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Antigua portada del convento de Agustinas que da acceso al pasaje.
Pasaje Chinitas

Pasaje Chinitas

Nunca fue un barrio ni nació como tal. Sin embargo, al poner en comunicación cuatro calles inmediatas —Santa María, plaza de la Constitución, Fresca y Toril—, creó, en el centro, una especie de isla urbana con singularidad propia y muy definida personalidad. Se llamó en principio pasaje de Alvarez, pero la existencia del Café de Chinitas pudo con tal nombre.

SUR

Domingo, 28 de septiembre 2014, 00:30

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Cuando en el año 1937 las autoridades malagueñas decidieron cerrar definitivamente el popularísimo Café de Chinitas, poniendo concluyente stop a sus genialidades artísticas y taberneras, no estaban clausurando un infecto local cuya sentencia de muerte llevaba cantada un decenio, sino que tal cerrojazo administrativo-policial significaba echar el candado a un templo de arte popular tan famoso por sus espectáculos últimos como por sus notables escandaleras. Café cantante a medio camino entre el lupanar y el escenario galante de las noches locales de las precedentes cuatro décadas del siglo XIX y otros tantos del presente, el local había escrito una larga y controvertida crónica social de la que sobresalieron a partes iguales monumentales trifulcas, inmoralidades escénicas y situaciones navajeras.

Un local así, situado en el corazón de una ciudad de abierto y atractivo puerto, tenía que pasar a la historia como una de las instituciones populares de cuantas hoy se recuerdan. El hecho mismo de que el poeta García Lorca, ganado en su tiempo por la fama que nimbaba el café malagueño y las cosas que sugería desde la leyenda, hiciera coincidir en su poesía a Paquiro y su hermano (situación que jamás pudo darse por la diferencia de edad entre ellos) contribuyó a incrementar la fama del referido local.

La historia del teatro comienza hacia 1857, se proyecta hasta 1920 tratando de borrar su antigua personalidad mediante nuevo nombre, Salón Royal, y acaba sin pena ni gloria en 1937, año en que no estaban las cosas en Málaga como para que nadie rindiera tributo de recuerdo a un establecimiento execrado por muchos como aplaudido por otros tantos ciudadanos. Pero resulta curiosa la manera como El Chinitas permanece en el corazón de los malagueños y la forma en que su nombre se mantuvo siempre en la memoria del pueblo.

ORIGEN DEL PASAJE

Entre la calle Santa María y la plaza de la Constitución existió el convento e iglesia de las Agustinas Descalzas, una institución monástica que nació en Málaga en 1628 merced a los 21.500 ducados que para dicha fundación ofreció doña Magdalena Espinosa Zorrilla, gran devota de la orden agustiniana y viuda de don Melchor de Zorrilla, durante muchos años regidor de la ciudad y persona muy significativa de la Málaga del primer tercio del siglo XVII.

El edificio tenía ingreso principal al cenobio a través de una elegante puerta por el lado de la calle de Santa María, en tanto que a la iglesia se entraba por otra de madera artísticamente tallada bajo la portada de piedra que hoy permite el acceso al pasaje por el lado de la plaza de la Constitución.

La parcela sobre la que se construyeron convento e iglesia era irregular por su forma y generosa de proporciones, pues sus costados daban a las ya mencionadas calle de Santa María y plaza de la Constitución, así como a calle Fresca y del Toril. Esta era la situación del conjunto cenobita hasta que las leyes y disposiciones desamortizadoras vinieron a expropiar y más tarde a exclaustrar, respectivamente, el patrimonio de la Orden de San Agustín y el lanzamiento de las monjas que formaban comunidad de religioso y espiritual destino.

Una vez que el viejo caserón quedó bajo dominio del Estado, y tal como sucedió en tantos otros casos semejantes, se procedió a la adjudicación del inmueble al mejor postor, bien a través de subastas más o menos públicas, bien mediante petición de los propios interesados a la mesa que a tales efectos levantaban los representantes de la Administración. Fue a don Antonio María Alvarez de Quindós y Gutiérrez de Aragón que además de acaudalado personaje había sido gobernador civil y militar de Málaga a quien la mesa concedió el inmueble, no se sabe si con mucha o poca licitud.

