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Antonio Javier López
Sábado, 24 de septiembre 2016, 00:31
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La lírica suele tener poco espacio en las pancartas de las manifestaciones. Pero aquella era una concentración diferente, insólita, porque aquellas cinco mil personas pedían en la calle nada menos que un museo para su ciudad, así que el mensaje en la lona se permitió una pequeña licencia poética: Queremos pintar algo. Sostenían el cartel un grupo de niños en la primera de las cuatro movilizaciones ciudadanas que fueron determinantes para que el palacio de la Aduana se convirtiera en la sede del Museo de Málaga.
La Aduana para Málaga fue el santo y seña de aquella movilización ciudadana sostenida en el tiempo durante cuatro años y que hizo cambiar la opinión del Gobierno sobre el destino que debía tener el edificio más imponente de la ciudad, hasta entonces empleado como sede de la Subdelegación del Gobierno y comisaría policial.
Representantes de algunos de los colectivos reunidos en aquella reivindicación participaron ayer en la primera de las visitas programadas por la Junta de Andalucía para presentar el nuevo equipamiento cultural y ese paseo sirvió de excusa para rememorar aquellos momentos de lucha cívica.
Como en todo relato coral, las versiones son diversas, a menudo incluso contradictorias, pero en algo coinciden todas: la primera bocanada de aquel movimiento ciudadano, allá por la segunda mitad de 1997, estuvo en el entusiasmo del artista Rafael Alvarado. «Había una serie de asuntos pendientes en materia cultural en la ciudad. Era un momento de reivindicación, de carencias de infraestructuras. Siempre he vivido en el centro, el Museo de Bellas Artes era como una parte de mí y el hecho de que lo cerraran sin plantear una alternativa me parecía muy fuerte», recuerda Alvarado, en alusión al desalojo del museo provincial en el Palacio de Buenavista para dejar su sitio al Museo Picasso Málaga.
«No se entendía que no se buscara una alternativa al proyecto del Museo Picasso y pensamos que debíamos articular una fórmula para canalizar el movimiento ciudadano que empezaba a gestarse. Por entonces desarrollaba una actividad muy intensa en el terreno de lo social, me comprometí bastante en esto y gracias a la voluntad de otras muchas personas se creó la Comisión Ciudadana. Hicimos un montón de reuniones para ver la manera de movilizar a la gente. Organizamos acciones urbanas, concentraciones, de todo... Creo que logramos que el museo fuera asumido por la ciudadanía y se ha demostrado que cuando la sociedad civil se une, las cosas salen adelante», esgrime el artista malagueño, que ayer no faltó a su cita con la memoria y con el deseo cumplido de ver la Aduana convertida, al fin, en museo.
Del Ateneo a El Pimpi
Asociaciones de vecinos, peñas, organizaciones de consumidores, el Ateneo, la Sociedad Económica de Amigos del País, intelectuales, artistas... La Aduana para Málaga capitalizó un impulso tan diverso como intenso. Las primeras reuniones se celebraron en la sede del Ateneo (por entonces en la calle Ramos Marín), pero aquella ola fue creciendo y orilló en El Pimpi, convertido en punto de encuentro para los promotores de aquel movimiento.
«Estuvimos en evolución constante hasta que la sociedad civil y las instituciones nos apoyaron. Hicimos muchísimas manifestaciones en el palacio de la Aduana, en Sevilla y en Madrid. Una vez nos colamos en una rueda de prensa de un alto cargo del Gobierno y nos colocamos detrás con una pancarta reivindicando la Aduana para Málaga... Fueron años apasionantes», confiesa Francisco Jurado, representante de la Asociación de Artistas Plásticos de Málaga (Aplama) y activo agitador de aquella reivindicación.
La primera demostración de fuerza llegaba el 12 de diciembre de 1997. Aque viernes, cinco mil personas desafiaban al mal tiempo y ponían cara al anhelo de convertir el palacio de Cortina del Muelle en sede del museo provincial. «Fue algo inaudito. Además, el malagueño es cursi y eso de bajarse a la acera y sumarse en una manifestación no lo hacía, pero allí sí estaban. Pedir un museo es una cosa rara y la gente se sumó. Mis amigos de Italia me llamaban por teléfono y no se lo creían», abrocha Eugenio Chicano, autor de la imagen que sirvió de emblema visual a la plataforma y presidente de la Asociación de Amigos del Museo de Málaga.
El punto de inflexión
No pasaron ni tres meses hasta la segunda manifestación. Esta vez fue un jueves, 5 de marzo de 1998, y el éxito se repetía. Regresaba aquella pancarta, Queremos pintar algo, de nuevo sostenida por niños. «Teníamos muy claro que debíamos implicar a todas las personas, pero sobre todo a los más jóvenes, porque ellos eran el futuro por el que estábamos peleando», sostiene Jurado.
Al impulso ciudadano se fueron uniendo los partidos políticos y algunas instituciones, pero el Gobierno mantenía su negativa a dar uso cultural a la Aduana. El punto de inflexión llegaría dos años después, el 18 de enero de 2001. Otro jueves. Pero en aquella ocasión, tras la pancarta que pedía La Aduana para Málaga había 8.000 personas, según los organizadores. Era la mayor movilización hasta la fecha.
«Cuando me puse en la esquina del Málaga Palacio y miré hacia atrás no lo podía creer. Me caían lágrimas de los ojos», confiesa Jurado antes de reivindicar la figura del fallecido Rafael Puertas, director por entonces del museo. «Rafael luchó mucho para lograr este sueño, lo pasó muy mal y tuvo un compromiso valiente y apasionado. Es de justicia recordar y destacar el papel fundamental que tuvo entonces para que el Museo de Málaga no cayera en el olvido», apostilla el presidente de Aplama.
Habría que esperar hasta 2003 para que el Ministerio de Cultura abriese la puerta de la Aduana al museo; eso sí, entonces sólo concedió la planta baja del inmueble. El camino se despejaba en 2005, ocho años después de las primeras movilizaciones. El Gobierno central y la Junta de Andalucía firmaban un acuerdo a tres bandas que liberaba el edificio para uso cultural.
Tendrían que pasar otros cuatro años para el comienzo de las obras que han transformado un edificio administrativo en un museo de factura impecable. Casi 40 millones de euros y otros siete años después, la Aduana ya luce sus colecciones de Arqueología y Bellas Artes. Las primeras salieron de la Alcazaba hace justo dos décadas, las segundas abandonaron el Palacio de Buenavista para dejar su sitio al Museo Picasso hace ahora 19 años. A los pocos meses comenzó la lucha de una ciudad que quería pintar algo en el destino de su primer museo.
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