Memoria sentimental de la Plaza de la Merced
En uno de mis primeros recuerdos me veo dándole alpiste a las palomas picassianas de la plaza alguna mañana dominical
Como decía el clásico, yo no sé dónde termina el recuerdo y empieza la nostalgia. Todo lo que nos sirve para evocar los años de ... la infancia nos deja un dulce sabor de boca. También es bien cierto que el Centro de Málaga ha cambiado mucho en los últimos años, especialmente en el último lustro. He nacido y me he criado en el entorno de la plaza de la Merced y, aunque no soy un anciano (cumplo este verano 48 años), quiero recordar en esta entrega esos viejos rincones entrañables de la plaza más malagueña. Pertenecen a un tiempo ido que ya no volverá.
En uno de mis primeros recuerdos me veo dándole alpiste a las palomas picassianas de la plaza alguna mañana dominical. Lo compraban mis padres en una tiendecita que había, ironías del destino, en donde hoy abre sus puertas la casa natal. Allí vendían unos donuts recién hechos con los que entretenía por las mañanas la espera del autobús del colegio. En todo este lateral de la plaza (el lateral norte) no había en los años ochenta ninguna terraza. Por las tardes, mientras llegaba el autobús, nos colábamos en un salón de juegos recreativos que atendía un tipo bastante esaborío, al que le teníamos bastante respeto. Parece que lo estoy viendo: bajito, moreno, de piel cetrina, de mirada aviesa. Tenía las manos agarrotadas y contraídas por alguna enfermedad.
Todavía a principios de los ochenta se instalaban en este lado de la plaza de la Merced durante el periodo navideño algunos carricoches, que hacían las delicias de los más pequeños. En el lateral oeste, haciendo esquina con la calle Madre de Dios, había una pequeña papelería de la que guardo un grato recuerdo. El viejo mostrador de madera, el olor característico a papel y a material escolar, el dependiente ya anciano (o eso me lo parecía a mí), todo irradiaba una atmósfera de lugar al que se entraba con veneración y respeto. Tenía expuestas para su venta en una artística vitrina unas gomas de borrar de los tamaños, colores y formas más variopintas. Se vendían, como si de joyas se tratase, a cinco pesetas o poco más.
En el lateral sur, que se prolonga en la calle Álamos, sigue abriendo sus puertas el famoso Cortijo de Pepe, que junto a las dos farmacias y el estanco son los establecimientos más antiguos de la plaza. No sé qué tiene este restaurante, si son las escaleras descendentes, la decoración que sigue igual que cuando se abrió hace ya casi cincuenta años o las tapas, que son las mismas y con el mismo sabor de siempre. Su camarero más veterano se acaba de jubilar tras 46 años detrás de la barra.
En este lado de la plaza había una casa en cuyo portal destacaban unos artísticos azulejos sevillanos de temática cervantina (quizá fuesen los mismos del instituto Gaona). Recuerdo que me encantaba soltarme de la mano de mi padre y entrar a ver esos dibujitos tan divertidos. Una reforma del edificio los sustituyó por un alicatado más neutro.
Junto al estanco estaba la típica tienda de chucherías y otra de discos. En su puerta, en los años del BUP y del COU, esperaba muy de mañana el autobús y mi entretenimiento consistía en fijarme en la punta del obelisco. Efectivamente está algo torcida y desplazada de su centro. Creo recordar que un estudio aseguraba que cada año se inclinaba tres milímetros. El caso es que allí sigue.
Los cines
En el último lado de la plaza, el lateral este, estaban los cines Victoria y Astoria, ya tristemente desaparecidos. En sus puertas se formaban largas colas los días de los estrenos. En el Astoria vi el de Superman. En una esquina de la plaza continúa el carpetovetónico puesto de castañas, quizá tan antiguo como la plaza misma. El ángulo más próximo a la calle Álamos fue punto de encuentro durante los años ochenta de drogatas, bebedores de litronas y otros grupos marginales. Curiosamente, sin que haya ninguna explicación racional, hoy se han trasladado a la esquina opuesta, la más cercana a la calle Victoria.
La plaza ha sido testigo de mis primeros (y únicos) pinitos de futbolista. También participé en mis años mozos en su concurrido botellón. Seguro que se me olvidan muchas cosas y que el lector avisado recuerda otras muchas. Pero estas son mis vivencias en la que para muchos es la plaza más bonita de Málaga.
Una historia en 150 palabras
La plaza de la Merced era en su origen una gran explanada extramuros de la ciudad en la que había un mercado. Allí estaba la puerta principal de acceso a Málaga, la puerta de Granada, por la que entraron los Reyes Católicos para tomar posesión de la capital una calurosa mañana de agosto de 1487.
Con el tiempo la plaza fue cerrando sus lados. En el noroeste se estableció en 1507 el convento de la Merced; en el norte, en 1565, el convento de Santa María de la Paz, en donde hoy están las Casas de Campos; y por el este el hospital de Santa Ana, destinado a tratar enfermedades venéreas, cuyos restos han aparecido este año en unas excavaciones.
La plaza se llamó durante un tiempo plaza de Riego, porque el general se hospedó en la casa número 15. Su símbolo es su conocido obelisco, levantado en 1842 donde antes hubo una fuente. El 25 de octubre de 1881 nació en este lugar el que sería nuestro malagueño más universal: Pablo Ruiz Picasso.
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