La vida en rosa
Es el color de la lucha contra el cáncer de mama, que mañana celebra su Día Mundial. Amalia, Eugenio, Flavia y Marisa han vencido un combate al que cada año se suman 22.000 españoles
ISABEL IBÁÑEZ
Viernes, 18 de octubre 2013, 16:48
Fue una frase de su hermana lo que convenció a Amalia Luque de que debía dejar de llorar. «Yo andaba muy enfadada y ella me ... dijo que no estaba hablando yo, que estaba hablando mi tumor. Tenía que cambiar». No era fácil, porque siete años antes su madre había muerto de cáncer de mama. Revisiones y mamografías la mantenían tranquila, creyendo que si había algo lo encontrarían. «Ni siquiera me autoexploraba, hasta que tuve un dolor muy fuerte en un pecho y me toqué». Amalia, 33 años, profesora de Primaria en Madrid, es una de las cuatro personas que han accedido a compartir su historia de superación dentro de una iniciativa de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC), que las reunió para hablar de sus diferentes formas de afrontar una enfermedad que cada año sorprende a 22.000 españolas (1 de cada 8 mujeres lo padecerá a lo largo de su vida; es el 28,5% de los tumores femeninos). Pero también a más de un hombre.
«Después de tanto llorar, me planteé un objetivo, vengarme del bicho que se había llevado a mi madre», recuerda Amalia. No había hecho otra cosa desde que entró en la consulta para escuchar los resultados de la biopsia. «Ese día fue horrible. El médico me dibujó una escalera y un monigote. Me dijo Tú eres el monigote. Vas a ir peldaño a peldaño hasta llegar arriba, porque el cáncer de mama se cura». Pero por mucho que repitiera que el cáncer de mama se cura de hecho es así en el 83% de los casos a los cinco años, el recuerdo de su madre estaba ahí. Seguía pensando que eso no podía estar pasándole a ella. Pero sí. Por delante tenía dos operaciones, 14 ciclos de quimioterapia semanal, cuatro cada 21 días, un mes de radioterapia y el lustro de tratamiento hormonal.
«Un día me di cuenta de que llevaba sin llorar desde la tarde anterior. Yo soy alegre, divertida, así que, ¿qué estaba haciendo? Decidí que el cáncer podía tocarme en lo físico, pero no iba a dejar que me tocara por dentro. Hice mis tratamientos, intenté estar distraída y cuidarme, ayuda el sentirte bonita. Es muy importante estar optimista y rodearte de otras mujeres en tu misma situación. Yaunque aún tengo por delante cinco años, puedo decir que hoy por hoy he ganado». Lo peor fue entender lo que había sufrido su madre sin contárselo a nadie, porque la «sobreexigencia», como explica la psicooncóloga Patrizia Bressanello, es una reacción habitual en las enfermas, que intentan seguir ocupándose de su familia aparentando estar bien. «Hay que intentar estar arriba, sí, pero no es malo sentir miedo», advierte la experta.
Habla Amalia: «Cuando iba a las pruebas pensaba en que mi madre había pasado por lo mismo y que yo no me había dado cuenta de ello. Por mucho que lo intentes es difícil estar a la altura del enfermo». El del acompañante es otro drama; la mayor parte de las consultas recibidas en Infocáncer (900 100 036, www.aecc.es), un servicio telefónico y online donde atiende Patrizia Bressanello, son de familiares que no saben qué hacer. La psicooncóloga da pistas: «Acaban en eso de no pasa nada, todo va bien, pero no funciona. Hay que conocer la situación, preguntar al enfermo qué le ayuda y qué no. No imponer una ayuda que no es demandada y huir de las comparaciones como pues a la vecina del quinto... Y cuidarse ellos mismos, porque es un proceso complejo para los cuidadores».