Ocurrió que para entonces el Ayuntamiento de la ciudad estaba interesado en llevar adelante algunas reformas en el sector, de manera que cuando supo que el señor Alvarez era el nuevo propietario de los edificios se dirigió a él interesándose por el tipo de proyecto que pensaba realizar, y, en su nombre, el arquitecto Dieglo Clavero presentó en 1852 el expediente que documentaba el proyecto de apertura de un pasaje que, desde la plaza de la Constitución hacia calle Fresca y desde la de Santa María a la del Toril (hoy Nicasio Calle), mediante el trazado de dos vías peatonales cruzadas en su comedio formando una casi perfecta cruz griega, iba a permitir enlazar cuatro puntos diferentes del intrincado centro urbano.

Hubo en principio discusiones entre promotor y Ayuntamiento, pues el último no entendía, quizá por la falta de referencia o precedente en la ciudad, qué era exactamente lo que se proponía construir el señor Alvarez. Al cabo, avenencia. No se supo si por convencimiento municipal o porque todavía y para entonces el ex gobernador civil y militar de Málaga disponía de aldabas locales suficientes, lo cierto fue que, tras un tira y afloja de dos años justos, el derribo del convento y la iglesia comenzó el día 3 de abril de 1854.

Se sabe que dos años más tarde el pasaje ya estaba prácticamente terminado y algunos de sus vecinos y primeros comerciantes, establecidos a su largo principal. El pasaje, como es lógico, fue bautizado con el apellido de su promotor, Alvarez, que recibió toda clase de parabienes por parte de los patricios agavillados en la Sociedad Económica de Amigos del País, que planteó a las autoridades la necesidad de continuar impulsando obras transformadoras de semejante importancia, dado que el centro de la capital se encontraba prácticamente detenido en lo que concernía al urbanismo y su adecuado mueblamiento y presentación. Antes de que el nuevo pasaje se popularizara con el apellido de don Antonio María, los malagueños le llamaron Pasaje Nuevo de la Plaza.

NACE EL CAFÉ

Para algunos documentalistas locales fue el propio Antonio María Alvarez quien dispuso la construcción de un teatrillo para uso particular y reducida corte de amigos, eligiendo para ello un local en planta interior que disimulara su existencia a obvios efectos. Ya existían en la ciudad algunos cafés cantantes, cuyos escándalos nocturnos preocupaban a las autoridades, y no deseaba tal señor figurar en la nómina de los desacreditados propietarios de los mismos. Esto puede explicar la atípica situación de un local, primero de los de su género que se constata en la arquitectura doméstica de aquellos decenios, simulando su interior desde la calle por unos huecos enrejados que parecían iluminar alcobas y espacios familiares, cuando en realidad aireaban la atmósfera cargada de un cafetín.

Por el interior y a través de un ojo de patio en el que la vecindad ponía a orear su ropa entraba cenitalmente la luz del día, alcanzando únicamente los balcones superiores. La cubierta era de teja moruna y vertía pluviales hacia el mismo ojo de patio por el lado interior y hacia la placita que centra el pasaje por el exterior.

Era un local reducido. Y así como las tejas de la cubierta se distribuyen en diez segmentos irregulares que casi le dan la forma decagonal, el salón público, elevado en la primera planta, era casi un círculo pentagonal tan mal diseñado como peor enlucido. El escenario era de modestas dimensiones y a sus lados se abrían seis palcos, en realidad verdaderos reservados para gentes con ganas de octurna jarana con presencia femenina. Carecía de camerinos y los artistas, hombres o mujeres, tenían que ataviarse y desvestirse amparados por un sistema de cortinas y lonas que nadie custodiaba. El piano quedaba a pie de escenario y el público se acomodaba en veladores situados de manera que, por sus estrechos pasillos, pudieran transitar activos camareros de grandes y redondas bandejas, largas patillas y engomados bigotes.

