Cuando los Larios huyeron por el tejado de su palacio
En octubre de 1868, un conflicto producido por reivindicaciones salariales de las trabajadoras de la Industria Malagueña, importante fábrica textil propiedad del marqués de Larios, ... generó una fuerte tensión. Pensemos que, tan solo un mes antes, Isabel II había tenido que abandonar precipitadamente España, víctima de la revolución de la Gloriosa. Se inició entonces un periodo de inestabilidad política que los historiadores denominan el Sexenio Democrático.
En Málaga fueron años de gran tensión que provocaron el estancamiento y declive de su economía. Las fábricas de Heredia, que proporcionaban trabajo a miles de malagueños, tuvieron que cerrar a principios de 1870. Leemos en el diario El avisador malagueño del 5 de enero de 1870: «La fábrica de los señores Heredia ha cerrado por no estar conformes los dueños, según se nos dice, con el aumento de jornal que piden los operarios». Fueron momentos difíciles para la conocida como «la oligarquía de la Alameda», pues esta sufrió el ataque de algunos obreros exasperados por sus duras condiciones de vida. Sin duda, el asalto a la casa de los Larios fue el incidente más importante por la fuerte impresión que causó en los malagueños.
Para contarles detenidamente cómo se produjo este histórico suceso seguiremos las páginas de El avisador malagueño. El 20 de octubre de 1868, las operarias de la Industria Malagueña –pues, en su mayor parte, eran mujeres– decidieron interrumpir su trabajo y acudir en masa a la casa de los dueños de la fábrica. Pedían un aumento de sueldo y su petición no había sido atendida por Martín Larios, primer marqués de Larios. Este vivía en un palacio que ocupaba el número 1 de la Alameda, frente a la cual se abriría más adelante la calle Marqués de Larios. Sobre el solar de su vivienda se construiría el popular edificio de La Equitativa.
En la puerta de esta casa se acumularon buen número de trabajadoras, tantas que tuvieron que acudir a despejarla los carabineros del próximo cuartel de la Parra. Al poco se escucharon gritos de «¡a las armas!» y se produjeron las primeras carreras. Cerraron algunas tiendas y establecimientos cercanos. Poco después, acudieron paisanos armados que trataron de forzar la puerta del palacio y dispararon sobre la fachada «gran número de tiros». No hubo que lamentar desgracias personales. Ante la lógica alarma que generó en el interior de la vivienda este intento de asalto, las señoras, otros miembros de la familia y otras personas que había en aquel momento en la casa pasaron al tejado del edificio inmediato, que estaba en obras.
No huyeron, sin embargo –en contra de lo que muchas veces se ha afirmado–, el propio marqués, Martín Larios, ni su hijo Manuel Domingo (quien sería el segundo marqués de Larios), ni su sobrino Ricardo Larios. Quizá querían proteger su casa o ganar tiempo para que sus familiares pudieran huir. No se quedaron solos, pues estaban rodeados de criados y cocheros. En un momento dado –quizá la situación se hubiera tornado insostenible– decidieron abrir las puertas de la casa. Esto es, al menos, lo que afirma el rotativo malagueño. El marqués y los otros miembros de la familia que quedaban dentro se escondieron. No sirvió de nada, porque estos fueron hallados «por alguna gente del pueblo» que entró en el palacio.
Es bastante probable que Martín Larios hubiera perdido la vida, si no hubiera sido por la encomiable labor de un capitán de la Milicia Nacional. Se llamaba José Zaragoza. Él mismo y sus soldados también expusieron su vida frente a las enfurecidas turbas. A duras penas el marqués y los suyos fueron conducidos a la Aduana y, por la noche, a la cárcel. Según Díaz de Escovar, allí se les dijo que iban a ser fusilados. El edificio estaba fuertemente custodiado por miembros de la Milicia Nacional.
Mientras tanto, se puso otra guardia para vigilar el palacio de los Larios. Hasta las cuatro de la tarde de aquella jornada no se sosegó el tumulto. Durante toda la mañana, en la Alameda, hubo intercambio de tiros entre los revoltosos y los encargados de mantener el orden. Finalmente, a las dos y media de la tarde del 22 de octubre, Martín, Manuel Domingo y Ricardo Larios fueron conducidos en tres coches a las playas de San Andrés. Allí embarcaron en el vapor Stephane rumbo a Gibraltar.
Los operarios de la fábrica publicaron un comunicado en el que negaron su participación en los hechos: «Los obreros malagueños no roban jamás, como se ha supuesto (...). Los lamentables sucesos de ayer son obra de un puñado de traidores enemigos de la libertad que se han valido de otro puñado de canallas que están muy lejos de ser obreros». La guardia en la casa de los Larios, a las órdenes de José Zaragoza, se mantuvo hasta el día 23 de octubre.
El saqueo del palacio de los Larios
Un periodista de El avisador malagueño penetró días después en el palacio acompañando a la comitiva judicial. En un salón principal una lámpara de araña había sido destrozada por las balas y el pavimento estaba lleno de piedras y trozos de ladrillos. Parece ser que los asaltantes fueron dirigidos por un criado –que fue detenido– a las habitaciones donde podía haber dinero y alhajas. Faltaban unos seis mil duros. La vivienda presentaba pruebas de pillaje por todas partes. También vaciaron los armarios de ropa y calzado. Por el suelo había ropas y zapatos viejos que algunos asaltantes abandonaron después de cambiarlos por otros de mayor calidad. Los representantes de los Larios (Antonio Jiménez Astorga, Laureano del Castillo y Manuel Souviron) agradecieron en una carta a José Zaragoza y sus oficiales los servicios prestados. Tomás Heredia abandonó precipitadamente Málaga junto a su familia para instalarse en París. Los Larios acabaron subiendo a las trabajadoras el sueldo en un veinte por ciento. Martín Larios falleció en 1873, a los setenta y cinco años, en París. Su hijo y heredero, Manuel Domingo Larios, segundo marqués, ni siquiera asistió a la inauguración de su calle en 1891.
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