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GEMA MARTÍNEZ
Domingo, 16 de enero 2011, 10:53
La Antigua Casa Guardia ahora siempre huele a vino. Un comienzo de Perogrullo de no ser porque hace poco más de quince días, cuando se llenaba de parroquianos, la Antigua Casa Guardia olía a tabaco y a humo. Lo dice el marisquero de 'la casa el guardia'. Así se presenta José Campos, 60 años a punto de cumplir y 43 de tabaco. En la tasquita de la Alameda hay más de veinte vinos diferentes. La mayoría son dulces, pero también hay alguno seco: «Seco Málaga, seco añejo, trasañejo.... ¿El más típico? El Pajarete», dice Campos, que se acaba de fumar un cigarro en la misma puerta que cruza desde hace doce años para servir los mariscos. Es lo mismo que hacen los clientes: salir con el vaso de vino, formar un corrillo, fumar y volver a entrar. «Yo también salgo cuando me apetece fumar y, la verdad, ahora aguanto más. Algo me quita. Y sí que se nota. A mí no me molestaba, pero sí había días que salía con los ojos rojos».
Muy europeos
«Pues a mí no me quita nada. No me quita nada, porque cuando llego a casa me fumo lo que no me he fumado en el día», dice Juan Carrera, también camarero de la taberna fundada en 1840, 53 años, paquete y medio al día. «Yo fumo lo mismo. Me gusta fumar», afirma. «Nos hemos vuelto todos muy europeos, muy modernos. Menos en el sueldo, estamos todos muy modernos», dice. Junto a él, desde hace diez años trabaja Rafael Ramírez, 35 años, no fumador, asmático. Por supuesto, lo ha notado.
«Manuel fuma como un 'cavaor'». Lo dice Fernando Lara, encargado del bar Orellana, antiguo bar El Chaqueta, en Moreno Monroy. Manuel es Manuel Orellana, propietario y cocinero, 48 años y media vida de relación con el tabaco: «Antes podía fumar por aquí dentro, a escondidas; pero ahora no. Ahora enciendes un cigarro y huele a tabaco. Es imposible camuflarse». Así que ahora, cuando quiere fumar tiene que salir a la calle, como dice Fernando que hace la mayoría de la clientela : «La ley nos han sacado el bar a la calle», asegura.
El olor. El olor del puro se pega a la ropa, se queda en el coche, y atufa la casa, por eso José Manuel Gómez Angulo, cirujano cardiovascular, siempre se los fuma fuera: «El mejor puro es el de las nueve de la mañana», dice, y echa mano de los indios y de los jesuitas para sustentar la teoría de que un puro y un café a primera hora de la mañana es euforizante: «Para todo el día».
Un fumador a favor
Gómez Angulo no fuma cigarrillos, pero dice que lleva en el móvil una relación de restaurantes con terraza. Las terrazas están llenas de fumadores y sembradas de estufas que parecen grandes setas espigadas. El doctor, ex senador del PP, está en la terraza de Gorki, en calle Strachan, y le atiende Jordi Villalta, camarero. Ahora cambia los ceniceros de la terraza cada minuto. Jordi fuma, pero le gusta la ley: «Trago menos humo. Además, antes mi mujer se creía que me iba de juerga porque llegaba oliendo a humo. Ahora vuelvo oliendo a la misma colonia que me echo por las mañanas». En cambio, Diego Millán, su encargado, hablan de una sensación que bautiza como «de dictadura de izquierda». Esa palabra (dictadura) la utilizan otros fumadores contrarios a la ley.
Alicia Agó, por ejemplo, lo llama dictadura encubierta. Para ella, la solución justa sería crear bares para fumadores y bares para no fumadores y que cada cual decida dónde se quiere meter. Lo dice mientras da caladas -seguidas, profundas- en la terraza del restaurante Casa Chiqui, su negocio: «¿Pero tú te crees que esto es agradable? Entra y sale, entra y sale. A mi no me va a matar el cáncer, me van a matar de una bronquitis». Dice que lleva fumando desde los quince; que no lo va a dejar, de puro coraje; que la medida vienen en el peor momento posible; que el negocio se va a resentir; que por qué no prohiben también los estancos, y el alcohol, que provoca accidentes; y que menos mal que esto no es Soria.
