El monte con forma de calavera
Cima de tragedias, leyendas y hechos extraodrinarios, el Mont Ventoux es el puerto más temido del Tour
J. GÓMEZ PEÑA
Martes, 16 de julio 2013, 12:48
«Desde hde hace dos días, solo se habla de él. Hace mucho calor. Me dirijo hacia el infierno y siento como un vacío en el estómago. Ni una palabra. Nada resulta más impresionante que un pelotón silencioso... Al este, apenas se percibe la cima. Tras la niebla, a lo lejos, el Ventoux». Así describió Jean Bobet, hermano de Louison, los momentos previos a la ascensión el Coloso de Provenza en 1955. Aún faltaban unos kilómetros para que allí enloqueciera Kubler y faltaban unos años para que allí muriera Tom Simpson, se desvaneciera Mallejac, se desmayara Merckx y, ya en 2009, Juanjo Garate, el último ganador, creyera en brujas, en la magia y la maldición de un lugar distinto. El Ventoux no es el puerto más duro de Francia. Es más: es el peor. Una montaña solitaria. Una gigantesta calavera que atemoriza desde 1951 a los grandes campeones ciclistas. Hoy vuelven. Silencio en el pelotón.
«Quien sube al Ventoux no está loco. Sí lo está quien repite», dice un proverbio provenzal. Algo saben aquí de esta montaña misteriosa. Nadie ha pasado dos veces el primero. El Ventoux es un enigma. Quizá por eso el primer ciclista del Tour que coronó la cima fue un griego, Lucien Lazarides (1951). Roma y Grecia. Clásico. Lazarides nació en Atenas y creció en Provenza, siempre con el Ventoux de vigía. Él lo inauguró para el Tour.
En 1955, Louison Bobet temblaba. De fiebre. Tenía una herida infectada. Temía al Ventoux, a enterrarlo todo allí. Ferdi Kubler, el toro suizo, le atacó ya en Carpentras. Sin medida. A chepazos. Un gregario de Bobet, Geminiani, se fue con él. El suizo, vacío ya, empezó a zigzaguear, ojos en blanco. Babeando. Como hipnotizado cruzó la cima. Ciego, inició el descenso. Tuvo que parar. Hablaba sin sentido. Le dieron cerveza. Le subieron a la bici y arrancó en sentido contrario, otra vez hacia el Ventoux, como atraído por ese imán, como poseído. Un espectador le frenó, le advirtió. «Déjame, Ferdi se ha vuelto loco, Ferdi va a estallar», le apartó el ciclista. Esa misma tarde, ya en el hotel, Kubler anunció su retirada del ciclismo.
El Ventoux mata, asfixia con su calor, destruye con su viento e intoxica con las anfetaminas que para ascenderlo tragan los corredores.Fue un día 13. Julio de 1967. Muerte en el Ventoux. «Vuelve a subirme en la bici», se titula una de las numerosas biografías escritas en Gran Bretaña sobre Simpson. Eso dijo antes de morir. Necesitaba brillar en aquel Tour, tenía deudas. Trató de saldarlas con anfetaminas. Rompiendo sus límites. Pastillas verdes sobre la mesilla de noche. Se derrumbó por dentro camino de la cima. Uno de su gregarios, que había asaltado un bar antes del Ventoux, le dio un refresco. Simpson quería más. Estaba seco, deformado. «¿Qué más tienes?». El 'doméstico' también se había llevado una botella de coñac Remy Martin. Daba igual. Simpson sació su sed. Y siguió. Al Ventoux. A la mitad, la cuesta ya le estaba matando. El público aplaudía a un fantasma. Un grito desde el coche le despertó antes de precipitarse por un barranco. Cayó al suelo. «Vuelve a subirme». Le obedecieron. Pedaleaba muerto. Al fin, sus auxiliares le detuvieron. Le recostaron sobre el asfalto. Autómata. Le hicieron el boca a boca. Al rato llegó un helicóptero. Lo subieron en una camilla, de la que colgaban sus brazos. Muertos.
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