Benny Goodman 100 años y tres noches
Fue el primer ídolo de masas, el padre del swing, el precursor de la lucha contra la segregación racional en los EE UU de la Gran Depresión. Se cumple un siglo del nacimiento de un pionero
MARIO VIRGILIO MONTAÑEZ
Viernes, 29 de mayo 2009, 04:12
TIEMPOS duros, de crisis. El paro sube y sube, los bancos quiebran, se desploma la Bolsa. No es 2009. Es 1929. Estados Unidos, la ... Depresión. Momentos en los que, como ahora, se buscaba algún consuelo, algo que pudiera dar un fugaz placer, una escapatoria ante el agobio, la amargura, la incertidumbre cotidiana. Y ese algo, entonces, se llamó swing. Algo de lo que fue rey indiscutido un músico que nació hace ahora un siglo, el 30 de mayo de 1909.
Noveno hijo de los doce que llegará a tener un matrimonio judío llegado desde Europa del Este, David Benjamín Goodman nace en Chicago, con una infancia llena de apuros económicos. En sus precoces memorias, 'El reino del swing' (1939) afirma en un momento tan temprano como su tercer párrafo: «Recuerdo una vez que vivíamos en un sótano sin calefacción durante el invierno, y un par de ocasiones no teníamos nada para comer. No quiero decir 'algo' para comer. Quiero decir 'nada' para comer. No es una experiencia que se olvide rápido. Yo jamás la he olvidado»
El padre trabaja en talleres de costura e incluso en mataderos, los hijos colaboran cosiendo en casa pequeñas piezas. Pero la educación debe tener también su lugar adecuado, y así cuando Benny tiene 10 años y sus hermanos Freddie 11 y Harry 12, el sufrido padre, David, los envía a la sinagoga Kelaha Jacob para recibir clases de música a bajos precios. En el bario judío de Chicago, el West Side, son muy populares las clases de música que allí da el maestro Boguslawski. Además, la sinagoga presta los instrumentos a los alumnos.
Allí llegan los tres hermanos, y Boguslawski entrega a cada hermano un instrumento en razón a su estatura: Harry recibe una tuba, Freddie abraza una trompeta, Benny ve entre sus manos un clarinete. El destino ha quedado sellado. Rápidamente, Benny se une a una banda juvenil de música a los doce, a los catorce dejará la escuela, recibirá clases del clarinetista clásico Franz Schoepp, a los 16 se une a la reputada banda de Ben Pollard, a los 17 participa por vez primera en la grabación de un disco. En 1928 (tiene 19 entonces), grabará su primer disco con su propio nombre. El que era considerado «un virtuoso con pantalones cortos» ha pasado a ser un músico profesional. Y al año siguiente, cae la bolsa, tiembla la economía mundial y la música puede ser, tiene que ser, el mejor consuelo. Y la Ley Seca, instaurada en 1920, será derogada en 1933.
La noche del Palomar
«Benny Goodman y su banda son una gran medicina, una gran banda. Arreglistas y músicos siempre juntos; cantan juntos, muerden juntos, hacen Swing juntos» (Revista Metrónomo. marzo de 1935). Cada sábado por la noche, la cadena NBC emite el programa de radio 'Let's dance', que proporciona desde las diez y media de la noche a todos los hogares norteamericanos la posibilidad de bailar durante tres horas al ritmo de buen jazz gracias al patrocinio de la marca de galletas Nabisco. Benny Goodman es una de las estrellas en ascenso dentro del programa.
La audiencia sube y sube desde la primera emisión del 1 de diciembre de 1934. Pero en la primavera de 1935 los trabajadores de la Nabisco (National Biscuit Company) se ponen en huelga, se imponen los recortes y entre ellos está el cese del programa de radio. Goodman se ve privado de su principal medio de promoción, se impone una solución imaginativa. Es un solista que actúa con orquestas contratadas, que graba discos con ellas y a veces actúa en salas de baile. Su agente le propone y le consigue una gira de actuaciones que recorra el país desde Nueva York hasta Los Ángeles. El oeste del país es remiso al swing, incluso al jazz mismo. Y es un reto agotador e incierto.
