urbe, quedó siempre a trasmano de la mayoría ciudana. Por distintos caminos se llegaba a ella. Capuchineros y victorianos, a partir de la construcción del túnel bajo la Alcazaba, solían, indistintamente, utilizar la calle Barcenillas o la de Mundo Nuevo. En el primero de los casos, accediendo por el viejo Callejón de Domingo, y en el segundo, bajando por La Coracha o los jardines de Puerta Oscura hacia el Parque, luego de cumplir el rito de gritar para oír su voz multiplicada por el eco. Desde el centro de la ciudad se llegaba a las playas bien sobre los renqueantes tranvías con vistosas y aireadas jardineras que se cogían en la Acera de la Marina, o, haciendo el camino a pie, a través de la verja portuaria recorriendo el Muelle de Cánovas hasta llegar al túnel del FF. CC. para entrar por la calle Vélez-Málaga. Otros, más caprichosos, preferían subir la empinada escalinata o rampa de piedra del antiquísimo Muelle Viejo para ganar el paseo de la Farola y elegir sitio ante el edificio del Salvamento de Náufragos que existía desde finales del pasado siglo playita que por su escasa profundidad los malagueños de entonces denominaban «lavachochos», y todos, cumplidores con la playa a partir de la «bendición de las aguas» por la Virgen del Carmen, tenían la certidumbre de cumplir con un mandato de la tierra en la que habían nacido. Ir a La Malagueta era como echar un día completo de excursión, trasladarse a un lugar abierto, popular, lejano y concurrido donde, al cabo de las horas y el calor, acababan rendidos los niños zangolotinos y alborotadores, los jóvenes más fornidos y los más entusiastas adultos de tomar el fresco al pie de la marina.

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