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El museo conquistado

El museo conquistado

La decisión y el pulso de Málaga han escrito un capítulo inédito en la historia de la cultura. Una movilización que ha conseguido un museo. Dos décadas de espera en las que los malagueños han demostrado que el mundo se construye persiguiendo lo inalcanzable

María Eugenia Merelo

Lunes, 12 de diciembre 2016, 00:22

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Málaga. Museo. Movilización. Tres palabras que se unieron en un pulso ciudadano, en una conquista sin precedentes. Porque el Museo de Málaga que hoy abre su puertas no es un museo común. Es un museo que se 'reinaugura' cien años después de su creación y se recupera tras 19 años almacenado. Y, sobre todo, es un museo rescatado e impulsado por la voluntad inquebrantable de unos ciudadanos que quisieron que el mejor museo que tenía la ciudad en el siglo XX tuviese como sede el mejor edifico de Málaga: el noble y céntrico palacio neoclásico de la Aduana, hasta entonces empleado como Subdelegación del Gobierno y comisaría centro.

La historia de esta colección nómada se empezó a escribir con vocación contemporánea en la segunda mitad del siglo XIX. Pero su relato reciente, la conquista que hoy se celebra, pulsa el cronómetro en 1997, cuando el Museo Provincial de Bellas Artes desalojó el palacio de Buenavista para dejar paso a las colecciones del Museo Picasso Málaga. Un santo que desvistió a otro. Cosas de los gestores políticos. Un magnífico nuevo museo que enterraba una histórica colección. La institución cultural de siempre. Querida y perdida. Un desalojo dramático por la incapacidad del Gobierno central y de la Junta de Andalucía para buscar en tiempo y a tiempo una sede alternativa y atar bien todos los cabos en la aplaudida operación cultural que 'repatriaba' a Picasso. Y esa colección de arte embalada y guardada 'sine die' fue la mecha que prendió el fuego en una sociedad que se reconoció a sí misma en esos cuadros.

Las pinturas de Moreno Villa, Simonet, Viniegra. Los pintores que conoció en su infancia Picasso. El Legado Sarbartés, el primer reencuentro picassiano con Málaga. Los lienzos de Muñoz Degrain, Nogales o Ferrándiz hilvanaron la voluntad ciudadana para defender su patrimonio, la cultura y el progreso. Empezó entonces una fiesta reivindicativa que aglutinó a unos ciudadanos decididos a exhibir su fuerza para conquistar el mejor contenedor posible para unos valiosos fondos pictóricos y arqueológicos empaquetados y dispersos. La reivindicación tenía colores de clara insurgencia: la cultura le echaba un pulso a la férrea imagen del Estado en las provincias, ya sin sentido en un país con descentralización autonómica.

La historia cierra su gran relato

  • A los pies de la Alcazaba y del Castillo de Gibralfaro, fortalezas fenicias, musulmanas y católicas. Lindante al Teatro Romano que en el siglo I a. C. ordenó construir el emperador Cesar Augusto. Y vecino del Museo Picasso Málaga, una pinacoteca que responde al deseo de Pablo Picasso, el artista con un talento sobrenatural que llegó a inventar el cubismo, de que su obra estuviera presente en la ciudad en la que nació. El Museo de Málaga cierra, con sus colecciones de Bellas Artes y Arqueología, un impresionante eje urbano, histórico y cultural, un extraordinario relato que arrancó en la Malaka del siglo VIII a. C. y que han nutrido cuatro civilizaciones. Pocas ciudades pueden lucir tanto patrimonio y contar tanta historia. Málaga, una de las ciudades más antiguas de Europa, la cuenta ya completa.

«Diversos colectivos exigen que la Aduana sea Museo de Bellas Artes». Era el título de una noticia, publicada en las páginas de Cultura de Diario SUR el 12 de octubre de 1997, que informaba del nacimiento de una movilización que reclamaba el «cese inmediato y definitivo del uso burocrático y representativo» de la Aduana y reivindicaba el uso cultural y público del edificio como sede del Museo de Bellas Artes, evocando una vieja reclamación de corto trayecto surgida en los años 70. La cultura, la historia y la modernidad para reemplazar el despilfarro espacial/administrativo del edificio de Cortina del Muelle que, además, tenía una carga simbólica por su oscura historia durante el franquismo. Un grupo de ciudadanos, con el aliento del Ateneo y la Sociedad Económica de Amigos del País, ponían los pilares de la comisión ciudadana 'La Aduana para Málaga', a la que en poco tiempo se sumaron intelectuales, asociaciones de vecinos, peñas, comerciantes, hosteleros, artistas, organizaciones de consumidores, ciudadanos anónimos, partidos, sindicatos... La sociedad civil sacó músculo para defender una idea común: recuperar su patrimonio y su memoria.

Marchas festivas

«Málaga está dispuesta a aburrir al Gobierno», declaraba en aquellos días Rafael Puertas, director durante tres decadas de la pinacoteca entonces almacenada. «Deben saber, advertía Puertas, que las manifestaciones se sucederán hasta que consigamos que el Museo de Bellas Artes se instale en la Aduana. Los responsables también tienen que saber que en España ya no hay súbditos, sino ciudadanos». Y adivinó el futuro.