PRIMEROS COMERCIOS

A poco de finalizar la construcción del pasaje de Alvarez fueron abriéndose los primeros y modestos establecimientos comerciales, muchos de los cuales alcanzaron los decenios iniciales del presente siglo, si bien ya en manos de propietarios distintos a sus fundadores. De ellos hay que recordar el Bazar Suizo, El Martillo y el, para muchos malagueños de la época entrañable, Café Munich, que ya estaba en funcionamiento cuando la visita a Málaga de la reina Isabel II en el otoño de 1862. Otro comercio de los más antiguos fue el Salón de Limpieza del Calzado, que distintos propietarios lo hicieron llegar a nuestros días.

Este salón de limpieza debió ser el primero de los comercios que se estableció en una de las esquinas de la placita. Don Francisco Bejarano Robles rescató del periódico «El Avisador Malagueño» (1856) la siguiente reseña:

«Se está disponiendo en uno de los portales del pasaje nuevo de la plaza de la Constitución, con puertas a la misma, un saloncito para limpiar botas, con toda comodidad de los concurrentes, pues habrá muelles banquetas para sentarse, espejos, mesas, periódicos, etc. Dícennos que la asistencia será también esmerada, se entiende en limpiar las botas, y que el betún, héroe principal, digámoslo así, será excelente. Parece que estará abierto el domingo para el servicio público. Ya estrañábamos (sic) nosotros que no se hubiera establecido una industria así, a semejanza de otras capitales de España y del extranjero».

Volviendo al célebre café cantante, quizá convenga aludir la visión que de él ofreció al visitarlo personalmente el escritor inglés Havelock Ellis citado también por don Francisco Bejarano en el año 1908:

«... Los bailes más notables no se descubren, a lo mejor, sino al cabo de muchos meses, porque nadie se preocupa de ello ni de orientarle a uno. Así me pasó a mí, por ejemplo, en Málaga con Las Chinitas (sic), hace algunos años. En efecto, oculto en una calle mal aireada, próxima a la Plaza, encontraba uno, después de subir unas escaleras, el refugio diecisiete, donde, en el más reducido tabladillo imaginable, ante un grave concurso genuinamente nacional, algunas de las mejores bailarinas españolas, envueltas en hermosos pañolones filipinos, ejecutaban ciclos inacabables de característicos bailes españoles, en tanto que las madres y las tías, veladores de las artistas, ocupaban unas sillas en torno de ellas. Luego me he enterado de que el baile de Las Chinitas ha sido clausurado y extinguido con algún pretexto por los españoles celosos, anhelantes de unirse al ritmo de la civilización, porque es, sin duda, más fácil destruir que levantar. Acaso Las Chinitas haya sido la última institución de su género en España».

El texto, publicado en 1908, ya alude a la circunstancia del primer cierre del establecimiento, por lo que habremos de suponer que sus escándalos eran ya tan notables como frecuentes en las noches malagueñas que entonces protagonizaban señoritos calaveras y sesudos caballeros del dinero y la frivolidad. Salón Royal se denominó a partir de entonces con el fin de auspiciar un cambio de imagen. Pero de nada sirvió. El Chinitas, con su nuevo rótulo, no cambió porque la clientela deseaba que el establecimiento fuera el mismo de toda la vida. Las flamenquerías se sustituyeron por los cuplés, y si bien por su escenario pasaron discretas figuras del género, otras distintas volvieron a las andadas.

De los años diez al veinte del presente siglo, descocadas damitas devolvieron al local su antiguo sabor a burdel con gran contento de los parroquianos. De tan lejanos años se recuerda, en tiempo de carnaval, la actuación de alguna «inocente» artista que cantaba con un plátano en la mano, y preguntando al final de su actuación por qué oquedad, intersticio, depresión o coquera de su anatomía deseaba el respetable que se lo introdujera, obedecía entre aplausos de aprobación general.