Frases equivocadas
Marisa Gómez, 39 años y química de laboratorio, habla precisamente de eso, de las frases que preferiría no haber oído después de que con 28 le dieran la mala noticia:«Aprendí a pedir a la gente que no dijera que no pasaba nada. Sí pasaba, estaba muy preocupada. Les decía que con su presencia era suficiente». Su pareja la ayudó mucho, «tanto que nuestro amor salió fortalecido». Tras los cinco años de espera obligada tuvieron dos niños. Pero otra vez tuvo que oír frases... «La gente me decía que no podría darles de mamar. Pero lo hice, con los dos, durante seis meses, con un pecho fue suficiente». Poder contar esto hoy la hace feliz.
Rosa es el color del lazo de la lucha contra el cáncer de mama y de las gafas que la AECC vende por 6 euros para recaudar fondos bajo el lema No pierdas de vista al cáncer de mama, sobre la necesidad de la autoexploración y las revisiones periódicas. Un color que suele atribuirse a las chicas, por eso quizá Eugenio Gábana, a punto de cumplir 80 años, nunca había oído que a los hombres pudiera pasarles algo así. Él entra en ese 1% de varones que padecen una enfermedad ligada de forma férrea a la condición femenina. Un día de 2004 localizó en su pecho una «lenteja» que los médicos atribuyeron a un lunar. Después la lenteja se hizo «avellana». Hasta que un día, trabajando descamisado en la huerta, oyó a su mujer exclamar: «¿Pero qué tienes ahí?». «Sobresalía como medio huevo cocido. Una doctora me exploró en urgencias y ya no me dejó salir. Nunca pensé que podría ser cáncer de mama, porque no se habla de eso, los hombres estamos un poco discriminados». Con el tumor le quitaron tres costillas, 19 días de hospital. Después 26 sesiones de radioterapia. De eso hace nueve años. Y hoy lo cuenta alegre, intentando quitarle hierro a una enfermedad que la sociedad ve como la más temible de todas, tres veces más que las dolencias cardiovasculares, a pesar de que éstas tienen una mortalidad mayor: «Que esto se cura, se pasa un poco mal con el tratamiento, pero hay que tomárselo como un dolor de riñones».
El caso de Flavia Milans del Bosch, 60 años, es diferente. En realidad no ha tenido cáncer, pero ha sido gracias a su decisión de practicarse una histerectomía (quitar útero) y una mastectomía doble como medida de prevención, algo que suena mucho ahora gracias a Angelina Jolie, que tomaba hace unos meses el mismo camino. Las causas genéticas pueden provocar entre el 5 y el 10% de los casos. Con Flavia estaba claro;abuelas, tías, primas... todas con cáncer de mama, un mal que incluso se llevó a su hermana. «Me hicieron un estudio genético y tenía un noventa y tantos por ciento de padecerlo. Con 50 años me hice la histerectomía, que es menos agresiva. Seguí con controles cada tres meses hasta que siete años después el médico me dijo que había llegado al momento crítico. ¿Tú qué harías?, le pregunté y su respuesta me decidió: Si yo fuera mi mujer, me operaría ya. Es una operación bestia, te abren de lado a lado por el medio de los pechos. Y en esa misma intervención te los reconstruyen. A ninguna mujer le gusta que le quiten sus pechos, pero te acaba dando igual la cuestión estética». Al día siguiente, el médico le fue a dar «la enhorabuena doble, porque en el tejido extirpado habían encontrado células precancerígenas», recuerda contenta tres años después.
La línea genética de Flavia no acaba con ella. Tiene tres hijos, dos de ellos chicas. «Menuda papeleta. El mejor momento para hacer una buena medición con el test es unos diez años antes de la edad de la persona que dio el aviso, quiere decir que si mi hermana se lo descubrió con 44, ellas deben hacérselo con 34. A mi hija mayor le toca pronto. Ahora está volcada en tener un niño ya, por si acaso. Lo bueno es que estamos avisadas y podemos poner los medios. En el fondo, nosotras tenemos suerte».
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