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ENCUENTRO CON LA PALABRA. Los jóvenes leen poco, pero en el uso de las nuevas tecnologías es donde más trabajan con los textos, eso sí, simplifican al máximo.
La guerra de los lenguajes
VIVIR

La guerra de los lenguajes

Los jóvenes leen poco y no terminan de entender el significado de los textos. Las nuevas tecnologías les alejan de los libros, reducen el vocabulario y entorpecen la expresión... ¿O quizá no?

TEXTO: ELENA SIERRA

Domingo, 16 de septiembre 2007, 04:18

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PELÍCULAS y videojuegos en los que lo importante es la acción y no la palabra; chateo y consultas en Internet, donde se puede saltar de un texto a otro con un simple 'clic' y ayudarse de todo tipo de recursos gráficos y sonoros para hacerse una composición de lugar; los SMS que rápidamente transmiten a quien lo entienda lo que tiene que saber... Los chavales de hoy tienen a su alcance multitud de recursos con los que comunicarse y saber o al menos conocer cosas sin que el esfuerzo requerido sea demasiado. Un vistazo y nace una idea, aunque puede que ésta no sea buena. Y otra sustituye a la anterior a la velocidad del rayo. Es la ley del audiovisual. No hay tiempo para reposar, para asentar, para relacionar asuntos. El mundo ha sido troceado para los jóvenes y, sin embargo, la vida sigue siendo el todo que resulta de unir todos estos trozos. Sólo hay que saber hacerlo... Y dicen que las nuevas tecnologías no ayudan precisamente a eso.

La hiperestimulación sensorial que reciben los niños y adolescentes de este siglo XXI no es la mejor arma para concentrarse y pensar, para abstraerse y para interpretar. La manera habitual de trasmitir el conocimiento, la cultura escrita, ha perdido peso y eso, dicen los expertos, se nota en la relación que ahora tienen los jóvenes con el exterior. Exagerando un poco -que hoy se hace mucho, sobre todo con esto del lenguaje, en opinión de los tres especialistas consultados-, es como si los chavales al ver una puerta no supieran para qué sirve. Como si se quedaran tan sólo en su apariencia, en su forma y color, y no repararan en que si la abrieran podrían acceder a otras habitaciones, más allá de esa en la que tienen el ordenador. Como si no vieran que tras ella está el receptor de sus SMS.

Falta de comprensión

En lo que se refiere al lenguaje, los datos de la última Selectividad apuntaban a este hecho. Ante un texto para analizar, la mitad de los estudiantes se quedó en la anécdota, en lo primero que se veía, y fue incapaz de realizar un comentario en profundidad sobre un artículo de Arturo Pérez-Reverte. Eso significa que saben leer, pero que no comprenden del todo lo que tienen ante sus ojos. No van más allá de lo que hay en la superficie. Y eso afecta también a su manera de expresarse no sólo por escrito, que parece que ya no sirve para mucho, sino oralmente: frases inconexas, oraciones que nunca se terminan, vocabulario escaso. Más del 95% de los alumnos superó las pruebas de Selectividad, pero el problema está ahí.

El fracaso escolar sigue en aumento. Según los datos publicados por el periódico profesional de la enseñanza pública española 'Magisterio' ha crecido algo más de un punto en un año hasta alcanzar el 29,6% -el 36,5% de los chicos y el 22,5% de las chicas lo sufre-. Para el director del Instituto Forma y redactor jefe de 'Magisterio', José Manuel Lacasa; la editora de SM Elsa Aguiar y el ex profesor y escritor Pablo Zapata, el problema reside en el sistema educativo, que no se ha adecuado bien a los nuevos tiempos y se ha dejado ganar la batalla.

Estas tres personas pueden analizar la situación escolar y el estado de una de las bases del sistema: los libros. Por ellos se trasmiten los conocimientos, y será difícil hacerlo cuando nadie lee y, peor, cuando la gente lee, pero no llega al fondo del asunto. Coinciden en que culpar a los nuevos lenguajes es echar balones fuera. «Buscar un culpable es una tentación, pero siempre han existido amenazas al libro. En cada generación hay un demonio», explica Elsa Aguiar.

«No hay que elaborar grandes teorías para explicar por qué los chavales no leen y el sistema no funciona, ni culpar a las tecnologías», refrenda Zapata. Los críos leen en Internet, en foros, en páginas temáticas, en los chats. Es diferente, pero no excluye otras lecturas.

«Yo creo que los niños que juegan con videojuegos son más creativos, pero se niega cualquier cosa positiva a estos avances. La verdad es que si hay un problema de comprensión de lectura, es porque no se enseña a leer bien», sentencia.