Málaga no es Soria. En Málaga, algunos termómetros marcan a mediados de Enero los veinte grados centígrados. Por eso, en la terraza del Café Central, en plena Plaza de la Constitución, la mayoría de las mesas están ocupadas por extranjeros en manga corta que comen paella al sol. Los extranjeros no fuman. No los de esta terraza.
Salir, fumar, entrar
Eduardo Berzabé sí. Esta dentro del Café Central que, según dice, es su segunda casa. Prefiere la barra, así que cuando quiere fumar, sale, fuma rápido y se vuelve a meter al bar. «Este fuma desde que se cayó de la cuna», dice Diego Martos, camarero en el Central, fumador de diez o doce pitillos. «Y él no compra. Se fuma los que le dan», contraataca Berzabé, 57 años, dos cajetillas diarias de Marlboro y, precisamente por eso, ocho euros y medio al día para tabaco, 1.411 de las antiguas pesetas. Eduardo Berzabé va vestido con un chandal del Madrid. Por la noche el Real y el Atlético de Madrid se la juegan.
Por eso está lleno el Sham, calle Juan Padilla. En su tele se retransmite el partido. Hay cerveza y cacahuetes y ni el recuerdo del humo. «Antes tenía que encender los extractores desde que abría a las ocho de la tarde hasta que cerraba. Desde que entró en vigor la ley no los he encendido ni una sola vez». Pablo Toret es el propietario del local, abierto hace unos tres años. No fuma, así que lo agradece: «Me apestaba hasta el pelo. Me acostumbré y respetaba a los fumadores, pero me gusta la medida».
Desde que entró en vigor la ley antitabaco no ha tenido ni un problema (casi nadie lo ha tenido). Sólo tuvo que advertir a un extranjero despistado y el hombre, al darse cuenta, no puso ninguna objeción. En cambio, sí dice que por las mañanas barre colillas del suelo de los servicios. Hasta ahí no se puede vigilar. A Ana Sanz, su relaciones públicas, la ley no le gusta nada. Señala a una discoteca y dice que de madrugada hay una muchedumbre en la calle que fuma y que habla fuerte: «La gente sale a fumar y están hablando en la calle a las dos de la madrugada. Eso significa que hay más ruido y más molestias para los vecinos. También hay más colillas en la calle, vasos rotos; ves fuera lo que antes estaba dentro».
Ana Sanz reparte publicidad de el Sham en la calle, así que conoce bien la zona y su movimiento. Afirma que ha bajado la afluencia de jóvenes en el centro, y lo achaca a la ley: «Es el primer jueves universitario. Es un día fuerte. El centro debería estar lleno. Yo sé que muchos de mis amigos se junta ahora en alguna casa, para beber y poder fumar».
Un partido sin tabaco
Es la primera vez que Humberto Rodríguez, en este caso cliente del Sham, ve un partido sin fumar a demanda de los nervios. Se siente raro, y aunque no lo parezca, dice que también furiosos: «La ley me parece malísima. Supuestamente estamos en un estado democrático, pero las pocas libertades que tenemos las están prohibiendo». En la primera parte del partido ha salido tres o cuatro veces a fumar. Gana el Madrid, su equipo. Queda un cuarto de hora para que acabe la segunda parte y ha vuelto a salir tres veces.
Es verdad; resulta raro. Resulta raro entrar en un bar en el que se retransmite un partido y que nadie encienda un cigarro. Resulta raro, casi asombroso, que nadie fume en el ZZ Pub, donde el 'Trío del Saco' da un concierto de rock and roll en directo. Nadie fuma en el RoadHouse, nadie en el Onda Pasadena, no hay humo en el Dulcorama, no hay humo en el Alcalá, ni en el Level, ni en Trifásico.
«Primero empezamos buscando terracitas con estufas; el Café Negro y cosas así. Luego nos decidimos por los bares con música, pero cada vez que quieres fumar tienes que dejar la copa, ponerte el chaquetón, coger el bolso, salir, perder el sitio en el bar, volver a entrar. A la tercera te cansas y te vas casa». Eso dice Lola Jiménez. También que los bares, sin humo, parecen más grandes y que se huele todo: «Y Todo es todo. De verdad, hay algunos olores que mejor te los ahorras».
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