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ARTÍCULOS

Alejo

MANUEL ALCÁNTARA

Domingo, 23 de marzo 2008, 02:33

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HAY personas que se mueren, cosa que no deja de ser una vulgaridad, ya que nos va a pasar a todos, y personas que se nos mueren. A mí se me ha muerto Alejo García, no sin antes advertírmelo, para que fuera haciéndome una idea del tamaño de su ausencia.

-Manolo, tengo leucemia.

Su voz, por teléfono, sonaba igual que en la radio, o sea, igual que cuando estaba a mi lado. Es el secreto de los juglares: hablarnos a todos como si se dirigieran, confidencialmente, a cada uno de nosotros. Era del grandioso bosque de Luis del Olmo, de Gabilondo, de Julio César Iglesias, amigos suyos mayores y menores, gentes de palabra, dadas a escribir en «los anales diáfanos del viento».

No le temblaba la voz cuando me dio la noticia, mientras a mí me temblaba mi biografía. ¿Cuántas redacciones compartidas, cuántas conversaciones, cuántas madrugadas? A él sólo le tembló la voz cuando anunció, el primero, la legalización del Partido Comunista, y eso fue porque subió, corriendo a todo correr, las escaleras de Radio Nacional, al mismo tiempo que subía la escalera de la historia de España.

El califa sonoro de Alhaurín ha enmudecido, no sin antes habernos mejorado a todos. Se desprende una hoja de la varita mágica de Luis Cobos, mientras 'El Muralla' lo busca por las bocacalles de su pueblo. Lloran varias mujeres y muchos hombres. Hasta el final quiso estar vivo, ir a Godoy y callejear por El Palo, comer chanquetes clandestinos y mirar el mar. Lo tuve a mi lado en todas mis dolientes orfandades y ahora es él quien se ausenta. No sé él, que era inverosímilmente creyente, pero yo creo que nunca más nos veremos. Ni en 'la pelala', ni en los 'verdes', ni en el Paseo Marítimo de Torre del Mar, ni con Blanca, ni con Manolo Rincón. ¿Por qué, Alejo? Esto no se le hace a los amigos.

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