La odisea comienza a mediados de julio. Los músicos viajan de día en un autobús renqueante, y por la noche actúan. Incluso conducen ellos mismos para evitar el pago de un conductor. Los tiempos no están para despilfarros. En Denver el empresario del local los expulsa tras oírlos apenas media hora: «Contraté a una orquesta de baile. ¿Qué les pasa? ¿No saben tocar valses?». Pero todo puede ir a peor. En Colorado tocan detrás de una malla metálica de gallinero para evitar los botellazas que podrían recibir del rudo público.
Así, las ilusiones se desvanecen inexorablemente. El fracaso es algo palpable. El 21 de agosto les toca actuar en Los Ángeles. Fin de trayecto. Fin de carrera. Tras la actuación, Goodman volvería a Nueva York para ser un músico más, un anónimo clarinetista al servicio de cualquier estrella mediana. Nada más.
Al llegar a la Palomar Ballroom, una multitud aguarda en la puerta. Benny ha aprendido dolorosamente la lección de la gira: nada de jazz, sólo música de baile. El jazz no es bien recibido. Comienza con un vals, sigue con piezas ligeras bailables. El público se aburre, al borde del desprecio. Uno de los músicos lanza una sugerencia: «Si vamos a fracasar, que sea con estilo, tocando lo que nos gusta». La banda acomete 'King Porter Stomp', puro jazz. Y surge el milagro. El público, magnetizado, salta, aúlla, invade la pista de baile. El fracasado Benny Goodman es ahora el genio Benny Goodman. El prodigio de aquella noche atraviesa el país. Había comenzado la era del swing, y su rey es Goodman.
La noche del desafío
Hasta el momento, el título de rey del swing pertenecía a Chick Webb, un músico negro, jorobado, aquejado de tuberculosis ósea desde la niñez pero que desde los once años era profesional. Descubridor de Ella Fitzgerald, amado por el público, Goodman retó a Webb a un duelo de orquestas. El lugar será la sala Savoy, en Harlem, sede habitual de sus actuaciones, mientras que Goodman tiene su lugar en el salón Manhattan del hotel Pensylvania, también en Nueva York.
Los carteles anuncian la «batalla musical del siglo» que tendrá lugar el 11 de mayo de 1937. La entrada cuesta un dólar, un precio elevado (por quince centavos se tenía acceso a salas con orquestas aceptables). Webb necesitaba afianzar su prestigio. Antes del concierto, en el que cada banda tocaría los mismos temas, Webb advirtió a sus compañeros: «Chicos, ésta es mi hora. Quien pierda una sola nota, que no vuelva a trabajar». Cuatro mil espectadores abarrotaban la sala. Otras cinco mil personas quedaron en la calle, controladas por policía a caballo y bomberos.
La batería de Chicka estaba firmemente atornillada al suelo ante el temor de que como otras veces saliera volando debido a la energía que ponía en sus actuaciones el diminuto Webb, apenas asomando sobre los platillos. En las filas de Goodman, otro batería prodigioso, Gene Krupa, que parecía poseído por el ritmo y por una energía casi sobrenatural. El combate entre Goodman y Webb se convirtió en la batalla entre Webb y Krupa. Ganó Webb, con un sonido denso, turbio, espeso, frente a una elegancia demasiado nítida de Goodman. En el mismo lugar, y entre 1937 y 1938, la orquesta de Webb se enfrentará a las de Jimmy Lunceford, Duke Ellington y Count Basie. Las vencerá a todas.
La noche del Carnegie Hall
No obstante, la popularidad de Goodman se mantuvo, y creció como si hubiera vencido en el desafío. El reinado de Goodman llegaría a su apoteosis la noche del 16 de enero de 1938, con el que se considera uno de los principales conciertos en la historia de la música, ya que por vez primera una música popular, el jazz, accedió a un escenario reservado sólo a la música culta, recibiendo una atención digna de un acontecimiento histórico.