MÁXIMA FAMA

La popularidad nacional del pasaje y del mismo café alcanza su máxima curva al iniciarse los años treinta del presente siglo, al regresar a su escenario las perdidas flamenquerías. En la memoria de muchos de la generación de nuestros padres y abuelos quedaron indeleblemente grabadas las actuaciones de los colosos Juan Breva y Antonio Chacón, rivales en el cante por malagueñas; otras figuras como La Macarena, La Juana, La Trini, El Petrolo o El Porrilla, se insertaron igualmente en la memoria ciudadana a través de muchas actuaciones en el local, y éstas, a su vez, se encadenaron a otras, tales como las discutidas y polémicas Hermanas Navarro, Estrellita Castro, Lucrecia Torralba, Isabelita Ruiz, Luisa Albéniz (bailarina excepcional madre de los Manfredi), Manuel Torres, Pastora y Tomás Pavón, Vallejo, Manolo Caracol, Canalejas de Puerto Real, Cojo de Málaga, Palanca, Marchena, Juanito Valderrama...

El reparto no se agota con esta mínima alusión a sus carteles, que tomada en su momento de referencias directas de maduros malagueños que protagonizaron algunas de las célebres noches de El Chinitas, ni a ellos mismos alcanza su memoria a los años 20 del presente siglo. Y por si fuera poco, no quedó documentada la crónica diaria del local precisamente por vivir de los restos desabridos y escandalosos de una sociedad infantilmente restrictiva y mayoritariamente farisaica, lo que ha reducido la documentación disponible a la simple tradición oral con todas y cada una de sus inevitables inexactitudes y exageraciones, según sea el interés derrotista o positivo que se ponga al reflexionar sobre su discurso escenográfico o tipológico.

De los últimos años de existencia del café queda, si acaso, el recuerdo de los precios que regían hasta el momento de su cierra definitivo: café con espectáculo, 1,25 pesetas; media botella de machaco, 3 pesetas; una de vino fino, 7 pesetas. Y así, la larga lista de precios que se ofrecía a los concurrentes de los años treinta.

NOMBRE DEFINITIVO

Al iniciarse los años sesenta de este siglo llega a la Alcaldía Francisco García Grana y manda publicar un edicto en los periódicos locales para dar a conocer su decisión de bautizar oficialmente con el nombre de Chinitas el pasaje de Alvarez.

Para ello convocó, en plazo y forma, a las personas que tuvieran que hacer algún tipo de alegación contra la iniciativa municipal. Al no presentarse ningún tipo de reclamación ni demanda al efecto, se cambió el rótulo de cerámica del pasaje de Alvarez por el definitivo de pasaje de Chinitas, que era como tradicionalmente los malagueños llamaron desde que en él se estableció el café cantante.

A esta iniciativa de García Grana siguieron otras no menos importantes, consistentes en dotar al pasaje de pavimento de piedra de Sierra Elvira, además de colocarle en su centro una fuente del siglo XIX donada por Fernando Barceló. Y como gran complemento de aquella operación municipal se encargó a José Espinós Alonso, gran maestro madrileño de la forja artística, todos los rótulos tanto de oficios artesanales como industriales y comerciales del pasaje, todos ellos labrados en hierro forjado, algunos de los cuales existen todavía.

Durante el último cuarto de siglo distintas historias se han protagonizado en las noches del pasaje. Sobre alguns de ellas nuestro periódico ofreció puntualmente referencias. En la medianoche del 11 de marzo de 1962, un beodo intentó refrescarse en la fuente donada por el señor Barceló. La pequeña joya del siglo XIX quedó destrozada y sus pedazos, diseminados en el suelo. La fuente se restituyó, restaurada gentilmente por el marmolista Baeza, y allí permaneció hasta su total destrucción en 1978.

Volvió el Ayuntamiento a dignificar la placita con la escultura de Mariquilla, realizada por el escultor Adrián Risueño para los jardines de la calle Alcazabilla. Pero como la gente estaba más por el cachondeo y la contestación que por el respeto al mobiliario urbano, durante una serie de días se congregaron allí grupos ecologistas para protestar de las «fuentes imperiales», acabando con Mariquilla.

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