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La segunda oleada de la gripe española de 1918 fue más letal tras la probable mutación del virus

La segunda oleada de la gripe española de 1918 fue más letal tras la probable mutación del virus

Los historiadores admiten que rara vez suele haber «una causa única que lo explique todo»

EFE

MADRID

Miércoles, 15 de julio 2020, 19:04

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La mayor mortalidad de la segunda ola de la pandemia de gripe de 1918 no tuvo como principal causa la despreocupación de la población, como afirman mensajes en las redes sociales, sino otros factores, entre los que destaca la probable mutación del virus. En Twitter e Instagram están circulando fotografías relacionadas con la conocida como 'gripe española' junto a frases que advierten de que «la gente se despreocupó en el verano» de 1918 y, por eso, la segunda ola fue «más letal».

Tras una primavera con decenas de miles de fallecidos por el nuevo coronavirus en España y ante el temor a una próxima segunda ola de la pandemia actual, estos mensajes llaman a que «la historia no se repita».

La probable mutación del virus de la «gripe española», su llegada a zonas rurales y un retraso en algunas medidas tomadas por las autoridades fueron más determinantes en el aumento de muertes que la relajación de la población tras la primera ola, según historiadores consultados por Efe.

Aquel segundo brote, entre septiembre y noviembre de 1918, produjo en torno al 70 % de los más de 50 millones de fallecidos por esa pandemia (unos 300.000 en España), mientras que el que se dio unos meses antes había causado una décima parte.

El doctor en Historia Jaume Claret, profesor de la Universitat Oberta de Catalunya, ve «más bien falso o poco ajustado a la realidad» afirmar que la despreocupación ciudadana fue la principal causa del repunte de muertes. Claret admite que no suele haber «una causa única que lo explique todo» pero, en este caso, sostiene que la opción preeminente es que «lo que incrementó su mortalidad fue una mutación del propio virus».

María Isabel Porras, catedrática de Historia de la Ciencia de la Universidad de Castilla-La Mancha, también cree que el factor básico fue la mutación del virus. No obstante, puntualiza que no hay constancia plena de ello porque el equipo científico de Jeffery Taubenberger, que concluyó la investigación que permitió secuenciar el genoma del virus que causó la gripe de 1918 hace 15 años, solo trabajó con muestras de cadáveres de fallecidos en la segunda ola, entre ellos tejido pulmonar de una mujer enterrada en permafrost en Alaska.

«La población sí estaba concienciada y mentalizada», según la historiadora María Lara, coautora junto a su hermana Laura de «Breviario de Historia de España». «Aparte de las posibles mutaciones del virus», para Lara el factor determinante pudo ser que, tras el verano de 1918, las autoridades tardaron en dictar nuevas medidas de protección, como la suspensión de las fiestas populares en ciudades y pueblos, habituales al final del estío, o una limitación a los movimientos de población en masa, como se dio con la vendimia, que no tuvo restricciones.

Lara, no obstante, matiza que la población en general también pudo pecar de cierta despreocupación al haber pasado varios meses desde el brote anterior. «Las personas fueron muy cautelosas durante los meses en los que veían la mortalidad cara a cara, pero después no tanto», añade Lara, si bien entiende que a las fiestas populares acudía la gente porque no fueron prohibidas por las instituciones, lo que generaba confianza.

El Gobierno español sí recomendó aplazar los festejos populares en septiembre, pero pocas administraciones locales lo secundaron, según defendió otro historiador, José Luis Betrán, en su obra «Historia de las epidemias en España y sus colonias».

Probablemente hubo presión social de empresarios, sindicatos y la Iglesia para que no se paralizara la actividad normal. En aquellas fechas se hicieron llamamientos para rezos conjuntos contra el virus, como procesiones organizadas por algunos obispos, como el de Zamora, recuerda Lara.

Los aislamientos o la desinfección obligatoria de objetos se impusieron al final de la primavera en España y ya no regían en septiembre, cuando además hubo un retraso a la hora de retomar las medidas de protección y una cierta limitación en estas, según Lara.

Esa posible causa la indica también Porras, quien cree que ante el segundo brote «se aplicaron parcialmente», ya que, por ejemplo, se cerraron los centros públicos de enseñanza, pero no los privados y también se mantuvieron abiertos los cafés y se permitieron las ceremonias religiosas.

Otro factor que pudo llevar a que la segunda ola fuera más grave, según Claret, fue su incidencia sobre nuevas poblaciones. Por ejemplo, en España, la ciudad de Madrid fue muy afectada en la primera ola, tras las fiestas de San Isidro, pero en el segundo brote fueron más damnificadas las zonas rurales, en especial del norte peninsular.

Eso pudo deberse al regreso en esas fechas de los licenciados del servicio militar a sus pueblos. De forma paralela, a nivel internacional los historiadores suelen relacionar la llegada del virus a zonas nuevas con los retornos de tropas militares, justo cuando la Primera Guerra Mundial estaba terminando.

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Las mayores tasas de letalidad (proporción de fallecidos entre los contagiados) se dieron en zonas de África, el Ártico o la Polinesia que tuvieron menor contacto con pandemias previas, como, según suelen citar los historiadores, ocurrió con la llamada gripe rusa, una pandemia de influenza en 1889 y 1890, que seguramente proporcionó inmunidad a quienes la superaron.

El hecho de que la pandemia de 1918 fuera más mortífera para niños y jóvenes también suele tener esa misma explicación, el recuerdo de brotes de influenza del siglo XIX.

«A partir de las descripciones de los casos clínicos de la época, que hablaban de la muerte de la población joven que moría asfixiada en sus propias secreciones, se ha relacionado con una fuerte tormenta de citoquinas», explica Porras, tras recordar que la ciencia no conocía entonces lo que eran esas reacciones inmunitarias intensas, más comunes «en personas sanas y jóvenes sin inmunidad frente al virus».

La coincidencia en el tiempo de la gripe estacional con la primera ola, pero no con la segunda, es otro posible factor del aumento de mortalidad, según Claret, aunque mantiene la «mayor potencia de transmisión» del virus mutado como causa clave.

El factor de la coetaneidad es citado también por la investigadora colombiana Beatriz Echeverri Dávila, doctora en Sociología por la Complutense de Madrid.

En una entrevista este marzo en el diario chileno La Tercera, Echeverri señaló que «durante la primera ola de la primavera, donde la infección no se diferenciaba de una gripe estacional, no fue motivo de pánico; otra cosa fue la ola otoñal, cuando empezó a morir la gente en cantidades».

La población en general estaba más debilitada a finales de 1918, por el empeoramiento de las condiciones higiénico-sanitarias y de alimentación en un contexto de contienda bélica y crisis económica tras una reciente emergencia sanitaria unos meses antes. Ese es otro factor que pudo incidir, más allá de una simple despreocupación ciudadana, como da a entender el contenido viralizado en Instagram.

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