«El problema no es lo alternativo, sino la forma en que se enseña. Ahora los niños aprenden a leer después de los seis años cuando podrían empezar a los tres», apunta Lacasa. «Se pierden tres años en los que están expuestos a la tele y otros estímulos. Además se da por sentado que saber leer es comprender, así que van pasando de curso y llegan a la adolescencia sin enterarse de nada». Acaban «perdidos como pulpos en un garaje», ilustra.

Pablo Zapata es de la misma opinión. Reconoce que lo audiovisual amenaza a lo literario, pero más por dejación de los propios responsables de evitarlo que por otra cosa. «Efectivamente hoy se trata de una generación audiovisual, y en cambio nosotros los más mayores aprendíamos de lo que leíamos. Cada día leen menos. Pero, ¿es tan terrible como cuando decían que el vídeo iba a sustituir al cine?», se pregunta. «Sí que desaparecieron algunas salas, pero el cine sigue ahí. El que lee en la adolescencia, aunque recurra a las nuevas tecnologías, leerá y entenderá. El que no, evidentemente, no. Las tecnologías no son una amenaza para los lectores, sino para quienes no leen y prefieren estar ocho horas viendo la tele o jugando a la Play».

Falta de base

Lacasa refuerza esta idea. «Los SMS no tendrían importancia si los jóvenes tuvieran una base cultural normal, si tuvieran los recursos suficientes para utilizar distintos registros, como se ha hecho siempre: no es lo mismo hablar con un amigo que con los padres, escribir una redacción que un mensaje... Pero claro, si no se han puesto las bases educativas para tener esos recursos, una parte contamina a la otra», explica. El cambio no es tanto social como «inducido desde la escuela, con tantas reformas que terminan en una manera de enfocar el aprendizaje y la enseñanza en la que esa base no importa». Y las críticas continúan: «El método moderno obvia que para asentar el conocimiento hacen falta ladrillos previos. Se desperdician todos los recursos. Se habla sólo de actitudes. Para eso mejor los metemos en un establo», zanja.

Así que hay que ir al principio de la historia. El ladrillo. Enseñar a leer, a comprender lo leído. Y a mantener el hábito, base del conocimiento. «A lo que hay que darle importancia no es a los lenguajes de SMS e Internet, que algo leen en la Red, sino a lo otro. A por qué no leen los que han pasado por las aulas», dice Zapata, un eterno preocupado por lo poco que los profesores trasmiten a los alumnos el placer de leer. Todo un problema. «No se lee porque nunca han descubierto el placer de leer. Ese es el gran problema de la enseñanza».

Una cosa lleva a la otra. Si no leen, se cierran la puerta de mejorar en la tarea, de llegar al fondo de los textos. Que no sólo son literarios: son problemas matemáticos -Lacasa recuerda el caso de un ejercicio en el que la mayoría de alumnos fallaban no por su complejidad, sino porque el enunciado era tan largo que no respondían-, noticias, cartas, facturas...

En otra de las caras de este dado que es la cultura escrita están los editores, los que eligen, imprimen y promocionan libros. ¿Hay miedo? ¿Esta no comprensión de lo que se lee y la fuerza de los otros lenguajes cambiarán el concepto de libro tal y como lo entendemos hoy? «Todo influye en todo, pero sería un error ofrecerles a los chavales lo mismo que en Internet, por ejemplo», afirma la editora de SM. «No todo tiene que responder al mismo patrón, esa es la riqueza de este momento», continúa. Pero también es verdad que las novedades deben reflejarse en la literatura actual. «Ya hay novelas que intentan reproducir el funcionamiento de las nuevas tecnologías, y argumentos sobre ellas, están integradas. También aprovechamos la Red para llegar a los chavales».

La literatura infantil

Lo que no parece factible es llevar el lenguaje del SMS o el chat a las páginas impresas, como ocurrió hace un par de años con el primer libro escrito de esta manera; era 'Pa Sage a Taba', de Phil Marso. «La literatura tiene como materia prima las palabras. Eso no funciona en los mensajes cortos. Si se usara ese lenguaje, se perdería la esencia de los libros». Y de momento, digan lo que digan los índices de lectura, la esencia todavía funciona: la literatura infantil y juvenil creció un 6% en 2006 con respecto al año anterior, casi el doble que la de adultos; con una facturación en aumento en un 2,6%, y un 10% más de títulos editados hasta llegar a los 12.000 del total de 70.000 que se publican en España cada año.

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