Si las entradas para asistir al reto Goodman-Webb costaban un dólar, las del concierto en la neoyorquina sala del Carnegie Hall tenían un insólito precio de 2'75. Las 2.706 localidades se agotaron, y el público fue una insólita combinación de jóvenes con el uniforme habitual de los amantes del swing (ellos, pantalones amplios y chaquetas de sport; ellas, calcetines bajos, tacones cortos y faldas plisadas con amplio vuelo) y adultos con smoking y vestidos de noche. Como si se unieran hoy el público de la ópera con el de los grupos de rock.
El público general olvidaba las admoniciones despectivas del psiquiatra A. A. Brill («El Swing representa una regresión al primitivo tam-tam-tam, un sonido rítmico que complace a niños y salvajes por igual. Actúa como narcótico que les hace olvidar la realidad, olvidan la Depresión y la pérdida de sus empleos. Es como tomar una droga») y se atrevía a probar el fruto prohibido. El trompetista Harry James se asomó tras el telón. Al ver la expectación, la magnitud de la sala, exclamó: «Me siento como una prostituta en una iglesia».
La sensación de romper un tabú, de acabar con prejuicios, estaba justificada. En aquella banda de quince músicos, se mezclaban blancos y negros. En tiempos de segregación, cuando las orquestas de jazz estaban compuestas por blancos o por negros y sólo se mezclaban cuando en los clubes se invitaba a participar en improvisaciones, unirse con músicos como Count Basie, Lester Young o Lionel Hampton suponía ir más allá de lo habitual.
El primer tema del concierto, 'Don't be that way', suena con elegantísima corrección. El último, 'Sing, sing, sing', es una apoteosis rítmica, una celebración de la alegría, la coronación del jazz como la gran aportación musical del siglo XX. Al final del concierto, el frenesí que se había apoderado del público en la sala Palomar fue superado por el entusiasmo de la multitud entregada, delirante, seducida. La iniciativa del marido de la cantante de Goodman, Marta Tilton, de grabar el concierto para su propio disfrute con un único micrófono hizo que esta grabación, descubierta en los años cincuenta, se editara en formato de doble LP, convirtiéndose en uno de los principales discos de la historia del jazz.
Sombra y luz
Con todos sus méritos musicales e incluso sociales, Goodman tiene también un reverso menos grato. Fue un hombre frío, distante, exigente casi hasta la desconsideración. Tras regresar la orquesta de Goodman de una gira por la URSS, un periodista le preguntó : «¿Qué tal por Rusia con Benny al saxo tenor Zoot Sims». La respuesta fue: «Cualquier concierto con Benny es como estar tocando en Rusia». Pero a su favor debe destacarse que junto a su contribución al jazz y a la cultura popular, de la que fue el primer ídolo musical de masas (en 1932 se vendieron en Estados Unidos 10 millones de discos; en 1939 pasaron a ser 50 millones, de los que el 70% eran de jazz. Por otra parte, a lo largo de la década se duplicaron las ventas de trompetas y se triplicaron las de clarinetes), fue también un pionero en la lucha contra la segregación racial.
Tras grabar discos formando trío con su batería, Gene Krupa, y con el pianista negro Teddy Wilson ('Body and Soul' es una obra maestra fruto de esta colaboración), pensó en la conveniencia de dar un paso adelante y atreverse a comparecer ante el público actuando con Wilson. Se atrevió y triunfó. Y más aún, incorporó a la formación al vibrafonista Lionel Hampton y repitió con el cuarteto el éxito del trío. En el festival de Newport (1973), se reuniría por última vez el cuarteto Goodma-Wilson-Krupa. Por entonces, Goodman compaginaba el jazz por la música clásica, habiendo compuesto para su clarinete figuras tan notorias como Bela Bartok, Aaron Copeland y Paul Hindemith.
En esas estaba cuando un infarto le arrebató la vida en Nueva York el 13 de junio de 1986 cuando preparaba un concierto de clásica. Duke Ellington, en uno de sus raros momentos de expansión, llegó a decir que «el jazz es música. El swing es sólo negocio». Ya pasó la época en que fue negocio del swing. ¿Son los que vivimos ahora tiempos duros, de crisis? ¿El paro sube y sube, los bancos quiebran, se desploma la bolsa? Olvídenlo, escuchen a Benny Goodman.
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