El otro Plan Marshall
Como tantas veces en la historia, cuando Europa no logra entenderse, aparecen los americanos y eso es lo que estamos viendo con la Euroliga, la NBA y la FIBA
El desembarco de la NBA en Europa despierta tantas expectativas como temores. Para algunos, una oportunidad. Para otros, una amenaza, pero, sobre todo, un síntoma ... de que el baloncesto europeo vuelve a una encrucijada.
Después de un cuarto de siglo de desencuentros entre la Euroliga y la FIBA, el viejo conflicto que dividió el baloncesto continental parece no haber cicatrizado. Y, como tantas veces en la historia, cuando Europa no logra entenderse, aparecen los americanos con su propio 'Plan Marshall'. Esta vez, con balón naranja y sello NBA.
Modelos enfrentados
Durante años, la FIBA defendió el mérito deportivo: ascensos, descensos y clasificación por resultados. La Euroliga, en cambio, apostó por la estabilidad de un club cerrado de élite, sin riesgos ni castigos, con invitaciones puntuales e interesadas y una plaza de mérito para la Eurocup. La disputa ha dejado una larga y agotadora estela de confusión entre clubes, federaciones y aficionados.
Hoy, ambas organizaciones siguen luchando por el control del negocio y por quedarse con la parte más grande del pastel. Y mientras se vigilan, la NBA se acerca con paso firme: para algunos, un aliado; para otros, una amenaza en toda regla.
Pero el baloncesto americano se rige por otras leyes. En la NBA tampoco existe el descenso, la cantera no tiene el mismo sentido y el club no representa a una ciudad ni a una pasión por unos colores como en Europa. Allí mandan las franquicias, el negocio y el espectáculo. La identidad se mide más en cifras que en sentimientos.
El mercado por encima del mérito
Aunque la FIBA presenta esta alianza como una oportunidad para recuperar terreno frente a la Euroliga, la NBA ya tantea a clubes de fútbol europeos —incluso a aquellos que jamás tuvieron sección de baloncesto— y coquetea con Real Madrid, Barcelona y otros equipos de la Euroliga.
Una estrategia que desestabiliza la Euroliga, pero que contradice el mérito deportivo y pone en solfa a los clubes que la propia FIBA dice defender. En el fondo del asunto, parece prevalecer la pugna por el mercado que poner orden y proteger al baloncesto europeo.
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Y es que el problema no es sólo deportivo, sino cultural. Europa y Estados Unidos representan dos formas distintas de entender el mundo: Europa es el Estado del bienestar, la cooperación, la historia compartida. América representa más el liberalismo puro, la ley del más fuerte, la lógica del beneficio.
Y a esa diferencia se suma una evidencia incómoda que refuerza a la NBA en su desembarco: en Europa no hemos sabido explotar económicamente el enorme potencial de nuestro baloncesto. Una prueba de ello es el caos televisivo que sufrimos. A veces creemos que todo eso es compatible, cuando en realidad hablamos de universos distintos.
Un caos televisivo
Mientras tanto, el aficionado —el verdadero corazón del juego— asiste perplejo a un calendario solapado y sobrecargado. Para seguir a su equipo debe suscribirse a tres o cuatro plataformas distintas, la mayoría de pago: una para la liga nacional, otra para la Euroliga, otra para la Champions FIBA… y, por supuesto, la NBA.
Movistar Plus, DAZN, Teledeporte o la plataforma FIBA: partidos en abierto, en diferido o escondidos en rincones digitales. Muchos aficionados ya ni saben por dónde ver a su equipo. Ese es, quizá, el mejor reflejo del caos en que se ha convertido el baloncesto europeo: fragmentado, con audiencias insuficientes, beneficios escasos y cada vez más alejado de su gente.
Ligas nacionales, en jaque
El baloncesto europeo vuelve a asomarse a un escenario inquietante. El riesgo, esta vez, no es sólo la coexistencia de dos torneos continentales en pugna por ofrecer el mejor espectáculo, sino también el futuro de las ligas domésticas —incluida la ACB—, que podrían quedar relegadas o diluidas en un sistema dominado por intereses económicos y geopolíticos.
La Euroliga, consolidada como gran referencia competitiva, y la FIBA, empeñada en recuperar protagonismo bajo el paraguas de la NBA, amenazan con devolvernos a un tiempo de fractura institucional. Salvo que todos se pongan de acuerdo, lo que parece tan difícil como terminar con la guerra de Ucrania.
Recuperar convicciones
Algo habrá que hacer antes de volver a llegar tarde, como con la Liga U22, que puede acabar siendo tan efectiva como un escaparate perfecto para que las universidades americanas sigan ampliando el éxodo de nuestro talento. Quizá la solución no sea importar modelos, sino recuperar convicciones. Que el que venga, venga a reforzarlas o ayudar a resolver el galimatías sin sentido en el que nos encontramos. Porque Europa ya se reconstruyó una vez sin perder su alma. Y el baloncesto —si quiere sobrevivir— tendría que aprender a hacer lo mismo.
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