Una. Dos. Tres. Y cuatro. Cuatro manifestaciones multitudinarias reclamaron en las calles 'La Aduana para Málaga'. 'Veo, veo, veo, la Aduana de Museo'. 'Queremos pintar algo'. Frase coreadas al unísono, marchas festivas, manifiestos, tambores y música de Carlos Cano. La primera marcha (12 de diciembre de 1997) sorprendió a todos: cinco mil personas desafiaron al mal tiempo y secundaron la protesta. En la segunda (6 de marzo de 1998), seis mil ciudadanos expresaron su rechazo a la decisión rotunda del Gobierno de no ceder la Subdelegación del Gobierno. Con la tercera (21 de mayo de 1998) no pudo ni la emisión en televisión de la triunfal llegada del Real Madrid a la capital de España tras ganar la Copa de Campeones. Hubo que esperar a la cuarta (18 de enero de 2001), para que, a la habitual presencia política de militantes de PSOE, IU y PA, se sumase el alcalde, Francisco de la Torre, su equipo de gobierno prácticamente al completo y la dirección provincial del PP. Los tributos políticos seguían su curso y su discurso sin encuentro en el Ayuntamiento, la Junta de Andalucía y el Ejecutivo central. Pero todos los partidos llegaron a incluir el uso museístico de la Aduana en sus programas electorales. Mientras, los malagueños sumaban en su lucha y empeño. «Por amor a Málaga y por amor al arte», como proclamó el articulista de SUR y poeta Manuel Alcántara en el manifiesto que escribió y leyó en la última marcha.

Manifestaciones y firmas. 50.000 rúbricas en las que los bolígrafos dibujaron una ilusión cultural legítima, inexplicablemente perdidas en los despachos de aquella Subdelegación. Y más de 3.000 noticias, artículos de opinión, editoriales y sondeos donde sonó alto y claro el deseo de los malagueños. Kruschev admitía que los políticos prometen construir un puente incluso donde no hay río. Pero en Málaga el río era ya muy grande y los políticos empezaron a pensar en tender pasarelas. La presión popular arrancó en 2001 las primeras promesas, tibias, confusas y parciales, del Gobierno de José MaríaAznar. La conquista se cerró en junio de 2004: Carmen Calvo, ministra de Cultura, y Jordi Sevilla, ministro de Administraciones Públicas, con José Luis Rodríguez Zapatero en la Presidencia, firmaron el acuerdo de cesión de la Aduana para convertir el edificio en museo.

El documento otorgaba reconocimiento oficial a las ilusiones e ideas que siete años antes habían brotado en un movimiento asambleario en El Palomar de la Bodega El Pimpi y que sacudieron y movilizaron la ciudad. Además, el acuerdo desactivaba el debate estéril y hueco avivado por el PP en Málaga y Madrid sobre la idoniedad de separar las dos colecciones (Bellas Artes y Arqueología) y ubicarlas en dos museos (Aduana y Convento de la Trinidad/Colegio de San Agustín). Una orden ministerial había institucionalizado en 1973 el Museo de Málaga con sus dos secciones unidas. Un espacio único para la historia de Málaga, aunque los avatares administrativos mantuvieron en la práctica, en el nombre y en el imaginario colectivo dos museos: el Provincial de Bellas Artes en el palacio de Buenavista y el Arqueológico, que mostró parcialmente sus coleccions entre 1947 y 1996 en la Alcazaba.

La memoria

La historia del Bellas Artes tiene muchos capítulos. Incluso episodios de justicias poéticas. Mariano Rajoy se opuso al uso cultural de la Aduana siendo ministro de Cultura y de Administraciones Públicas en los gobiernos de José María Aznar. Hoy, y después de una inversión estatal de más de 40 millones de euros, el Museo de Málaga se inaugura en la Aduana siendo él presidente del Ejecutivo. La palabra y el compromiso ciudadano dieron una lección de eficacia a la palabra y al compromiso político. «La Comisión de Cultura del Congreso de los Diputados ha aprobado una enmienda transacional acordada por los tres grupos mayoritarios para la creación de una comisión que en tres meses emitirá un informe sobre la forma de utilización como museo de las instalaciones del palacio de la Aduana de la ciudad de Málaga», acordaron días antes de la primera movilización los diputados. La calle versus la burocracia.

'Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos', escribió Borges. Hoy la ciudad recupera su memoria. Hoy, el Museo de Málaga recompone nuestro espejo. El mayor museo de Andalucía y el quinto más grande de España. Con sus colecciones de Bellas Artes y Arqueología unidas recorriendo y releyendo nuestra identidad. El Museo en la Aduana es para siempre la huella indeleble de una ciudad que dio la cara. La foto fija que recordará siempre que los malagueños han demostrado que el mundo se construye persiguiendo lo inalcanzable. Una ciudad, un museo y una movilización que han escrito en la calle una conquista cultural insólita.

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